Como casi siempre, en clase de Lengua todo está patas arriba: Mireya es Arlequín y también Sancho Panza, Pilar es Polichinela y Maese Pedro (Ginés de Pasamonte), Yésica es "il dottore" y don Quijote. Es una representación "all´improvviso", con la que intentamos emular a los cómicos de la Comedia del Arte. Han estudiado el capítulo del mono adivino y el retablo de Melisendra, han escarbado en el Quijote para llenarse del alma de sus personajes y ahí están, ante toda la clase. Cuando Mireya se quita el sombrero de jipijapa es Arlequín; cuando se lo pone, Sancho Panza. El mono adivino es un gremlin de peluche y don Quijote debería llevar una corona, pero problemas de enredos de pelo la han eliminado en el último momento. Un ensayo rápido en el pasillo y Mireya (Arlequín) presenta la escena, como si fuera un farandulero experimentado de "Els Joglars"; Pilar (maese Pedro) se hinca de rodillas y abraza las "columnas de Hércules" del caballero más aventurero que haya cruzado La Mancha (Yésica). El diálogo fluye de forma espontánea y surge la magia del teatro improvisado. Todo acaba con el destrozo de los títeres de maese Pedro, con la furia desatada de don Quijote y con el jolgorio general que ha provocado la interpretación de las faranduleras improvisadas. Ya lo dijo el mismo Caballero de la Triste Figura: "Quien lee mucho y anda mucho, se lo pasa de puta madre", ¿o no era así?
martes, 31 de mayo de 2022
lunes, 30 de mayo de 2022
Nuestra profesión no es fácil
He tenido compañeros que lo han pasado francamente mal dando clase. En algunos casos, la razón era evidente, su desorientación, su falta de norte, su locura manifiesta, los convertía en carne de cañón para los grupos de adolescentes, ávidos de carroña. En otros casos, no consigo explicar por qué, se perdía la conexión con el alumnado y se despeñaban de caos en caos. Aparentemente era gente normal, sin ninguna tara, es más, algunos con una formación mucho más que suficiente para impartir clase, sin embargo, entrar en el aula, para ellos, suponía un verdadero suplicio y; para los muchachos, un motivo de jolgorio y cachondeo. Cuando ejercí como jefe de estudios, vi casos realmente dramáticos.
Este oficio nuestro es muy delicado y mucho más determinante de lo que creen nuestros administradores. He asistido a verdaderos monólogos de tragedia en el despacho. Mujeres y hombres de más de cuarenta años deshechos, destrozados porque se veían incapaces de controlar a alumnos de trece primaveras. Lloraban desconsolados y admitían que no veían solución, que el clima anárquico de algunas clases los había sobrepasado de tal manera que solo pensar en la sesión del día siguiente los desquiciaba, los abocaba a ataques de ansiedad difíciles de tragar.
Nuestra profesión no es fácil, no. Hay madres y padres que confiesan, desesperados, no saber cómo controlar a un solo adolescente, imaginaos a un grupo de 25 o 30, aún más si perciben (lo barruntan al minuto, os lo aseguro) la debilidad del profesor que debe dirigirlos. He entrado en una clase considerada como ideal y los he visto por encima de las mesas, en un estado de locura difícil de definir. El profesor que estaba con ellos pasaba un momento de debilidad mental y ellos lo habían "barruntado", lo habían "olido". No es lo habitual, no quiero coadyuvar al alarmismo ni a la falacia de que la juventud actual es ingobernable. Es cierto que hay personas, por sus condiciones psicológicas, por su carácter o por su circunstancia, que no deberían exponerse ante un grupo de adolescentes. Hay que estar muy bien armado mentalmente para hacerlo. Ningún bien se les va a hacer a los chicos y mucho menos al profesor en cuestión si este no está del todo lúcido. Sí, disfrutamos de muchas vacaciones, nuestro trabajo no es el más duro del mundo; pero, os aseguro que nunca he visto llorar y desesperarse, después de una jornada de trabajo, como lo he sufrido en este mundo de la enseñanza. Me decía un orientador amigo que entrara en clase pensando que los alumnos son el enemigo. Era una broma; pero, a veces (lo he visto) es así, y en ese momento, cuando el enemigo te ha vencido, se debería salir de clase y renunciar o pedir ayuda.
domingo, 29 de mayo de 2022
Los libros de caballerías, la realidad y la ficción
viernes, 27 de mayo de 2022
La calle y el aula
La biblioteca está en el entresuelo; sus ventanas, al nivel de la acera y, por supuesto, abiertas. Los ruidos de la calle irrumpen con violencia, como un componente más de la clase. Comentamos el peligro de decir la verdad, a raíz de la lectura de un fragmento del Rey Lear. El bufón se burla de su señor y expresa amargamente la dificultad de haberse convertido en la voz de la conciencia de los poderosos. Un martillo neumático hace vibrar toda el aula. Nos callamos, porque el estruendo es insoportable. El bufón ya no tiene nada que decir. Una alumna lee, con pausa, con sentimiento, un fragmento de La dama del alba. La muerte es una mujer y se lamenta de su destino, porque nunca ha reído. Un camión ruge y agrede el emocionado parlamento, sin piedad con la delicadeza. Hablamos del monólogo de Lady Macbeth, de la belleza de unas palabras terribles, y nos deleitamos con la interpretación de Marion Cotillard, contenida, angustiosa. El petardeo de una moto de cross destroza la escena y nos deja los oídos llenos de barro.
Esta es la lucha de todos los días. El aula como una caverna donde se intenta encender el fuego de la belleza para calentarnos y ver las sombras del ideal. La calle como un baño frío, estrepitoso, que apaga cualquier foco de calor. La caverna no es hermética, por desgracia, los boquetes que la comunican con el exterior provocan que el martillo neumático, el camión y la moto de cross tengan más presencia que las voces de los poetas. Por eso nos preguntan constantemente, ¿para qué sirve esto? Porque el camión y la moto y el martillo neumático sí que sirven para algo.
Revolución educativa
jueves, 26 de mayo de 2022
Tiktok y el Quijote
sábado, 21 de mayo de 2022
Lope y Cervantes me alivian
Me he trasladado a finales del siglo XVI para huir de una condena que asuela mi casa, implacable, ruda, sin piedad. Viajar en el tiempo es una medida muy útil para salvar el oremus. Uno no puede aguantar hora tras hora los rigores de una enfermedad implacable si no se refugia en algún sitio o en algún tiempo con tejados y paredes recias. Mi siglo XVI, el de Lope, el de Cervantes, me sirven para evadirme, para estar fuera de mí, fuera de la desgracia que me rodea. Vivir junto a Elena Osorio me sirve para no perder la cordura. Me he metido en la cama con Lope y lo he hecho amigo de Cervantes. No es ninguna aberración, pudo pasar, y a mí me sirve para llevarlos a los dos de la mano, por el Mesón de Paredes, por Lavapiés, por Atocha, por el Prado. Estoy entusiasmado de haber recuperado o resucitado o revelado esta amistad del joven Lope (24 años) con el experimentado Cervantes (39). Me abstrae esta otra vida, me alivia el sufrimiento continuo y casi desesperado de la otra, de la real, de la del siglo XXI. Quién podría encontrar a dos compañeros mejores que estos dos, Lope y Cervantes. Me sirven de interlocutores en mis miserias, me obedecen en todo los que les pido, ya en sus parlamentos, ya en sus hechos, aunque muy a menudo se van por los cerros de Úbeda (cómo me gusta esta expresión). Los amoríos de Lope los sé de mejor tinta que si fuera el duque de Sessa. Estoy con él cuando le recita a Elena Osorio un poema bajo la reja y estoy con él cuando le escribe una sátira a su madre para insultarla y acusarla de ser la proxeneta de su hija. Qué apasionante ver cómo el destino de estos dos hombres se cruzó en la Corte, en Lavapiés, en los corrales de comedias. Inventar sus coloquios, sus cavilaciones, sus encuentros, me vale para salir de esta urdimbre angustiosa en la que me ha colocado mayo del 2022.
jueves, 19 de mayo de 2022
Análisis clínicos
Se supone que no debo escribir ahora, que en la situación delicada y terrible en la que me encuentro, no debería reflejar nada por escrito, porque el entendimiento está alterado por la emoción y por la congoja; pero lo voy a hacer, a pesar de las contraindicaciones de los prospectos. Intentaré contener los ramales de mi ira contra todo, las ganas de cagarme en Dios, aunque no crea en él. Mi novela "Bilis", empezaba así: "Me cagué en Dios hasta rajarme el paladar". Porque acababa de morir el padre del protagonista, joven, recién traído, desahuciado, de una cárcel franquista. Así empezaba, con dios en la picota, con la inexplicable crueldad de la muerte asolándolo todo. Hoy, yo, su hijo, el hijo de ese personaje de novela que en realidad era mi padre, se encuentra en una situación similar. La muerte no se digiere sin aditivos, es imposible aceptarla sin que un grito desgarrador o una congoja continua invada nuestra garganta. De repente, en un minuto, la interpretación de un análisis clínico te rompe la vida por la mitad, te usurpa el futuro y te somete a un desconcierto que nadie puede trasegar. Hay algo peor, mucho peor que los análisis sintácticos, sí, los análisis clínicos, son fríos, crueles, desalmados.