Me asomo a la ventana de un hotel en Toledo y me encuentro, primero, con el Alcázar (y su Museo del Ejército); enfrente, la sede de CCOO y; en la calle, el tren turístico, atestado de niños con sus feroces padres. Es difícil dar con tres opciones más dispares para aliviar el puente: en el Museo del Ejército sé que las voces de Franco y del general Moscardó acompañan la visita, pero, a pesar de este atractivo anzuelo, no me atraen en absoluto ni los cañones ni las pistolas; en CCOO creo que no tienen ninguna diversión para los viajeros, a no ser que los liberados monten ahora espectáculos de saltimbanquis; del tren turístico no solo me apartan de él las colas y su precio, sino también el amasijo de niños que va en cada vagón (los deportes de riesgo no son lo mío). Así que nos decidimos por los bares y tabernas. Si la multitud nos permite llegar a las barras, beberemos, beberemos y, cuando el alcohol nos transforme la realidad, visitaremos la sede de CCOO, el Alcázar y, si los licores han sido recios, subiremos al tren turístico.
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