La música es un arte capaz de revolverse contra el tiempo. Solo la poesía más profunda tiene ese poder de enajenación. Cuando se cargan años a las espaldas, hay pocas emociones que te hagan estremecer. Sí, el tiempo mata, hermanos, el tiempo mata, corroe y paraliza el sistema neurológico. No es cierto lo de la juventud interior, son milongas de los nuevos psicólogos, patochadas de lo políticamente correcto. García Márquez hablaba bien claro de la vejez: es obscena, miserable, implacable. Solo escuchar música alivia el trance, solo el poder mágico de una melodía es capaz de depurar las células muertas, aunque sea por un instante, de emocionar y de aplacar la ira de los años. Lástima que sea una sensación efímera (pero qué no lo es): una voz fresca te atraviesa el hígado y arrasa con el presente para situarte en una dimensión etérea, más allá de la edad; una melodía te encoge el estómago, te acaricia el corcho de la sensibilidad perdida y le devuelve su esponjosidad. Me ha ocurrido con la música clásica, con el jazz, con el pop, con el rock, hasta con el punk. La música es un bálsamo eficaz para aliviar la parálisis que provoca el batán de los años. La música en rama, no los sucedáneos. De canela hablamos.
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