El nivel educativo en España, en cuanto a la Lengua y la Literatura se refiere, es excepcional. Un profesor de instituto nos comenta que muchos de sus alumnos de bachillerato apenas cometen faltas de ortografía y puntúan los textos a la perfección. Es más, afirma que no se comen ni una sola tilde en los exámenes de mayor tensión: finales de 2º de bachillerato, selectividad... A algunos les gusta leer con verdadera pasión, le piden libros y recomendaciones literarias constantemente, tanto sobre literatura actual como sobre los clásicos. A otros les apasionan las teorías filosóficas de Nietzsche y las narraciones de Kafka. Hay siempre un grupo al que le gusta mucho escribir y le suelen llevar poemas y narraciones para que les dé su opinión. La asignatura de Literatura Universal, que él imparte, es optativa en 1º de bachillerato y es escogida todos los años por una gran proporción del alumnado de este nivel, lo que demostraría la afición incondicional por la letra escrita y por los clásicos inmortales. Para culminar su alegato nos asegura que el nivel literario y lingüístico del alumnado español es el mejor de todos los tiempos: desde 3º de ESO, la mayoría está familiarizada con los más importantes clásicos de la literatura española, desde La Celestina hasta Muñoz Molina, leen y analizan fragmentos de estas joyas de las letras y, en ocasiones, obras completas de algunos de ellos.
Si leyéramos este artículo en la prensa (en realidad, no lo publicarían, porque solo vende lo negativo), nadie lo creería. En principio, los datos que se dan son todos ciertos, solo que se tiene en cuenta únicamente a un sector exclusivo del alumnado que, realmente, es así. El argumentario, por tanto, es falaz y no responde a la realidad general de las aulas españolas. Sin embargo, tendemos a dar crédito a la avalancha de artículos en los que se denigra la enseñanza de la Lengua y la Literatura, a pesar de que su método argumentativo es idéntico al que yo he utilizado para demostrar lo contrario: tomar la parte por el todo. Pero ya se sabe, cuando algo negativo se repite una y otra vez, se fija en el ideario colectivo y es difícil convencerse de que esa no es la realidad.
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