Han sido muchos años preparándome a fondo. Muchas horas de entrenamiento, muchos kilómetros recorridos, mucho dinero invertido, sí. Mi vida, en parte, ha cifrado su éxito en esa cumbre. No hay pueblo que no recorra con ese único fin, no hay lugar de la geografía española y extranjera que no haya pisado con la intención única y exclusiva de formarme en esa dedicación. Ha sido mi norte desde mi adolescencia, mi pasión, mi obsesión, mi paraíso perdido. Milton lo buscó, yo lo encontré. Busco escritores amantes de este vicio mío, intento arroparlo con la autoridad de los poetas más reputados: Baudelaire, Valle-Inclán, Rubén Darío, Ángel González, James Joyce, Bukowski, Malcolm Lowry, todos, todos ellos me avalan, me respaldan en mi convencimiento. Y hoy, hoy, que podría haber demostrado con una prueba científica la altura de mis logros, he fracasado. Hoy la policía municipal de mi pueblo ha detenido mi coche para hacerme un control de alcoholemia y no ha pasado nada, nada. He soplado en el pitorro de plástico y cuál ha sido el resultado: 0,00. Sí, hermanos, cero con cero. Así me lo ha dicho la agente que ha oficiado la ceremonia. Tantos años, tanto empeño, tanto sacrificio, tanta barra de bar, tanto tiempo dedicado a este santa afición del beber, tantas cervezas, tantos gintonics, tantos güisquis, tanta absenta, para qué, para que un día, el señalado, llegues al momento culminante, al instante esplendoroso de soplar en la cánula de plástico y no haya nada. Un cero con cero tan triste, tan desmayado como un gatillazo. No hay gloria ni palabra que pueda aliviar tanta frustración.
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