Los usos lingüísticos de una comunidad son muy útiles para explicar los engranajes internos de nuestro pelaje. La tendencia a la simplicidad nos convierte en individuos que necesitan un "en plan..." para salir con presteza del paso. El gregarismo esnob nos empuja a "poner en valor" nuestras declaraciones para que parezcan más sesudas; "con lo cual" conseguimos un discurso vacío de contenido, pero hinchado de pedantería. A la sociedad del aluvión informativo y del empacho de interacciones informáticas nos priva "empatizar" con todo quisque y aparentar que "visibilizamos" a las minorías y a los marginados. Y si, de paso, en nuestros perfiles sociales citamos a Cervantes, sin saber que estamos atribuyéndole palabras de Marino Lejarreta, qué importa. Es el lenguaje de las apariencias, como siempre, el de los "horteras" que, ansiosos por imitar a nuestros modelos (de mayor rango social y escaso calado intelectual) caemos en la vulgaridad de sus usos y, lo que es más anodino, de sus costumbres.
jueves, 29 de abril de 2021
En plan...
miércoles, 28 de abril de 2021
Estrella y "Sierraldía"
martes, 27 de abril de 2021
Concursos de televisión
El mecánico locutor pregunta: "¿En qué isla del mar Jónico esperaba Penélope a Ulises?" El concursante está nervioso, es muy joven, sonríe, suda, se muerde las uñas, responde: "Lesbos". Un lamento fingido y sarcástico del presentador araña la dignidad del pobre muchacho. Siento lástima por él, pienso si no supondrá un trauma insuperable que le joderá la vida. Desesperado, aprieto la tecla de retroceso en el mando de la televisión. Vuelvo al momento en el que el odioso locutor plantea la pregunta, utiliza el mismo tono, silabeando con destreza de doblador. Y no, al pobre concursante no se le ve mejor. La misma gota de sudor recorre su sien derecha y se vuelve a morder las uñas en un tic apurado de desesperación. "Lesbos", vuelve a responder. Retrocedo una vez más en la línea del tiempo. El poder divino que nos ofrece la tecnología propicia convertir el pasado en presente una y otra vez; pero no cambia la respuesta, persiste en el error. Dos, tres, cuatro, hasta diez veces vuelvo la imagen atrás. Y no, el chico no rectifica, se reafirma en su "Lesbos" equivocado y el locutor en su burla. Busco en las instrucciones del mando por si hubiera alguna opción de cambiar las alternativas del pasado en la línea del tiempo. Las instrucciones están escritas en chino y en inglés. Imposible. Sigo probando. Retraso una y otra vez las imágenes: diez, quince, veinte vueltas atrás. Y, cuando estoy a punto de claudicar, resignado a la eliminación del concursante y a su posible suicidio, aparecen unas interferencias, cambia el rostro del chico: ahora se le ve mucho más seguro, sin el brillo del sudor en la piel, con las manos firmes sobre el atril. Contesta con fuerza, pronunciando las sílabas como el propio presentador. Paro la imagen, me recreo en la conquista. Voy a salvar a un joven concursante de la depresión. He encontrado la fórmula para alterar el pasado de los concursos televisivos. Podré hacer ganar dinero a quien lo merece y hundir a quienes me caigan antipáticos. Me pongo una copa, lo celebro, le doy al botón del mando y el chico responde: "Formentera". Lástima de cava.
lunes, 26 de abril de 2021
Aquellos claustros de profesores
Asistí a un claustro de profesores casi descalzo, con las chanclas rotas y la cabeza perdida por la fiesta del día anterior. En otro, por poco me duermo y lo peor era que yo dirigía el discurso (como le pasó a Jardiel Poncela en una conferencia). También recuerdo uno interminable en el que, imitando a los judíos de "La vida de Brian", votamos sobre la forma de votar y lo tuvimos que aplazar hasta el día siguiente. Otros, memorables, en los que algunos profesores, a imagen de nuestros diputados, nos enzarzábamos en discusiones agrias que nada tenían que ver con la enseñanza, sino con nuestros hipertrofiados egos. Cuando fui jefe de estudios, tuve la tentación de analizar en verso los resultados académicos de la evaluación. Sí, al final lo hice, aunque el resultado fue igual de pesado que cuando los recitaba en prosa. Habitualmente llegábamos a estas reuniones después de haber comido juntos y, en plena digestión de la fabada. Alguna solía dormitar con ruido de fondo, ante el jolgorio casi adolescente de la concurrencia. También se apostaba sobre su duración o sobre quién iba a soltarse en "ruegos y preguntas". Eran episodios que servían para aliviar el plomo con el que se cargaban muchas de estas sesiones.
Estas reuniones periódicas son inevitables, necesarias, y a veces hasta resuelven conflictos y aclaran malas interpretaciones, a pesar de la tenaza del trabajo burocrático y del miedo a molestar nuestras sensibles voluntades. Los últimos claustros a los que he asistido se han realizado a través del ordenador, cada uno desde casa. Se nos ha dado información relevante, bien organizada y se han planteado problemas de calado, pero ya no oigo a nadie roncando ni sin zapatos ni alterado por la discusión que ha mantenido con el compañero de comida. Hasta aquí nos va a llevar la pandemia, hasta añorar esas sesiones soporíferas de sobremesa en las que lo más interesante era esperar a oír las sandeces del profesor de...
domingo, 18 de abril de 2021
"La generación del 50: versos contra la censura" por Carlos Mayoral
miércoles, 14 de abril de 2021
Reivindicación de la Misiones Pedagógicas
La creación de las Misiones Pedagógicas y el teatro itinerante de "La Barraca" autorizan por sí mismos para hablar de la Segunda República como un régimen atípico, extraordinario, en el que se intentó modernizar y culturizar España como nunca se había hecho. En ningún momento de la historia, los poderes fácticos se habían movilizado de tal manera para difundir la cultura, la historia y para librar al pueblo de un analfabetismo que lo atenazaba. Los pobres en los años treinta eran multitud, las clases medias apenas inexistentes; los poderosos (las familias de siempre), las oligarquías de toda la vida, se revolcaban, amancebadas con la Iglesia católica, dominaban el destino del país y se aprovechaban de la docilidad de un pueblo ignorante. Nunca, en ningún periodo de la historia de España, he conocido un empeño mayor de los que gobiernan por redimir a los desfavorecidos. Las Misiones Pedagógicas pretendieron algo inaudito: llevar a las comunidades rurales más recónditas lo más granado de la cultura española y europea: libros, conferencias, proyecciones, audiciones, discos, obras de teatro, pinturas... La labor era ingente, el empeño, el más loable de todos los que yo haya leído en los anales de la historia de este país. Promover colegios, instalar centros de enseñanza allá donde nunca los había habido; nombrar maestros, pagarles dignamente, impulsar una educación laica, al margen de las diatribas doctrinarias e interesadas de la Iglesia católica. No me extraña que los partidos reaccionarios, encabezados por las oligarquías y amparados por la alta jerarquía eclesiástica, se opusieran y se revolvieran contra las actuaciones de los primeros gobiernos republicanos. Se perdía el privilegio de aprovecharse de un pueblo desde siempre sometido, acogotado por las miserias de los latifundios, el caciquismo y el sermón dominical. En cada una de las piedras de las escuelas inauguradas durante la Segunda República, veían los facciosos un intento de subvertir su statu quo, de socavar sus privilegios. Un pobre escolarizado era un pobre menos al que someter, un siervo menos de la gleba, un criado menos al que explotar. Un hombre dueño de su destino, medianamente culto, alfabetizado, conocedor del mundo, es un feligrés menos, un lacayo menos, un individuo propenso a no dejarse explotar. La República, en su intento de darle al pueblo el pan, la sal y las letras, soliviantó a los poderosos y estos reaccionaron como era de esperar, con la violencia de quien teme perder sus privilegios y sus mucamas.
En España no hubo ilustración. La República intentó instalarla dos siglos después, había pasado demasiado tiempo. El clero y los oligarcas no estaban por la labor de que no se les sirviera en las comidas, de que no hubiera una criada a la que estuprar. No, los hábitos tradicionales no se abandonan así como así, sin luchar por ellos, por muy justas que sean las reivindicaciones de los pobres. Las Misiones Pedagógicas pretendían cultivar en coto vedado. Y eso, no. La caza es sagrada.