¡Qué difícil es controlar los efectos que los halagos producen en el ánimo! Sea sincero o falso, un elogio certero provoca la rendición crítica de la razón. Por muy mal que nos caiga quien lo dedica, por muy cuestionada que esté su labor, por muy sospechosa que sea su intención, si alguien te dora la píldora, algo de ti se muestra dispuesto a entregarse sin tener en cuenta la deshonestidad del halagador. Así nos trastorna la vanidad. Cuando una persona o, mejor, alguien en nombre de una institución o grupo social, elogia algún rasgo de nuestro carácter o de nuestra labor profesional (sea interesada o desinteresadamente), tendemos a mirarlo con otros ojos, con una amabilidad incondicional. Somos así de volubles y débiles ante quien sabe adularte con cierta habilidad.
Si quieres que alguien se sienta bien y que cambie su opinión negativa sobre ti, alaba su trabajo o su físico o su pericia para hacer punto de cruz. Es así de fácil. No te cortes, sé baboso hasta la extenuación y verás cómo siempre encuentras un camino de cómodo acceso a los puntos más débiles del otro. Los agentes publicitarios lo saben muy bien y lo utilizan una y otra vez: "Yo no soy tonto", "Porque tú lo vales", "El desayuno de los campeones"... Cuando a uno lo adulan, pierde gran parte de sus defensas, se rinde al otro, casi de forma incondicional. Es capaz de comprar cualquier miseria que el adulador intente vender.
Aplíquese esta fórmula a la inversa cuando alguien formula una crítica contra nuestra persona o contra nuestra labor profesional.
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