En la Grecia arcaica y en la clásica se celebraba una procesión desde Atenas a Eleusis en la que se insultaba a los gobernantes y sacerdotes que la encabezaban; las mujeres se levantaban las túnicas y mostraban su sexo al público asistente; se bebía cerveza de cornezuelo, que producía un efecto parecido al LSD; se organizaban banquetes pantagruélicos; se bailaba y se fornicaba... Todo giraba en torno al buen humor, al sexo y a la celebración de la vida. En el siglo IV de nuestra era se arrasó con estos ritos (demasiado alegres y una dura competencia para los cristianos arrianos. Era imperioso eliminarlos).
¿Os imagináis una procesión de ese calibre hoy? ¿Os imagináis a un grupo burlesco desfilando en Semana... Lúbrica por Sevilla o por Cuenca al son de los crótalos y los panderos, iluminados por el cornezuelo, insultando a los poderosos y enseñando las vergüenzas por la calle? Difícil. La mojigatería nos lo impediría, así como nuestra tendencia moderna a la gravedad, al ritual soporífero y a la consideración de que solo es profundo lo solemne. Además, tras disiparnos en drogas y sexo, nuestra conciencia judeocristiana y neosaludable nos pesaría más que ciertas losas sepulcrales.
En la comedia griega clásica del siglo IV a. C., los autores se aprovecharon de estas prácticas y, apoyados en los insultos y en las alusiones sexuales, desarrollan críticas políticas muy ácidas, de carácter festivo. Los espectáculos servían para cuestionar las actuaciones de los gobernantes, para ridiculizar prácticas abusivas y para reírse de todo el mundo, hasta de Sócrates.
En una de las comedias de Menandro, de la que solo se conserva un fragmento, dos políticos disputan entre sus electores quién es más ladrón. Su campaña se basa en demostrar quién ha sido más hábil a la hora de llenarse los bolsillos con oro corrupto y quién ha sido más intrépido en la labor del soborno público. Todo muy de actualidad. Lástima que no la conservemos entera.
El origen de la comedia se sitúa en las fiestas dionisíacas y en uno de sus rituales se paseaban falos gigantes para animar a la fertilidad y al fornicio. No, no se sacaban imágenes tétricas, ni se atemorizaba a los presentes con avisos de muerte, ni se sometían a la gravedad de un rito conspicuo y escalofriante, no. Aprendimos mucho de los griegos, pero, a la vista está, también hemos olvidado, o nos han hecho olvidar, todavía más.
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