Cuelgan del techo citas de Aristóteles, Rousseau, Ortega y
Gasset... Es el aula de filosofía. Sartre y Nietzsche miran hacia las ventanas
con un puro en la boca. Unas máscaras de cartón, en las estanterías, atestiguan que en las aulas todo es histrión, todo es comedia y
representación teatral.
El público (primero de bachillerato) es espontáneo y sincero: alborota o
se duerme cuando el espectáculo es tedioso; escucha y participa cuando la obra interesa. Una diferencia importante respecto al público teatral es que los alumnos asisten a seis representaciones diarias y están obligados a no abandonar sus localidades, por muy malos que sean los actores o por muy pobre que sea la obra.
Los argumentos no los eligen las compañías de cómicos, vienen
dictadas por los empresarios. No es plato de buen gusto representar a Ionesco si
tu formación es la de un actor de teatro clásico. Tampoco es muy conveniente
representar más de cuatro obras al día, pero los empresarios teatrales no tienen en cuenta las dificultades de enfrentarse a un público difícil y de duro
criterio. A nuestro empresario teatral (como a todos los empresarios) solo le preocupa el dinero. Si se solicitan más actores o más medios, se suelen negar por motivos pecuniarios.
El oficio de actor pedagógico no está mal pagado, pero son muy pocos
los que aprecian la labor de un buen histrión. A muy pocos les interesa
realmente el teatro. Se habla de él y de sus representantes a la ligera, con
juicios peregrinos emitidos desde el desconocimiento, como se sentencia en la
actualidad sobre cualquier otro gremio con trascendencia social.
Es el aula de filosofía, pero podría ser cualquier otra. El público sale alterado por la incomodidad de las butacas, por la sexta representación del día y por el examen que les he clavado. Solo quería comprobar si siguen al actor con atención. Ellos se lo han tomado muy a pecho. Espero que hayan reconocido a Sófocles, un maestro de la tragedia.
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