Cualquier parecido con la realidad es pura (absoluta) coincidencia.
...Uno de esos sábados, en El Molino, el Rubio bailaba las
lentas muy apretado con una tía que le molaba un huevo. Le regó la espalda con
pasta de barrachás y tropezones de huevos duros. Le vomitó esa especie de
ensaladilla rusa sobre un pulóver amarillo con hombreras. ¡Qué fuerte! El tío
se quedó pasmado y ella lo puso a caldo en mitad de la pista de baile. Al Rubio
le dio un bajonazo de los chungos. Hasta el pinchadiscos cambió a Spandau
Ballet en cuanto guipó la escena. El Rubio ya no fue el mismo desde entonces.
Ahora regenta una franquicia de tintorerías en la provincia de Valencia y, según
él, ha olvidado el episodio.
Nos cortaba el rollo ver a la Espátula en los
reservados de la discoteca con el maromo de turno. La tía era enorme y se lo
montaba fatal. Subida a horcajadas sobre su hombre, fornicaba como una loca bajo
la penumbra encarnada. Se le veía de medio cuerpo para arriba subiendo y
bajando como si la moviera la ola de la feria. Su moño deshecho zarandeaba unas bombillas muy molonas instaladas en una rueda de carro. La luz roja oscilaba al
son, no de la música, sino de las embestidas del Guapo, su chorbo más auténtico.
Ahora, la Espátula se lo hace de guía de cruceros en la costa de Alicante.
En nuestra basca venían varias tías; pero
había una fetén, catalana. Nos la regaló Barcelona para limar nuestra
cazurrería. Se prendó pronto de uno de los colegas y nos alegraba las tardes
porque era total, auténtica: espontánea, simpática, daba cuartel anímico a
quien lo necesitaba. Solo se lo hacía mal conduciendo. Cuando subías en su Dyane
6, era lo suyo que firmaras testamento y besaras el suelo si llegabas al
destino. Hoy es profesora de la mejor autoescuela de Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario