Que la lengua (sobre todo la escrita) se ha utilizado como instrumento de poder es algo evidente desde las primeras civilizaciones conocidas. La escritura es (y en algunas culturas lo sigue siendo) un recurso imprescindible para que unos pocos se erijan en casta dominadora (y perdóneseme lo de casta). El oráculo era el que dominaba los asuntos del hombre y lo hacía a través de la elocuencia. A ellos se elevaban las consultas de los poderosos para saber sobre los designios del destino. Ha existido siempre un sacerdocio de la escritura, un élite dedicada a administrar y dominar a través de la palabra escrita. Muchos querían pertenecer a esa casta, misteriosa y dueña de un poder a veces omnímodo.
En nuestra sociedad moderna, persiste ese prurito de pertenecer a la élite que domina los registros del lenguaje. De pertenecer a cualquier élite. Por eso se explica que cuando aparece una modificación de una norma escrita para adaptarla al uso común de los hablantes, se remueva la indignación de los que se creen en el deber de velar por la inmovilidad eterna de la gramática y la ortografía.
Hace ya mucho tiempo que se optó por la gramática descriptiva y no prescriptiva. Por fijar las normas gramaticales a partir de su uso y no a pesar de ello. Pero este procedimiento descriptivo no entona bien con la necesidad elitista de pertenecer a una casta superior (se me perdone de nuevo) que se distingue del vulgo por conocer los oscuros entresijos de las reglas lingüísticas. Solo hay que ver el revuelo que se monta alrededor de cualquier cambio propuesto por los académicos de turno, por muy bien argumentado que esté, incluso entre los propios académicos.
Hasta ayer mismo, no había comprobado la cantidad de gente que sabe utilizar y utiliza la forma "idos" como imperativo del verbo "ir". Os puedo asegurar que en todos mis años de docencia, no sé si he registrado algún uso "correcto" de ese imperativo (ya sea entre profesores o alumnos). Incluso a mí como profesor de lengua se me hace raro y casi pedante decirles a los chicos: "Idos al patio". Pero al parecer había escondidos, latentes, millones y millones de hablantes respetuosos con esta forma verbal. Tampoco sabía que hubiera tantos lingüistas y gramáticos conocedores del mundo de la normativa castellana como he visto desde ayer en los periódicos e internet. Nos enfada que "las chonis" hablen conforme a las reglas lingüísticas. Lo ridiculizamos y nos molestamos porque "¿adónde vamos a llegar?, ¿a decir cocreta, o asín?". Sin duda estas molestias, estas miríadas de nuevos filólogos se atienen a ese sentido elitista del que sabe utilizar la lengua o del que cree que sabe utilizar la lengua. "¿Cómo vamos a hablar nosotros igual que las chonis?", y utilizan esta expresión "chonis" porque está bien visto abalanzarse sobre esta nueva categorización del vulgo, y ya no contra el vulgo propiamente dicho. Para distinguirse de los inferiores que apenas saben farfullar. Para enrolarse en las filas de la élite.
El esnobismo es un eterno de las sociedades burguesas, desde su origen, se tiña del color que se tiña. Aunque también el hecho de que fuera Pérez Reverte quien ha comunicado la nueva decisión de aceptar "iros", haya sido un detonante para que se ladre un poco más de la cuenta; sin atender desde luego, a la rotunda lógica lingüística de la decisión.
Esnobismo y argumento "ad hominem", un buen cóctel con que se define gran parte de la mediocridad intelectual de nuestros tiempos, bueno, y de todos.
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ResponderEliminarNo entiendo porque han eliminado mi comentario. Lanzaba una pregunta y hacia una apreciación, creo que con mucha educación, intentando, tal vez, iniciar un hilo de debate... Imagino que no lo habrán considerado así. No sabía que no admitían discrepancias.
EliminarNo se trata del contenido, sino del hecho de no identificarse. No tengo ningún problema en debatir cualquier cuestión, pero no con entes que no se identifican.
EliminarBuenas tardes, no se trata de no identificarme, discúlpeme. Los comentarios se publican así por defecto, ni siquiera se bien cómo identificarme todavía, más allá de presentarme con mi nombre y apellido, por supuesto. Me llamo David Curbelo, soy un enamorado del castellano. Soy una persona con estudios medios, muy lejos de pertenecer a ninguna "elite", simplemente creo en la adecuación y respeto a unas normas bien definidas para distinguir lo correcto de lo incorrecto. Hablando de trazar límites, le preguntaba si consideraba que había que establecerlos y de qué manera...
ResponderEliminarLe decía que para mí no todo debe valer; y que si no creía que, releyendo su texto, le pueda quedar cierto regusto a un nuevo esnobismo moderno, libre y transgresor, que en realidad no deja de ser el equivalente al rancio y burgués de otra época, del que usted se queja.
Un saludo.
Hola, David. Como digo en el artículo (lo he tenido que releer porque lo escribí hace mucho), por supuesto que pienso que debe haber unas normas y que estas las debe marcar el uso del idioma, tal y como creo que está intentando hacer la Academia desde hace un tiempo. No creo que esté abogando por un nuevo esnobismo, solo trataba de denunciar algo evidente que ha ocurrido a lo largo de los siglos: la lengua escrita ha sido, desde que existe, un instrumento ideal para que las oligarquías la utilicen en beneficio propio como arma de distinción y de dominio. Dejar constancia de este hecho era mi única intención, nada más. Por eso no veo la arrogancia ni la insolencia a la que usted se refería en el primer comentario. Un saludo.
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