El sacristán Otlukavin está en el coro y sostiene entre sus
grasientos dedos una pluma de ganso. Las arrugas se reúnen en su pequeña
frente, en su nariz juguetean manchas de todo color, comenzando por el rosa y
terminando por el azul. Ante él, encima de la cubierta roja del Santo Triodio
hay dos papeles. En uno de ellos hay escrito: «Por la salud»; en el otro: «Por
los difuntos», y bajo ambos rótulos una lista de nombres…
Junto al coro, está de pie una pequeña viejecita de rostro
preocupado con una bolsa a la espalda. Pensativa.
—¿Quién va después? —pregunta el sacristán, rascándose la oreja
con dejadez—. Vamos, señora, piense que no tengo tiempo. Debo leer las horas
del Oficio.
—Ya, padre… Bien, escriba… «Por la salud» de los siervos de Dios:
Andréi y Daria con su descendencia… Mitri, otra vez Andrei, Antip, María…
—Espera, no vayas tan rápido, que no estás corriendo detrás de una
liebre… Tienes tiempo.
—¿Anotó María? Bien, ahora Kiril, Gordéi, Guerasim, el niño que
acaba de morir, Pantaléi… ¿Apuntó al difunto Pantaléi?
—Espere, ¿Pantaléi ha muerto?
—Murió… —suspira la vieja.
—Pero entonces, ¿por qué me mandas anotarlo en «Por la salud»? —el
sacristán tacha enfadado a Pantaléi y lo pasa a la otra hojita—. Entonces…
Habla con propiedad y no me confundas. ¿A quién más «Por los difuntos»?
—¿En «Por los difuntos»? Un momento, a ver… Bien, escriba: Iván,
Avdotia, otra Daria, Egor… Anote… al soldado Zajar… No se sabe nada de él desde
que se fue al servicio hace cuatro años…
—Es decir, ¿se murió?
—¿Quién lo sabe? Puede que haya muerto o puede que esté vivo…
Usted apúntelo…
—¿Pero dónde lo apunto? Si hubiese, digamos, muerto, entonces en
«Por los difuntos», pero si está vivo, entonces en «Por la salud»… ¡Comprenda a
su hermano!
—Mmm… Pues, apúntelo en las dos hojas y ya se verá. Además, a él
le va a dar lo mismo dónde lo anote porque es un hombre licencioso, un perdido…
¿Lo anotó? Ahora en «Por los difuntos» a Mark, Lievonti, Arina… Ah, y a Kuzmá y
Anna… A Fedosia, que está enferma…
—A Fedosia, que está enferma, ¿en «Por los difuntos»? ¡Uf!
—¿Qué tiene con los difuntos? ¿Se burla?
—¡Uf! ¡Me está usted enredando! No se ha muerto aún, lo ha dicho,
así que si no se ha muerto, no hay por qué meterla en «Por los difuntos». ¡Me
está confundiendo! Así que tendremos que tachar con una cruz a Fedosia y
ponerla en el otro sitio… ¡Ya he manchado todo el papel! Bueno, escucha que te
leo: «Por la salud» de Andréi, Daria y su descendencia, de nuevo Andréi, Antip,
María, Kiril, Guer… y el niño que acaba de morir… Espera, ¿por qué está aquí
este Guerásim? Recién fallecido y, ¡de pronto en «Por la salud»! ¡No, me ha
enredado, vieja! ¡Márchate con Dios! ¡Me ha enredado por completo!
El sacristán menea la cabeza, tacha a Guerásim y lo pasa a la hoja
de «Por los difuntos».
—¡Escúcheme! «Por la salud» de María, Kiril, el soldado Zájar… ¿A
quién más?
—¿A Avdotia la ha apuntado?
—¿A Avdotia? Mmm… Avdotia… Evdokia… —el sacristán vuelve a
examinarlas dos hojitas—. Recuerdo haberla anotado, pero el diablo sabrá… No
aparece por ningún sitio… ¡Ah, aquí está! ¡En «Por los difuntos» está anotada!
—¿A Avdotia en «Por los difuntos»? —se asombra la vieja—. ¡No hace
apenas un año que se casó y usted ya quiere su muerte! Usted mismo, querido, es
el que se enreda, pero se enfada conmigo. Escriba con tranquilidad, porque si
siente rabia en el corazón el demonio se alegra. Es eso, el demonio que le
ronda y le enreda…
—Espera, no me moleste…
El sacristán frunce el ceño, piensa un poco y tacha lentamente a
Avdotia de la lista de «Por los difuntos». La pluma chirría en la letra «d» y
cae un borrón grande de tinta. Confundido, el sacristán se rasca la nuca.
—Entonces, Avdotia fuera de aquí… —murmura algo turbado—, y la
apuntamos allí… ¿Así? Espera… Si la apuntamos aquí entonces es en «Por la
salud», pero si la apuntamos allí es «Por los difuntos»… ¡Esta mujer me ha
enredado por completo! Y al soldado este, Zájar, ya no sé dónde está… Que el
diablo me lleve… ¡No entiendo nada! Hay que empezar de nuevo… El sacristán se
estira hasta un armario pequeño y saca un trozo de papel blanco.
—Si es por eso, quite de la lista a Zájar… —dice la vieja—. Que
vaya con Dios, quítalo…
—¡Cállese!
El sacristán moja la pluma despacio y copia los nombres de los dos
papeles en la hoja nueva.
—Los apuntaré todos seguidos — dice—, y se los llevará al diácono…
Deje que sea el diácono quien descubra quién está vivo y quién muerto. Estudió
en el seminario y es que yo de estos asuntos… no me mates, pero no entiendo
nada. La vieja agarra el papelito, le da al sacristán un kopek y medio de los
antiguos y se marcha trotando hacia el altar.
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