viernes, 5 de agosto de 2016

"El orgasmo femenino explicado por una monja medieval" por Virginia Mendoza


Hildegard von Bingen fue pintora, poeta, compositora, científica, doctora, monja, filósofa, mística, naturalista, profeta y, quizá, la primera sexóloga de la historia. También está considerada precursora de la ópera, de la ecología e inventó un idioma que podría ser la primera lengua artificial de la historia.

Cuando la Primera Cruzada estaba a punto de llegar a Jerusalén, una niña lloró por primera vez en Bermersheim (Alemania). Hildegard von Bingen nació en 1098 y se convirtió en un diezmo. Como décima hija que fue, sus padres la entregaron a la Iglesia. La dejaron en el monasterio de monjes de Disivodemberg, que albergaba una celda para mujeres dirigida por Jutta von Spannheim, quien se convertiría en madre e instructora de la pequeña Hidegard. Tenía ocho años y había comenzado a tener visiones a los tres, pero no fue hasta pasados los cuarenta cuando empezó a escuchar una voz que le decía que escribiera y dibujara todo aquello que alcanzaran sus ojos y oídos.

Se convirtió en abadesa tras la muerte de Jutta. Atemorizada por sus visiones y predicciones convenció al papa para que le consintiese escribirlas, y fue así como empezó a registrar tanto sus visiones, como libros de medicina (que hoy consideraríamos superstición), remedios naturales, cosmogonía y teología. Desde entonces empezó a relacionarse con las autoridades eclesiásticas y políticas de su época y se convirtió en su consejera, algo impensable tratándose de una mujer.
Hildegard von Bingen y su legado son inabarcables. Tanto que, a pesar de su recuperación a raíz de la esperada canonización (que no tuvo lugar hasta 2012), su lado más peculiar ha sido eclipsado por sus predicciones. De todo lo que hizo Hildegard a lo largo de su vida, lo más desconcertante, surrealista y contradictorio, quizá sean sus consideraciones sobre el orgasmo femenino que bien le podrían valer el título de primera sexóloga de la historia.

Hildegard hablaba de sexo sin miedo: de una forma tan clara como apasionada. Fue la primera en atreverse a asegurar que el placer era cosa de dos y que la mujer también lo sentía. La primera descripción del orgasmo femenino desde el punto de vista de una mujer fue la suya. Tenía una idea muy peculiar de la sexualidad, teniendo en cuenta que era monja y que vivía en el siglo XII. Para ella, el acto sexual era algo bello, sublime y ardiente. En sus libros de medicina abordó la sexualididad y, especialmente, en Causa et curae, donde dio más detalles:
Cuando la mujer se une al varón, el calor del cerebro de ésta, que tiene en sí el placer, le hace saborear a aquél el placer en la unión y eyacular su semen. Y cuando el semen ha caído en su lugar, este fortísimo calor del cerebro lo atrae y lo retiene consigo, e inmediatamente se contrae la riñonada de la mujer, y se cierran todos los miembros que durante la menstruación están listos para abrirse, del mismo modo que un hombre fuerte sostiene una cosa dentro de la mano.

Como protofeminista, Hildegard tenía una imagen muy propia de Eva y del pecado original. Para ella, el único culpable fue Satán, envidioso de la capacidad de generar vida de la mujer.
Ana Martos Rubio escribe en ‘Historia medieval del sexo y del erotismo’: «Así como para Agustín de Hipona la concupiscencia es el castigo de Dios, para Hildegarde, que no se atrevió a llevarle la contraria y admitió la idea de que el pecado original fue de lujuria, la culpa fue de Satán que sopló veneno sobre la manzana antes de entregarla a Eva, envidiosa de su maternidad. Ese veneno fue, precisamente, el placer y, su sabor, el deseo sexual». Y continua: «El deseo sexual es el sabor de la manzana De Gustu Pomi, el título de la obra de Hildegarde von Bingen en que describe el sabor de la condición humana, el delicioso sabor que da paso a la ponzoña del vicio, el placentero y embriagador sabor del pecado», escribe Ana Martos.

En ‘La medicina sexual en la historia. Avances y controversias (Parte I)’, José Jara Rascón y Enrique Lledó García escriben que Hildegard «expone en su obra Liber compositionae medicinae (Libro de Medicina Compleja) la idea de que «en su potencia generativa el varón posee 3 capacidades: el deseo sexual, la potencia sexual (fortitudo) y el acto sexual (stadium)». Por si no ha quedado claro a los lectores, esta santa abadesa, explica con mucho realismo: «Primero la libido enciende la potencia, de manera que el acto sexual de la pareja se produce por un íntimo deseo mutuo»

Sus poemas también parecen estar cargados de cierto erotismo. En ‘O tu dulcissime amator’, un poema dedicado a las vírgenes, incluido en Symphonia, dice:

Hemos nacido en el polvo,
¡ay!, ¡ay!, y en el pecado de Adán.
Es muy duro resistir
lo que tiene el sabor de la manzana.
Elévanos, Cristo salvador

Compartió todos sus conocimientos medicinales inspirada por su propia salud maltrecha. En Causa et curae, además hace un alegato a favor de la cerveza: «Por su parte, la cerveza engorda las carnes y proporciona al hombre un color saludable de rostro, gracias a la fuerza y buena savia de su cereal. En cambio el agua debilita al hombre y, si está enfermo, a veces le produce livores alrededor de los pulmones, ya que el agua es débil y no tiene vigor ni fuerza alguna. Pero un hombre sano, si bebe a veces agua, no le será perjudicial». Tenía un remedio para la resaca: mojar una perra en agua y, con esa agua, mojar la frente de la persona afectada. Nadie puede ser espectacularmente intachable.

La salud de la abadesa era tan débil que en varias ocasiones recibió la extrema unción. Solo una de las veces que la dieron por muerta no despertó. Y lo hizo a una edad impensable en una época en la que la muerte llegaba en torno a los cuarenta: con 82 años murió rodeada de sus monjas.
Oliver Sacks habló de migraña para explicar sus visiones y, la película Visión, refleja esas muertes como si de catalepsia se tratase. Como si ella misma hubiese hecho su propia película mil años después, los diálogos están basados en frases textuales extraídas de sus tratados y cartas y la banda sonora fue compuesta por ella misma.
El suicidio de una monja embarazada se convirtió en el detonante para solicitar la escisión del monasterio masculino en el que sus monjas se encontraban. Hildegard propuso fundar uno solo para mujeres inspirada por una de sus visiones y lo consiguió. Se enfrentó al rechazo y las amenazas de los más cercanos, pero entre los más poderosos nadie le negaba nada. Así que consiguió fundar el monasterio que quería, Rupertsberg, más cerca del Rhin. Hasta allí fue con una veintena de monjas, algunas de las cuales se opusieron a su decisión. Pero no solo consiguió fundar un monasterio: Eibingen fue el segundo, que visitaba un par de veces por semana.

A Hildegard poco le importó pertenecer a una orden de clausura. No solo se trasladó al monasterio y viajaba para reunirse con políticos y clérigos, sino que con más de sesenta años salió a predicar en las plazas.
Se ha convertido en un mito entre el colectivo LGTBI por su supuesta homosexualidad y también en un icono popular e inspirador para diversos artistas. A Hildegard se le han atribuido disciplinas que ni siquiera existían en el siglo XII, como la antropología.
Hablar de Hildegard von Bingen es hablar de escalofriantes visiones apocalípticas, de remedios naturales para absolutamente todo (actualmente un tipo de medicina alternativa alemana parte de sus escritos) y de la primera mujer que consiguió acceder a los pecados ajenos a través de la confesión. Inventó un idioma, la Lingua Ignota, con alfabeto propio, que está considerada la primera lengua artificial y posible precursora del esperanto. Está considerada la pionera de la ópera y hay hasta quien, yendo demasiado lejos, se ha atrevido a considerarla la primera estrella de rock de la historia.
Se codeó con reyes y papas, denunció los devaneos de los clérigos y su voz fue tan valiosa como la del resto de los hombres cuando las mujeres vivían en silencio, en la casa o en el convento. Decir que se adelantó a su tiempo es, más que caer un lugar común, no hacer justicia al personaje. Ella fue mucho más lejos de lo imaginable en el siglo XII.

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