«Son las paradoxas monstros de la verdad»,
decía el ilustre jesuita aragonés Baltasar Gracián, y si a un político
cualquiera —que ya de por sí tiene algo de mostrenco— le añadimos el adjetivo
«perfecto», se nos queda más bien en criatura mitológica. Sus defectos nos
resultan evidentes entre otras cosas porque nos asaltan constantemente desde
todos los medios, sermoneándonos sin descanso un día tras otro en una campaña
electoral más insistente que el día de la marmota. La imposibilidad de
responder directamente a sus falacias lógicas, a su tergiversación de los
hechos y, en definitiva, a su empeño en tomarnos por tontos, hace que aumente
la frustración: de ella surgen los ríos de bilis que pueden ver contra uno u
otro en las redes sociales y en los comentarios de noticias y artículos. Y sin
embargo puede que la expresión «político perfecto» contenga, pese a todo, su
fondo de verdad. Para Gracián desde luego lo tenía, pues en su obra titulada
precisamente El Político supo a quién colgarle la etiqueta: «El claro
sol que entre todos ellos brilla es el Católico Fernando, en quien
depositaron, la naturaleza prendas, la fortuna favores y la fama aplausos.
Copió el Cielo en él todas las mejores prendas de todos los fundadores
monarcas, para componer un imperio de todo lo mejor de las monarquías».
Pero no hemos venido aquí a ensalzar o
cuestionar a este mandatario en concreto sino a describir cómo debería ser uno
ideal. Para ello nos ofrece muchas pistas la obra de este astuto jesuita nacido
a comienzos del siglo XVII, maestro de Schopenhauer y Nietzsche,
pues además del libro citado, encontraremos en El Héroe, El Discreto, El
oráculo manual y en Arte de ingenio una larga lista de consejos
en torno a la vida en la corte, la mejor manera de medrar en política y, en un
sentido amplio, a manejarse en eso tan complicado que son las relaciones
sociales. Juntando todas las piezas lograremos montar nuestro particular
Frankenstein tan amoral como efectivo, aunque también resultará interesante ver
como cada una de ellas por separado nos recordarán a determinados políticos…
Comenzaremos por el discurso XIII del Arte
de ingenio; nos habla de la importancia de repartir apodos: «Unas semejanças
breves y prontas: relámpagos del ingenio, que en una palabra encierran mucha
sutileza». Precisamente una de las novedades que ha traído el arrollador éxito
de Donald Trump es su afición a colgar motes a aquel que se
cruce en su camino. Pocas veces un candidato ha insultado tanto y tan bien a
sus adversarios, tiene para todos al mejor estilo losantiano: Low Energy Bush,
Little Marco, Lying Ted, Crooked Hillary, Crazy Bernie, Goofy Elizabeth… Los
bautiza atribuyéndoles un término poco usado en el discurso político
convencional que llama la atención y que generalmente alude a un defecto físico
o psicológico del sujeto, de esa manera se fija en la memoria de la audiencia y
a continuación los millones de seguidores de Trump lo repiten sin cesar… y a
los aludidos desde luego les escuece. La periodista Megyn Kelly fue
etiquetada por él como Bimbo (que en la jerga urbana alude a una rubia
atractiva pero sin cerebro) y poco después cambió apreciablemente su aspecto
quizá queriendo espantar ese mote, mientras que el supuestamente favorito Jeb
Bush se disolvió en el aire tras su choque con Trump en el primer debate
republicano. Desde entonces era oírle hablar con su tono desganado e
inevitablemente recordar aquello de «Low Energy». Estaba condenado.
No obstante, algún político podría pensar que
es buena idea imitarle. Craso error. El libro El Héroe está dividido
en veinte capítulos, llamados cada uno «Primor». Pues bien, el séptimo se
titula «Excelencia de primero» y en él nos explica: «Hubieran sido algunos
fénix en los empleos, a no irles otros delante. Gran ventaja el ser primero; y,
si con eminencia, doblada. Gana, en igualdad, el que ganó de mano. Son tenidos
por imitadores de los pasados los que les siguen; y, por más que suden, no
pueden purgar la presunción de imitación». Algo así le pasó aMarcos Rubio cuando
intentó seguir su estilo mencionando el, en su opinión, pequeño tamaño de
las manos de Trump para a continuación preguntarle con malicia: «¿Sabes lo que
dicen de los hombres con las manos pequeñas?». El comentario no le dejó en muy
buen lugar y tenía algo de intento desesperado por imitar la genuina vulgaridad
de su rival. Otro ejemplo más cercano podría ser la plataforma del Partido
Popular «Qveremos»,
mejor que busquen otro nombre porque solo suena a triste copia…
Gracián es a su vez buen político y lo mismo
que dice una cosa, a continuación defiende otra que podría parecer opuesta. En
el Primor XVIII, titulado «Emulación de ideas», nos cuenta: «Carecieron
por la mayor parte los Héroes, ya de hijos, ya de hijos Héroes; pero no de
imitadores: que parece los expuso el cielo más para ejemplares del valor, que
para propagadores de la naturaleza. Son los varones eminentes, textos animados
de la reputación, de quienes debe el varón culto tomar lecciones de grandeza,
repitiendo sus hechos y construyendo sus hazañas». ¿Les suena? Yo al menos veo
a Rivera intentando tomar de ejemplo a Suárez.
«Que el Héroe platique incomprehensibilidades
de caudal». Así se titula otro primor, que detalla cómo «gran treta es
ostentarse al conocimiento, pero no a la comprehensión; cebar la expectación,
pero nunca desengañarla del todo (…) Excuse a todos el varón culto sondarle el
fondo a su caudal, si quiere que le veneren todos. Formidable fue un río hasta
que se le halló vado». Es decir, no ser del todo claro, mantener cierto enigma,
quizá recurrir a cierta pedantería como el pulpo a la tinta. No se me ocurre ahora
mismo un ejemplo concreto de político cuyo núcleo pueda irradiar palabrería
abstrusa con la que pretendiendo revelar mucho no acabe diciendo nada. Pero
alguno habrá.
El número XVI tiene por nombre «Renovación de
grandeza» y dice así: «Amanezca un Héroe con esplendores del sol. Siempre ha de
afectar grandes empresas; pero en los principios, máximas. Ordinario asunto no
puede conducir extravagante crédito, ni la empresa pigmea puede acreditar de
jayán. (…) Alterna el sol horizontes al resplandor, varía teatros al
lucimiento; para que en el uno la privación, y en el otro la novedad, sustenten
la admiración y el deseo. La mayor perfección pierde por cotidiana, y los
hartazgos della enfadan la estimación». Este diría que es el punto más
frecuente en la clase política, pues hace falta tener una magnífica opinión de
uno mismo para considerarse la persona más apta en dirigir un país. Basta que
le pongan un micrófono delante a uno para que proceda a jactarse de su
desbordante potencia mental y física, bien aludiendo a sus matrículas de honor,
a su capacidad de correr diez kilómetros en cinco minutos y veinte segundos, a
creer a la manera deSaparmurat Niyazov que el libro que ha escrito
garantiza el ingreso al paraíso si se lee tres veces o bien destacarse no por
la calidad sino por la cantidad de la obra, como el difunto líder
norcoreano que afirmaba ser el autor de dieciocho mil libros, entre otras
increíbles proezas. Pero, como bien dice Gracián, los hartazgos enfadan la
estimación, así que entre un ser humano y Kim Jon Il hay un término
medio virtuoso, que es Putin.
Concluiremos este breve repaso a El
Héroe precisamente por la manera que propone de retirarse de la vida
pública. «Que el Héroe sepa dejarse, ganando con la fortuna» es el primor X:
«Gran providencia es saber prevenir la infalible declinación de una inquieta
rueda. Sutileza de tahúr, saberse dejar con ganancia, donde la prosperidad es
de juego, y la desdicha tan de veras (…) porque tan gloriosa es una bella
retirada como una gallarda acometida». Lamentablemente muy pocos saben irse en
el momento justo, cuando están en la cresta de la ola. Y menos aún saben ser
discretos como expresidentes.
Pasaremos ahora a tratar El Oráculo
manual, el arte de la prudencia. Un brillante compendio de trescientos
aforismos que escribió años después de las anteriores, recogiendo y ampliando
la sabiduría de tantos años de estudio y de su propia experiencia como
cortesano. Todo en ellos es cálculo, autocontrol, apariencia y manipulación: es
el manual del perfecto psicópata. Leyéndolo la imagen que uno se monta es la de
que hay que ir siempre con segundas y hasta terceras intenciones en un mundo
que tiene algo de partida de póquer en la que calcular la jugada propia en
función de las rivales, de representación teatral en la que fingir siempre un
papel y de selva en la que no puede esperarse piedad, lealtad o franqueza.
Parece que así es la vida y así es la política.
«Conocer a los afortunados para escogerlos, y
a los desdichados, para rechazarlos». He ahí la primera regla para trepar en
cualquier jerarquía y que no le pase a nuestro político modélico como a aquella
actriz tan tonta que para conseguir un papel se acostó con el guionista.
«Conocer las insinuaciones y saber usarlas» es otro de los aforismos, que
encuentra su justo complemento en «ser un buen entendedor». Muy razonables,
aunque más fáciles de enunciar que de poner en práctica. A diferencia del más
concreto «no compartir secretos con el superior», dado que quien cuenta a otros
una confidencia se hace su esclavo. Por ello otro similar es «no confiar a otro
la reputación sin tener la suya como garantía», pues si todo el mundo recibe su
sobre nadie destapará la liebre. «No es necio el que hace la necedad, sino el
que, una vez hecha, no la sabe encubrir». Este es bueno, no olvidemos que el
llamado efecto Streisand recoge aquellos ejemplos de
ocultación frustrados, pero no aquellos que tuvieron éxito… «Actuar siempre
como si nos vieran» parece particularmente valioso para estos tiempos en los
que de todo queda constancia grabada y una y otra vez acaban siendo noticia
conductas que se creían privadas.
En línea con ese constante disimulo tenemos
también el de «no descubrir el dedo malo», reverso a su vez de «encontrar el
punto débil de cada uno». El cual puede reformularse en otro aforismo:
«Convertir los premios en deudas de gratitud». Para lo que el erario público
resulta servir siempre de caja sin fondo. Y hablando de corrupción y
enchufismo, si tuviéramos que explicar los motivos del deterioro institucional
que hemos vivido en los últimos años y de la profunda mediocridad de las
cúspides de tantos partidos políticos, tal vez no encontremos mejor respuesta
que: «No acompañarse nunca de alguien que le pueda deslucir». Una estrategia
eficaz para la supervivencia individual, que en nuestro país se ha utilizado
muchísimo, pero que colectivamente termina provocando el colapso.
«Hacer y aparentar. Las cosas no pasan por lo
que son, sino por lo que parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos veces».
Nunca tan pocas palabras han definido mejor la función política que esta. Proponer
pactos de Estado, campañas de sensibilización, observatorios, instar mociones
de condena de acontecimientos ocurridos en otros países o épocas… Casi nada de
ello termina teniendo el más mínimo impacto en la realidad, pero aparenta
resolver algo y eso vale. Otra forma de aparentar es «saber desviar a otro los
males». Ya saben, la herencia recibida, el contexto internacional, la Merkel y
Madrit.
Aunque Gracián no pensaba en el político de
una democracia que tuviera que manejarse con la opinión pública, varios de sus
consejos parece que tuvieran esto en cuenta, como «divulgar algunas cosas: para
valorar su aceptación, para ver cómo se reciben, especialmente cuando se duda
de su acierto o agrado», es decir, la clásica estrategia del globo-sonda.
También tenía presente la dictadura de las mayorías cuando recomendaba «antes
loco con todos que cuerdo a solas», que tantas veces nos hace sospechar del
oportunismo con el que surfean olas de indignación ciudadana sin que realmente
se crean lo que están diciendo y asumiendo en su fuero interno que es,
simplemente, lo que toca decir para llegar al poder o mantenerse en él. Un
cinismo —o realismo, según se mire— que encuentra su colofón en una enseñanza
de enorme sabiduría con la que concluimos y que debería ser escrita en el BOE,
en el Título Preliminar de la Constitución y esculpido con grandes letras en el
frontispicio del Congreso de los Diputados: «Tontos son todos los que lo
parecen y la mitad de los que no lo parecen».
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