Fotografía de Juan Luis López Palacios
Se levantaron las alfombras de las academias, los colchones de los eruditos, la hojarasca de los novelistas, pero no se encontró otra cosa que polvo y ácaros sin residencia fija. "Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Se pagó un anuncio en los medios de comunicación de mayor reputación con el fin de que quien hallara la osamenta de Falstaff mandara un mensaje completamente gratuito. Solo se recibieron las bromas de los habituales irresponsables. Se pidió a los profesores de Literatura que prendieran fuego a los libros de texto para liberar el espíritu de Lear y a los herbolarios se les solicitaron emplastos para hacer olvidar a los adolescentes las murgas diarias con las que se había embalsamado a Hamlet. Se situó a los escritores al lado de los poderosos con la intención de que devoraran el cuero podrido de sus sillones y así vomitaran la hiel de Lady Macbeth."Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Nada fue suficiente, los libros salían sin dientes de la imprenta, los escenarios seguían ocupados por burgueses sin tripas y las escuelas continuaban recitando palabras de ceniza. No había esperanza para la resurrección, nadie podría encarnar al bufón ni decirle verdades sin esquinas al rey. Mejor cerrar las escuelas y los teatros y quemar las imprentas y abrasar con tormentas las radios y televisiones. "Que la lluvia es diaria. Diga ¡hey!, con el viento; diga ¡oh!, con el agua. Que la lluvia es diaria".
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