domingo, 23 de diciembre de 2012
Gobernados por los porqueros
¿Y nos extraña estar gobernados por los porqueros?..., nos gusta, y mucho, la basura.
Nos rodeamos de tertulianos en las radios que nos ofrecen lo más selecto de su "hechura", de su comida amasada con desperdicios: con peladuras de patatas, guisos a medio comer, hojas podridas de lechuga y manzanas agusanadas. Degustamos el manjar de la comida reciclada y la oímos en todas las emisoras a las mismas horas, mientras cientos de periodistas recién salidos de las facultades vagan por las calles solicitando un trabajo de oficinista.
Nos quedamos absortos con las excelencias de la programación televisiva, nos revolcamos en el barro de los programas con formatos mecánicos, infantiles y que animan nuestra tendencia enfermiza al cieno y al lodazal. Mientras yacen medio sepultadas las excelentes creaciones que no son dignas de nuestros hocicos.
En cuanto podemos, si hemos tenido una formación suficiente, nos asomamos a los libros y compramos con las pezuñas llenas de barrillo, los títulos que nos ofrece el márketing más avanzado, elaborado en las pocilgas de los más pudientes. Hozamos entre las páginas de autores salidos de los programas de corazón o alimentados por la mojigatería americana, por la religiosidad vaticana o por la popularidad del poder. Todo son excelencias literarias en los rankings de libros más vendidos. Los escritores de verdad han desaparecido, los ha absorbido nuestra atracción por los gruñidos.
Y si el sueldo nos lo permite, salimos a la calle y nos revolcamos en los escaparates de las tiendas de moda o vamos a un cine a ver lo último que se ha anunciado en televisión o a que nos repitan alguna historia con final feliz y poca complicación que nos permita comernos nuestras palomitas con la cabeza vacía y medio amodorrados.
¿Y nos extraña estar gobernados por los porqueros?..., nos gusta, y mucho, la basura.
"Desde la otra orilla" de Juan Goytisolo
Un artículo apátrida y de renuncia de un escritor iluminado por el genio y la vejez:
Cuando el pasado otoño me asomé al mirador tangerino de la Hafa descubrí que al otro lado del Estrecho, envuelta en una densa niebla, la península Ibérica había desaparecido del lugar que ocupaba. ¿Se había desprendido del continente, como en La balsa de piedra de Saramago, y navegaba a océano traviesa a mil leguas de la Europa de Bruselas, del BCE y de la Dama de Hierro alemana? ¿Con Portugal, o sin él? ¿Con Cataluña, Euskadi y Galicia, o sin ellos? ¿Hacia qué punto de destino? No lo sabía, pero mi alivio era inmenso.
Lejos, cada vez más lejos, cesaba de ser una carga fatigosa para mí. Atrás quedaban los tótems de patria y nación, de las identidades exclusivas y fijas. Atrás el relato histórico español y los inventados en contraposición a él. Los orígenes edénicos, emociones profundamente arraigadas, manipulaciones interesadas de antiguos triunfos y derrotas, los himnos cantados con voz bronca y la mano en el corazón.
Atrás, muy atrás, la funesta retórica imperial, los agravios seculares, el perdurable victimismo. La ocultación interesada de cuanto no cuadra con el sagrado texto fundacional. La exaltación coreográfica del mito. Una península sin moros ni judíos. La España Una a mamporrazos, Grande en miniatura, la Libre encarcelada: la del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, del Dos de Mayo, el Movimiento Salvador, la ilusoria Transición democrática. Y sus distintas variaciones sinfónicas: la del aciago 11 de septiembre en el que el Borbón aplastó a Catalunya; la abolición del reino de quienes dicen descender en línea recta de los celtas; la fábula de Amaya o los vascos del siglo octavo y las fanLas nieblas del Estrecho ocultaban la vista de la península. ¡Apátrida al fin! tasías idílicas de Sabino Arana.
¿Cómo expresar la dicha que me embargaba? ¡Apátrida al fin! ¡Ajeno al redil de los puros: los Auténticos finlandeses, austríacos, holandeses, rumanos! ¡Al imperativo nacional de hungarizar a los gitanos y españolizar a los catalanes! A una distancia salvadora de la neonazi Aurora Dorada que evoca a la crepuscular humareda humana de los quemaderos. De la Europa del Miedo, presta a expulsar de su seno a los extranjeros que vienen a robar el trabajo a los suyos y a aprovecharse de sus prestaciones sociales a costa del erario público. De ese espacio común de los Veintisiete sometido a la ley de los expoliadores y fulleros. De unos Gobiernos sumisos a los mandamientos del cruel dios Mercado y de sus venales agencias de calificación. De unas sociedades en las que la palabra democracia ha sido vaciada de su sustancia. De unos partidos políticos en cuyos programas nadie confía ni cree. De unos dirigentes atentos al provecho de sus insaciables bolsillos y no a las necesidades de quienes ingenuamente les votan. De unos países en los que se premia a los corruptos y se arroja a la calle a millones de ciudadanos en nombre de una intangible austeridad que no afecta a los menos pero hunde en la miseria a los más. Del reino de los desahucios diarios y la represión con balas de caucho –quién sabe si un día con fuego real– de quienes se manifiestan indignados y piden un cambio, pero sin saber cuál.
Sentía la alegría de un ochentón liberado de los grillos que le encadenaban a unos principios de noble fachada a los que se había opuesto sin éxito a lo largo de su vida. Libre de ser un individuo a secas, no el miembro de una tribu. De disentir de la unanimidad castiza y de poner letra a la música consensual del día. Miraba y remiraba la opaca masa de nubes que cubrían el Estrecho y velaban la vista de la otra orilla. Todo cuanto resumía a sus ojos lo tenido por propio —las identidades a prueba de milenios—, se había esfumado de golpe y la balsa de piedra bogaba a gran distancia de un continente en baja irremediable en términos de primacía y peso. No le importaba saber el rumbo. No quería mapas ni cuadernos de bitácora. Le bastaba saber que no estaba allí ni le oprimía con su carga heredohistórica.
Me había ganado a pulso el derecho de ser yo mismo, sin redil alguno. Tantos y tantos esfuerzos de trabajo diario, tantas y tantas páginas escritas, tachadas, rehechas para zafarme de lo que me constreñía. Pensaba en mi ya remota infancia. En la escalada a una edad sin el despreciable arribismo juvenil, espíritu de clan, rivalidad ni fratría. Con la conciencia neta de que todo triunfo aparente se convierte en derrota íntima. ¡Fuera, todo fuera! Desposeído voluntariamente. Con un equipaje cada vez más ligero y la ineludible, pero feliz responsabilidad del destino de mis nietos marrakchís adoptivos. Con el distanciamiento que procura la edad. Cruces y rayas a las etapas de un periplo muerto. A sobrevuelo. Con la insoportable “levedad del ser”. Del bienser, no del bienestar. De asumir el ya breve futuro como mejora moral. ¡Qué discreta felicidad! ¡Qué descanso! Cerré y abrí una vez más los ojos: la bruma seguía venturosamente allí y todo lo borraba.
domingo, 2 de diciembre de 2012
Y el verbo se hizo carne
Tan enredado estoy en la literatura
que a menudo,
se me cruzan las metonimias
en la acera,
y el frío de los guantes
ya no es el de las manos.
Con frecuencia,
el sombrero es la cabeza
y el condón, la polla.
Se me lía la lengua
al enlazar aliteraciones
sin cuidado
y un claro rumor
de metáfora
se percibe
al embutirme los calcetines.
Amor y poesía, todos los días,
se me atraviesa Juan Ramón,
y la caña de los lunes
me sabe a verso nuevo.
En las calles del invierno
veo intrigas y conjuras:
los personajes ocultos
tras la piedra fría.
Todo son líneas de tinta
en la palma de la mano
y las arrugas son valles
de tiempo, inundados
de experiencia.
Ya nada es real
tras mi mirada,
todo es locura de palabras,
árboles de rimas,
rostros de adjetivos,
besos de papel.
Ya todo es real:
plumas como almas,
sangre como río,
aire como alimento.
Y el verbo se hizo carne.
sábado, 1 de diciembre de 2012
Actualidad cultural
El mundo de la cultura está en un momento sublime: los locutores del corazón copan los primeros puestos de las listas de libros más vendidos; el criterio de Melendi y de Bisbal rige los destinos del programa musical con más audiencia de la televisión; las películas de la saga Crepúsculo arrasan en taquilla; y yo sigo de profesor en un instituto y hasta me han publicado dos libros. No se puede alcanzar mayor nivel.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
FOTOMATÓN (IV): "Un cambio de look"
Nueva entrega de "Foto con Historia". En esta ocasión una foto de impacto sobre las nuevas tendencias en el diseño del cuerpo. Les toca el turno a EVA LUIS y a JAVIER GUALDA, alumnos de 2º Y 1º de bachillerato respectivamente. Suerte y al "piercing". También os dejo, además de la impactante fotografía, mi relato sobre la misma.
Cuando P. H. P., exprofesor de Literatura Universal se contemplaba en el espejo, no se gustaba, su imagen dejaba mucho que desear. En el pueblo todos lucían unos torsos moldeados por la dureza del arado y el esfuerzo de la azada. Las chicas, al ver a los muchachos con los brazos y el rostro bronceados y la blancura espectacular de su torso, se volvían locas y caían rendidas en los brazos de los labradores. P. H. P. tenía un gran complejo, por mucho que labraba, sembraba, vendimiaba, recogía ajos, podaba..., no conseguía moldear su cuerpo como les gustaba a las chicas: con esa robustez propia del campo y ese bronceado fragmentario de ciclista corpulento. Tenía que hacer algo, no podía soportar ese desprecio durante más tiempo y se decidió por una solución llamativa. Llamó a su sobrino, que se dedicaba a enjalbegar las fachadas del pueblo cuando llegaban las fiestas, y le pidió a su hermanastra (criada en cámara desde pequeña debido a su afición a morder a los huéspedes) las anillas con las que la sujetaban a la reja de la puerta. Ni corto ni perezoso, se colocó las anillas en los pezones y se dejó arrastrar por su mula más rápida a lo largo de la labranza de una semana, además de dejarse pintar todo el cuerpo con la brocha gorda de su sobrino. Este es el resultado, ahora solo falta comprobar cuál va a ser su éxito en las próximas fiestas del pueblo. Seguro que se lo rifan.
martes, 20 de noviembre de 2012
García Calvo: "Tu no saber es toda tu esperanza".
Dos sonetos del recientemente desaparecido Agustín García Calvo, irreverentes (en todos los sentidos de la palabra), conturbadores, con el "no" como siempre por bandera, con la esencia del que se deja hablar por otro que no es él mismo, con el escalofrío de las voces que no se oyen en ningún lado, que proceden del más escondido placer de la sabiduría. Lo recordamos ayer Juanan y yo en una conversación intensa sobre su peculiar mirada sobre el mundo. Y un mensaje final que estremece: "Tu no saber es toda tu esperanza".
Enorgullécete de tu fracaso,
que sugiere lo limpio de la empresa:
luz que medra en la noche, más espesa
hace la sombra, y más durable acaso.
luz que medra en la noche, más espesa
hace la sombra, y más durable acaso.
No quiso Dios que dieras ese paso,
y ya del solo intento bien le pesa;
que tropezaras y cayeras, ésa
es justicia de Dios: no le hagas caso.
y ya del solo intento bien le pesa;
que tropezaras y cayeras, ésa
es justicia de Dios: no le hagas caso.
¿Por lo que triunfo y lo que logro, ciego,
me nombras y me amas?: yo me niego,
y en ese espejo no me reconozco.
me nombras y me amas?: yo me niego,
y en ese espejo no me reconozco.
Yo soy el acto de quebrar la esencia:
yo soy el que no soy. Yo no conozco
más modo de virtud que la impotencia.
yo soy el que no soy. Yo no conozco
más modo de virtud que la impotencia.
Y otro:
Pero no cejes; porque no se sabe
cuándo pierde el amor, dónde la tierra
volteando camina, ni qué encierra
mensaje del que nadie tiene clave.
cuándo pierde el amor, dónde la tierra
volteando camina, ni qué encierra
mensaje del que nadie tiene clave.
Pues el Libro Mayor (y eso es lo grave)
del Debe y el Haber nunca se cierra,
y acaso acierte el que con tino yerra;
ni es nada el mundo hasta que el mundo acabe.
del Debe y el Haber nunca se cierra,
y acaso acierte el que con tino yerra;
ni es nada el mundo hasta que el mundo acabe.
Si te dicen que Dios es infinito,
di que entonces no es; y si finito,
que lo demuestre pues y que concluya.
di que entonces no es; y si finito,
que lo demuestre pues y que concluya.
Pero no hay Dios ni hay Ley que a contradanza
no se pueda bailar. Tu muerte es tuya.
Tu no saber es toda tu esperanza.
no se pueda bailar. Tu muerte es tuya.
Tu no saber es toda tu esperanza.
FOTOMATÓN "Narcisismo"
Después de una tensa espera, aquí os dejo los dos ejercicios literarios de "Fotomatón" elaborados por las alumnas de 2º de bachillerato, PAOLA CASTILLO e IRENE MADRID. Como podréis comprobar, esto va tomando vuelo: los dos relatos tienen muchas cualidades narrativas, no os los perdáis. Dejo también mi poema satírico:
El de PAOLA CASTILLO:
Había una vez un hombre un tanto peculiar, Narciso se
llamaba. Nunca hablaba, no se relacionaba con la gente y únicamente salía de su
casa para ir a trabajar, pero casi siempre llegaba el último, pues el camino
hacia el trabajo se le hacía eterno: siempre que se encontraba con una
superficie metálica que reflejaba su imagen, un espejo o el escaparate de
alguna tienda se veía obligado a pararse frente a este para observarse y
admirar su persona. Con el tiempo esta obsesión se hacía cada vez más fuerte.
Dejaba a un lado todo lo que no estuviera relacionado con su imagen, lo que él
no consideraba importante. Un día se olvidó de ir a trabajar. Al día siguiente
tampoco fue. Así continuó hasta que quedarse en casa todo el día se convirtió
en una rutina para él, que permanecía sentado en un elegante sillón negro con
un espejo redondo entre sus manos. Pasaban los días y lo único que veía era su
rostro a través del pequeño espejo. Pasaba las horas observando su piel, sus
ojos, su cabello, cada día más blanquecino y menos abundante, o sus ojeras, que
habían pasado de un color rosado a tener tonos sombríos. Y mientras observaba
incansablemente sus rasgos olvidaba todo a su alrededor, todo lo que había
vivido, todos los conocimientos que había adquirido, todas las personas que
había conocido a lo largo de su vida... cansado de mirar cerró los ojos a la
vez que se echaba hacia atrás intentando apoyar su espalda en el sillón. Cuando
abrió los ojos se encontró en un entorno totalmente oscuro. La comodidad de su
lujoso sillón había sido reemplazada por una superficie fría y rígida como el
asfalto y empezó a sentirse desconcertado. Difícilmente se incorporó y fue
entonces cuando se dio cuenta de que estaba sentado en el suelo.
Inesperadamente un punto de luz apareció y poco a poco fue sustituyendo a la
oscuridad que reinaba en aquel lugar. Narciso se frotó los ojos con sus manos,
pues le costaba ver con tanta iluminación y lo primero que vio fue una cara, el
rostro de una persona que él no reconocía. Se asustó bastante así que se puso
de pie e intentó mantenerse erguido pero le costaba bastante, ya que tenía una
rama de un árbol atada a la espalda. Esa misma rama pasaba por encima de su
cabeza como un puente y sujetaba un pequeño espejo redondo frente a él y,
aunque quería, no podía mirar a su alrededor, pero en realidad no había mucho
que ver, pues aquel lugar estaba totalmente desierto y es que era un lugar
olvidado, en el que solo quedaban él, su vanidad y su ignorancia.
El de IRENE MADRID:
Era un
joven conocido por su gran belleza. Todas las jóvenes se enamoraban de él a
causa de su belleza, mas él las rechazaba con cruel indiferencia. Sólo vivía
para sí mismo y para su cuerpo. Llegó el fatídico día en el que decidió que no
podía aguantar más de unos segundos sin contemplar su rostro. Con gran
determinación se colgó un espejo delante de su cara. Así, nada más vería su
cara en todo momento. Era muy joven todavía para saber lo que hacía. Se volvió más
arrogante y soberbio si cabe. Ya no trataba con la gente, porque era tan
vanidoso que ni siquiera necesitaba de Dios, se bastaba con él mismo. Cuantas
cosas se perdió a lo largo de su vida. El primer beso, la sensación de estar
enamorado profundamente, el mejor de los orgasmos, la risa de un bebé, o el
simple sonido del mar chocando sobre las rocas. La vanidad le hizo considerarse
como individuo sin serlo, le corrompió el alma hasta descomponerla en un
desagradable desastre. Acabó siendo uno más de esos asnos que andaban detrás de
la zanahoria que colgaba de su cabeza. Para él la zanahoria era su reflejo, al
que siempre perseguía, del que nunca se quería despegar. Pasó el tiempo y no
fue en vano. Su fornido y bello cuerpo comenzó a marchitarse como las rosas que
perecen bajo el duro frío invernal. Las arrugas recorrían todos los recovecos
de su cuerpo, que había comenzado a curvarse y a reducirse. Poco a poco se dio
cuenta de que un dios nunca habría sufrido esa metamorfosis tan cruel que ahora él padecía en sus propias carnes. Quizás era demasiado tarde, pero aún así
decidió retirar el espejo que regía su percepción vital para descansar siendo
el humano que toda la vida había evitado. Murió solo, apartado del mundo. Su
cadáver acabó degradándose bajo las vastas tierras que le habían visto morir.
Al fin y al cabo, la vanidad bien alimentada es benévola, por el contrario una
vanidad hambrienta acaba siendo déspota y tirana.
El mío:
NARCISISMO
Era tan narcisista
que escribió una obra maestra
y la reservó para sus ojos.
Nadie la entendería,
nadie existía con su sensibilidad,
nadie merecía acercarse a ella.
Era tan narcisista
que guardaba sus pañuelos
en el bolsillo
y los olía
con placer
cuando nadie lo veía.
Era tan narcisista
que se enamoró de sus uñas,
las comía con deleite de restaurador
y se horadó el esófago a fuerza de arañazos.
Era tan narcisista
que contempló su propia muerte
y lloró de emoción
sabiendo que nadie
podría repetir su hazaña:
reventarse las vísceras con las excrecencias de sus manos,
taponarse las narices con los vapores de sus mocos,
ahogarse las meninges con su propia palabra escrita.
Era tan narcisista
que escribió una obra maestra
y la reservó para sus ojos.
Nadie la entendería,
nadie existía con su sensibilidad,
nadie merecía acercarse a ella.
Era tan narcisista
que guardaba sus pañuelos
en el bolsillo
y los olía
con placer
cuando nadie lo veía.
Era tan narcisista
que se enamoró de sus uñas,
las comía con deleite de restaurador
y se horadó el esófago a fuerza de arañazos.
Era tan narcisista
que contempló su propia muerte
y lloró de emoción
sabiendo que nadie
podría repetir su hazaña:
reventarse las vísceras con las excrecencias de sus manos,
taponarse las narices con los vapores de sus mocos,
ahogarse las meninges con su propia palabra escrita.
domingo, 18 de noviembre de 2012
Caballero Reynaldo en "El País"
En el suplemento cultural de "El País" (Babelia) del sábado 17 de noviembre, un artículo a media página sobre la trayectoria musical de Caballero Reynaldo y su último disco, "Nuevos testamentos antiguos", en el que colaboro. Me menciona y me llama nada menos que "literato". No se puede ver más, así va el mundo de la cultura. Aquí tenéis el enlace a la página: http://tinyurl.com/b8zzn2t
miércoles, 14 de noviembre de 2012
Muchachada Nui y la Edad Media
Una visión cómica sobre la Edad Media de Muchachada Nui y de los Monty Python. Esto si es enseñar entreteniendo o entretener enseñando o entreseñar enteniendo o entreñar ensetriendo o algo así:
miércoles, 7 de noviembre de 2012
"Crónicas del turco (VII y penúltima)" Los placeres nocturnos de Estambul y la mochila mágica.
Los dientes aún se nos pegaban con el azúcar de los pestil köme, el sabor de la salsa de yogur todavía rezumaba en los rincones del paladar, el sosiego del té seguía acunándonos, la hospitalidad oriental desplazaba cualquier deseo de volver a nuestra tierra, pero había que regresar, debíamos recorrer un tortuoso camino de vuelta, una verdadera odisea en la que nos encallaríamos en más de una isla poblada por monstruos y en más de un puerto tomado por la desesperación. Como Marco Polo, volvíamos por la ruta de la seda y no sé si a él, a pesar de la lentitud de los camellos y los mares embravecidos le costaría más que a nosotros. Gümushane, Trabzon, Estambul-Estambul, Roma, Madrid y San Clemente, ese era el periplo que recorreríamos de vuelta, 36 horas de viaje llenas de escollos, policías mareadores y mafiosos de medio pelo.
Para que no advirtiéramos los peligros del viaje, los anfitriones nos llevaron a un centro comercial en Trabzon, para que nos fuéramos aclimatando a la vida occidental. Como a los astronautas los someten a una serie de pruebas sin gravedad para que no enloquezcan en el espacio y sepan desenvolverse, a nosotros se nos tuvo cinco horas en una urna de capitalismo moderno, alejados del bullicio y el grato desorden oriental. La prueba estuvo a punto de generar sus víctimas: cómo no, el legendario Alejandro, con su sombrero de vaquero del espacio, junto con un compañero rumano se perdieron entre la monotonía de los corredores del centro comercial. Cuando los encontramos, era hora de emprender el camino de vuelta. Nos esperaba el avión en Trapisonda. Los chicos turcos y también los españoles lloraron a moco tendido, les costaba despegarse. No sabíamos lo que nos esperaba al llegar al aeropuerto de Estambul.
Al filo de la medianoche los acontecimientos se sucedían como si estuviéramos envueltos en una película de suspense, con malos incluidos. Nos esperaba un minibús de la empresa que habíamos contratado y que ya había dado muestras de su indecencia en el viaje de ida. Somos 16 y la furgoneta solo dispone de plazas para 14. Un muchacho casi adolescente representa a la empresa con la catadura de un mafioso de thriller de serie B. Nos fuerza a que hagamos el viaje ilegalmente. Joaquina, se niega en redondo, forzando el inglés del muchacho que, pegado al móvil, no deja de recibir órdenes de un supuesto jefe de película de Torrente. Su respuesta: "cancel", "cancel". Quiere dejarnos a los 12 chicos y a nosotros en Estambul a las 12 de la noche sin saber cómo ir al otro aeropuerto a más de 50 de kilómetros del nuestro. Joaquina entra en el juego del forcejeo: "police", "police", amenaza. El mafioso adolescente, con los chicos en el minibús, da un paso atrás: "traemos un taxi para cuatro, pero lo pagáis". Joaquina se niega, nuestro acuerdo estaba cerrado y por escrito. Otra vez el forcejeo de móviles: "cancel", "cancel", "police", "police". Cunde el nerviosismo, y vuelta a empezar. Un taxi para dos (Joaquina y yo). Los chicos se van en el minibús con Eduardo y Paco. Joaquina y yo nos quedamos con el minimafioso esperando al supuesto taxi. Aquí nos vinieron imágenes de todo tipo: nos quitaban la pertenencias y nos dejaban tirados, nos abandonaban en paños menores y sin recursos, incluso pensamos en lo peor. Esperamos al taxi en el edificio frente al aeropuerto, apenas hay nadie.Un silencio tenso nos siega la respiración. Un señor sospechoso pasa dos veces delante de nosotros, mientras el minimafioso no deja de hablar por teléfono a unos metros de nosotros. Joaquina echa mano de la mochila y me dice "si vienen a por nosotros, les damos con esto", no sé lo que lleva dentro, ¿la plancha?, ¿un arma mortífera? Llega el compañero del minimafioso con un cochazo de Miami Vice. Subimos y nos piden el dinero prometido por el viaje, aunque habíamos quedado en que se lo entregábamos al conductor del minibús. Nuevo forcejeo, frenan el coche y amenazan de nuevo, "si no pagáis, cancel". Ya nos veíamos Joaquina y yo en mitad de una carretera oscura a muchos kilómetros del aeropuerto y haciendo autoestop a las luciérnagas. Nos asustamos de veras. Echamos mano del móvil, como ellos. Les decimos a nuestros compañeros que no paguen, que ya lo hacemos nosotros. Entre ella y yo llevamos 125 euros, nos faltan cinco, que reunimos en moneda. Se los damos a los personajillos del coche: "no, en monedas no aceptamos" "people spanish very good", para compensar. Nos asustamos más, nos faltan cinco euros y parece que quieren dejarnos en la carretera. Volvemos a pensar en lo peor. Al final, sin saber por qué, aceptan las monedas. El viaje hasta el aeropuerto en tensión constante, vigilamos que vamos en la dirección correcta, que no nos llevan a ningún agujero para despojarnos de las pocas pertenencias que llevamos. Estoy tranquilo por el arma secreta que esconde Joaquina en la mochila.
Por fin llegamos, respiramos aliviados y buscamos una comisaría de policía para denunciar a la compañía. Las dos de la mañana, en Estambul. Damos vueltas y vueltas, nos dirigen de una a otra oficina sin ningún acierto, yo creo que se están divirtiendo de lo lindo esa noche con los pardillos españoles (Alejandro viene con nosotros y dice muy lúcido, "cuánto se aprende en estos viajes", y se come dos bocadillos). Al final Joaquina y Alicia son llevadas por la policía del aeropuerto a donde presuntamente podrán cumplimentar la denuncia. Les hacen esperar junto a una especie de calabozo del aeropuerto. Y para finalizar la noche de despropósitos les dicen que no pueden redactarla, que nos le da tiempo. Fin del capítulo, vuelta al avión.
El viaje se hace tedioso, tortuoso, no me extraña que a Ulises le costara tanto llegar a Ítaca. Nos detienen sirenas, Circes, Cíclopes y Calipsos modernos. Llegamos a España casi amortajados, envueltos en el cansancio de 36 horas de aventura, aeropuertos y aviones. Cuando al día siguiente recordamos el viaje a Turquía, pensamos que era necesario ese calvario: sin dolor no se alcanzan los grandes placeres.
jueves, 1 de noviembre de 2012
Crónicas del turco (VI) "El teatro de urgencia, huidas y descalabros"
Por fin una jornada de sosiego, sin viajes tortuosos en autobús. Un día completo en Gümüshane.
Por la mañana visitamos el Lisesi de nuevo para ver una película turca en la sala de profesores. El tono naïf de la historia de amor y religión con final nebuloso y aromas a Titanic y Romeo y Julieta nos trasladó a un mundo rural más sencillo en el que el ser humano lidia con los mismos problemas de siempre: la intransigencia institucional contra el amor. Un poco antes, aprovechando esos tiempos muertos de té y atonía aprovechamos para recordar todas las palabras que habíamos recopilado del turco y de las que hacíamos un uso voluntarioso pero de dudosa efectividad: merhabá, tesekur ererim, iyigeceler, evet, nesetsen (impronunciable), ben im adim, su, chaei, sishé, y la que más utilizamos por su sonoridad creo yo y porque nos dio por ahí, el recurrido, chokii (muy bueno). Incluso nos iniciamos con los números: bir, ichi, uch, dort, beish... Y Eduardo se atrevió con sintagmas y con oraciones de cuestionada construcción sintáctica. Nuestros anfitriones nos alababan con demasía (eso era evidente) nuestro interés por su lengua (ellos mismos nos hablaban de su dificultad). Delic, Sera, Serhat, Çemal, Razim, Bajadés..., hasta sus nombres pronunciábamos ya como si hubiéramos comido tanto yogur como ellos.
También elaboramos una relación de ideas útiles: alumnos de guardia en los pasillos (con púlpito incluido), caja de llaves en la sala de profesores, cambiar el timbre de cambio de clase por música erótico-festiva (va a ser imposible), uniformes para los profesores, una sala de trofeos enorme en el vestíbulo (falsos y bien aparentes) con una cabeza de toro encima, una foto de nuestro Director saludando al rey o a Beyoncé o a Cristiano Ronaldo o a Obama o a Teresa de Calcuta (que elija él) aplicando los recursos mágicos de Photoshop... Todo como veis muy útil y de una profundidad educativa evidente.
Tras la película, comenzamos lo que supuso la inauguración de un nuevo género teatral. Si Valle creó el esperpento, nosotros alumbramos el "teatro de urgencia". Ensayamos con todos los chicos en los pasillos y en un aula. Con 20 minutos fue suficiente. El teatro de urgencia es así, todo se debe hacer de manera atropellada y espontánea. Por la tarde, durante la representación, no disponíamos de vestuario ni de escenografía. Rápidamente (así es el teatro de urgencia), rogamos a los turcos que nos trajeran vestimentas tradicionales. Tan atentos como siempre, en bambalinas dispusimos de un variado ajuar de faldas, mantellinas, collares y gorros que distribuimos con "urgencia" entre nuestros improvisados actores. De los rumanos tomaríamos la escenografía y algún gorro que (debido a nuestra capacidad craneal) fue rodando por el suelo del escenario constantemente. Ya estaban todos dispuestos: Las Irenes, Alejandro, Alicia, Pilar, Alba, Míriam, Chema, Andrea, Susana, Pablo y hasta Leticia. La representación fue espectacular. El concepto de teatro de urgencia se asimiló perfectamente: de unas escenas insulsas se extrajo una vena cómica que solo se debe a la espontaneidad creativa que impulsa el teatro de urgencia. Esas caídas de gorros, esas poses desmesuradas, esos gestos de cine mudo, esos gritos desternillantes, ese baile turco con el que ambientamos una de las escenas, solo se podían obtener de esa manera.
Por la noche, la gran fiesta de despedida. Inolvidable y, sobre todo, distinta. Sí, amigos, existe diversión más allá del alcohol. La música turca se mezclaba con los últimos éxitos del verano y por la animación del baile nadie hubiera dicho que lo único que regaba aquel festival era el té y la botellas de agua fresca que el incansable Razim nos proporcionó para aliviar los saltos y las cabriolas. Aprendimos los pasos del baile turco (más o menos) gracias a la habilidad de nuestras anfitrionas y ellos aprendieron los movimientos mecánicos de los bailes de moda en España. Mientras tanto, Leticia huía y huía. Para culminar la noche, una representación de boda tradicional turca con novio español y novia rumana. Los oficiantes portaban velas en la palma de sus manos y el rostro de la novia lo cubría pudorosamente un velo que el novio levantaba. La jena nos manchó las manos y a algunos les sirvió para grabar un nombre en la piel. La hospitalidad turca nos ofreció sus últimas perlas esa noche de celebración. A la salida, alguien quiso derribar una columna de madera de un cabezazo, pero no lo consiguió. Era nuestra ofrenda a los dioses de los hospitales turcos.
miércoles, 31 de octubre de 2012
FOTOMATÓN (III) "Narcisismo"
Aquí va la tercera propuesta de este ejercicio literario. Ya hemos probado la melancolía, el humor y ahora el sarcasmo. En esta ocasión tienen que elaborar el relato o el poema alusivo a la ilustración PAOLA CASTILLO e IRENE MADRID. ¡Suerte y al toro..., digo, al burro! Os dejo como siempre el mío.
NARCISISMO
Era tan narcisista
que escribió una obra maestra
y la reservó para sus ojos.
Nadie la entendería,
nadie existía con su sensibilidad,
nadie merecía acercarse a ella.
Era tan narcisista
que guardaba sus pañuelos
en el bolsillo
y los olía
con placer
cuando nadie lo veía.
Era tan narcisista
que se enamoró de sus uñas,
las comía con deleite de restaurador
y se horadó el esófago a fuerza de arañazos.
Era tan narcisista
que contempló su propia muerte
y lloró de emoción
sabiendo que nadie
podría repetir su hazaña:
reventarse las vísceras con las excrecencias de sus manos,
taponarse las narices con los vapores de sus mocos,
ahogarse las meninges con su propia palabra escrita.
domingo, 28 de octubre de 2012
FOTOMATÓN "Señores con chistera"
Segunda entrega de este ejercicio literario que, de momento, se presenta con muy buena pinta. En esta ocasión la imagen daba pie para relatos o poemas cómicos o sarcásticos y así ha sido. Aquí dejo el relato de ESTHER GARCÍA CUÉLLIGA, el poema de REGINA CASAMAYOR REQUENA y mi relato. Seguro que os sacan una sonrisa.
El poema de REGINA CASAMAYOR:
El poema de REGINA CASAMAYOR:
Cuantos esbeltos glúteos
que parecen caminar.
No sé de dónde vienen
pero al agua sé que van.
Cuántos perfectos
redondos
con un redondo central
(este es un ojo ciego
por el cual no puedes mirar).
Estos hombres con
sombrero
son muy finos y elegantes
a los que les gusta dar el
cante
Y para terminar,
esta es la frase que debes
recordar,
“los culos están mas ricos
que el pan”
El relato de ESTHER GARCÍA CUÉLLIGA:
En una villa triste. Un hombre pequeño harto de la soledad y de la prohibición de sus tradiciones por un tirano que era malvado, se armó de valor y quiso alegrar la villa. Veía la gente trabajando y sin descansar, a medida que iba avanzando, la cosa iba empeorando. De repente llegó a casa y al escuchar el ruido del agua se dirigió hacia al armario y se acordó de aquella tradición. Entonces cogió el trikini se lo puso sin más y sonriendo por las calles se puso a desfilar, entre gritos iba cantando y a la gente iba animando, parece que aquello iba avanzando. La gente se iba sumando y las casas iban decorando. Al llegar la tarde todos admiraban el paisaje, cantaban mirando al sol, mientras que unos valientes en trikini se dirigían hacia el templo. Sus cuerpos caídos llamaron la atención del tirano y un gran enfado provocaron al ver que la tradición y las fiestas volvían a ponerse en marcha. El tirano mandó a los soldados matar al causante de alboroto semejante. Algo extraño sucedió: los soldados al ver a los valientes caminando por el puente, escuchando la calma del río y a todo el pueblo cantando, sus corazones se iban debilitando. Pues sin pensarlo dos veces ellos se unieron aquella tradición. A los dioses sacaron del templo y un gran festín comenzó en medio de la plaza, entre bebidas y alegrías todos disfrutaron de aquel día. Del tirano jamás se volvió a saber nada pues los habitantes de la villa lo echaron a patadas, todo volvió a su calma y cada tarde que pasaba los valientes por el puente paseaban y del tirano se acordaban.
Y el mío:
No tenían prisa. Los profesores del claustro de San Clemente decidieron acudir a la fiesta de despedida de los alumnos de 2º de Bachillerato ataviados con sus mejores galas y con la pausa de los que se saben preparados. Se acicalaron y se vistieron un trikini muy apropiado para la ocasión. El toque de distinción lo daba la chistera y el negro riguroso. Realmente la ocasión lo merecía. El tiempo había mejorado mucho, casi parecía verano y el caudal del río Rus rebosaba tras las últimas lluvias. Después de la cena de rigor, todos se bañarían para celebrar que dos alumnos podrían acceder a la selectividad. Los cuerpos fornidos y musculosos de los profesores llamaron la atención en el pueblo. Hicieron el paseíllo tradicional desde el instituto hasta los salones del banquete. Chicos y grandes los jalearon con pasión. Después llegarían ellas. Todos esperaban la sorpresa de su atuendo.
sábado, 27 de octubre de 2012
"Crónicas del turco (V)"
JORNADA V: "Paisajes de Erzurum"
El camino hasta Erzurum nos ofrece un paisaje de colinas peladas, mondas y lirondas. Muestran con pudor su piel agrietada por los años y el viento, la falta de una cosmética adecuada para reparar las epidermis marchitas. De vez en vez, los minaretes señalan una nueva población con la virilidad erecta de un potente pene anunciador. Los cementerios se desparraman por las laderas con discretas lápidas blancas de muertes anónimas. De repente, una línea de chopos rompe la aridez de las ondulaciones y aplica un bálsamo de verdura en el desértico panorama. Podríamos estar atravesando un páramo castellano o aragonés, pero la calidad del asfalto y el aviso de los minaretes nos solucionan la confusión.
Ya en Erzurum visitamos una madrassa, una escuela de teología coránica. La sala principal ofrece su bóveda imponente y se abren pequeños portillos en la sillería. Dan paso a estrechas mazmorras donde los chicos memorizaban las suras del Corán para recitarlas después ante el Imán. Se exponen en vitrinas, entre libros de teología y de trigonometría, las varas metálicas de castigo que utilizaban los rectores. Como en la España de otro tiempo, aquí también entraba la letra con sangre.
Entramos de nuevo en otra mezquita, otra vez nos descalzamos y las chicas se cubren la cabeza con velos azules y blancos. Las mullidas alfombras acarician nuestros pies con la misma suavidad que el trato de nuestros anfitriones. En un rincón, un musulmán tocado con un bonete de punto reza sus oraciones balanceándose una y otra vez sobre la alfombra, con mecánica oscilación. Las fotos con la cara cubierta por el velo convierten a nuestras chicas en mujeres misteriosas de las mil y una noches.
Las tiendas del mercado ofrecen especias aromáticas y escaparates contradictorios con trajes de gala para el rito de iniciación musulmán, preñado de charreteras y adornos, y ametralladoras enormes y pistolas con sus cargadores y munición. Enfrente, otra mezquita más humilde ofrece, a la entrada, unos urinarios con su dependencia para realizar las abluciones. Las moscas y el hedor de las deyecciones ahogan al visitante. Los practicantes parecen habituados a los intensos efluvios. Se hace necesario un trago de agua: las fuentes son abundantes, chorros reconfortantes de agua que se recoge en cacillo de cobre de uso comunal. Los comercios nos vuelven a trasladar a los años 70. Todo está en construcción. Las tiendas familiares, tradicionales, alternan su primitivismo con la modernidad vulgar de las empresas multinacionales. Las nuevas construcciones intentan ocultar la miseria y la vida cotidiana. Todo se resume en la vista aérea desde lo más alto de una instalación modernísima levantada para saltos de esquí. Desde la metálica y fría altura contemplamos la calidez de la realidad, abajo entre la heterogeneidad de edificios impersonales recién construidos y casas a medio caer.
Para terminar la jornada un restaurante muy acogedor cuelga la tradición musical de la zona sobre las paredes. Un dúo de músicos nos deleita con melodías extrañas, que dulcifican las pesadas horas de autobús que todavía nos quedan.
El camino hasta Erzurum nos ofrece un paisaje de colinas peladas, mondas y lirondas. Muestran con pudor su piel agrietada por los años y el viento, la falta de una cosmética adecuada para reparar las epidermis marchitas. De vez en vez, los minaretes señalan una nueva población con la virilidad erecta de un potente pene anunciador. Los cementerios se desparraman por las laderas con discretas lápidas blancas de muertes anónimas. De repente, una línea de chopos rompe la aridez de las ondulaciones y aplica un bálsamo de verdura en el desértico panorama. Podríamos estar atravesando un páramo castellano o aragonés, pero la calidad del asfalto y el aviso de los minaretes nos solucionan la confusión.
Ya en Erzurum visitamos una madrassa, una escuela de teología coránica. La sala principal ofrece su bóveda imponente y se abren pequeños portillos en la sillería. Dan paso a estrechas mazmorras donde los chicos memorizaban las suras del Corán para recitarlas después ante el Imán. Se exponen en vitrinas, entre libros de teología y de trigonometría, las varas metálicas de castigo que utilizaban los rectores. Como en la España de otro tiempo, aquí también entraba la letra con sangre.
Entramos de nuevo en otra mezquita, otra vez nos descalzamos y las chicas se cubren la cabeza con velos azules y blancos. Las mullidas alfombras acarician nuestros pies con la misma suavidad que el trato de nuestros anfitriones. En un rincón, un musulmán tocado con un bonete de punto reza sus oraciones balanceándose una y otra vez sobre la alfombra, con mecánica oscilación. Las fotos con la cara cubierta por el velo convierten a nuestras chicas en mujeres misteriosas de las mil y una noches.
Las tiendas del mercado ofrecen especias aromáticas y escaparates contradictorios con trajes de gala para el rito de iniciación musulmán, preñado de charreteras y adornos, y ametralladoras enormes y pistolas con sus cargadores y munición. Enfrente, otra mezquita más humilde ofrece, a la entrada, unos urinarios con su dependencia para realizar las abluciones. Las moscas y el hedor de las deyecciones ahogan al visitante. Los practicantes parecen habituados a los intensos efluvios. Se hace necesario un trago de agua: las fuentes son abundantes, chorros reconfortantes de agua que se recoge en cacillo de cobre de uso comunal. Los comercios nos vuelven a trasladar a los años 70. Todo está en construcción. Las tiendas familiares, tradicionales, alternan su primitivismo con la modernidad vulgar de las empresas multinacionales. Las nuevas construcciones intentan ocultar la miseria y la vida cotidiana. Todo se resume en la vista aérea desde lo más alto de una instalación modernísima levantada para saltos de esquí. Desde la metálica y fría altura contemplamos la calidez de la realidad, abajo entre la heterogeneidad de edificios impersonales recién construidos y casas a medio caer.
Para terminar la jornada un restaurante muy acogedor cuelga la tradición musical de la zona sobre las paredes. Un dúo de músicos nos deleita con melodías extrañas, que dulcifican las pesadas horas de autobús que todavía nos quedan.
lunes, 22 de octubre de 2012
"Crónicas del turco (IV)"
JORNADA IV: "El legendario Alejandro"
En el museo etnológico de Gumüshane los maniquíes nos esperaban con el gesto de plástico congelado. Los cachivaches: espadas, pistolas, romanas, camas de bronce y sillones turcos no nos ofrecen en realidad nada nuevo (todos los museos etnológicos son iguales). Solo los maniquíes en poses imposibles le dan un tono peculiar a esa casa tradicional. La convierten en un museo de cera humorístico.
Tras un viaje tortuoso entre escarpadas montañas, llegamos a unas minas de oro. El sol apretaba con fuerza para compensar el dorado brillo que no vimos. Nos esperaban los mineros de corta edad y un busto deslumbrante de Atatur que reflejaba la riqueza rebosante del suelo.
Para mitigar el calor de la jornada nos introdujimos en las profundidades de la montaña: una gruta curiosa en donde las estalactitas y las estalacmitas forjaban paisajes fantasmagóricos. Lo más relevante, un sombrero de vaquero que compró Alejandro para completar su imagen ya legendaria y unos bolígrafos trufados de espejuelos que el "abuelo" de Alejandro nos ofreció como presente (la gratitud turca no tiene límites).
Por la tarde alfombras de miel se extendían sobre estructuras metálicas para ser regadas con perlas de nuez. El sabor agradable y gomoso de los "pestil kome" suavizó el pesado trajín del viaje en autobús.
A la llegada a Gumüshane un episodio de Cocteau: el legendario Alejandro se lanza en brazos de su nuevo padre turco y, cubierto con su sombrero negro de vaquero de La Mancha, reconoce con jovialidad inocente que el Director del Lisesi es su nuevo abuelo. En tres días ha sido capaz de generar una familia de la nada, además de aprender a comunicarse con los turcos con una facilidad que para sí la hubieran querido los constructores de la torre de Babel. Todo transcurre en el despacho de una tienda de dulces con el desconcierto de una escena de teatro del absurdo. Cae el telón y el muecín vuelve a poner cordura sobre la ciudad.
En el museo etnológico de Gumüshane los maniquíes nos esperaban con el gesto de plástico congelado. Los cachivaches: espadas, pistolas, romanas, camas de bronce y sillones turcos no nos ofrecen en realidad nada nuevo (todos los museos etnológicos son iguales). Solo los maniquíes en poses imposibles le dan un tono peculiar a esa casa tradicional. La convierten en un museo de cera humorístico.
Tras un viaje tortuoso entre escarpadas montañas, llegamos a unas minas de oro. El sol apretaba con fuerza para compensar el dorado brillo que no vimos. Nos esperaban los mineros de corta edad y un busto deslumbrante de Atatur que reflejaba la riqueza rebosante del suelo.
Para mitigar el calor de la jornada nos introdujimos en las profundidades de la montaña: una gruta curiosa en donde las estalactitas y las estalacmitas forjaban paisajes fantasmagóricos. Lo más relevante, un sombrero de vaquero que compró Alejandro para completar su imagen ya legendaria y unos bolígrafos trufados de espejuelos que el "abuelo" de Alejandro nos ofreció como presente (la gratitud turca no tiene límites).
Por la tarde alfombras de miel se extendían sobre estructuras metálicas para ser regadas con perlas de nuez. El sabor agradable y gomoso de los "pestil kome" suavizó el pesado trajín del viaje en autobús.
A la llegada a Gumüshane un episodio de Cocteau: el legendario Alejandro se lanza en brazos de su nuevo padre turco y, cubierto con su sombrero negro de vaquero de La Mancha, reconoce con jovialidad inocente que el Director del Lisesi es su nuevo abuelo. En tres días ha sido capaz de generar una familia de la nada, además de aprender a comunicarse con los turcos con una facilidad que para sí la hubieran querido los constructores de la torre de Babel. Todo transcurre en el despacho de una tienda de dulces con el desconcierto de una escena de teatro del absurdo. Cae el telón y el muecín vuelve a poner cordura sobre la ciudad.
domingo, 21 de octubre de 2012
Presentación de "Bilis" en la FNAC de Valencia
Ayer, 20 de octubre, presentamos "Bilis" de nuevo, en la FNAC de Valencia. Aquí cuelgo el vídeo de las intervenciones de Anahit (ediciones Carena), Javi Castellanos, David Arona y la mía. Es un gusto ver que la gente se interesa por lo que uno hace y va hasta Valencia no solo a cenar, sino también a oír hablar de literatura (o algo parecido).
Las intervenciones de Anahit y Javi:
Mi intervención:
La intervención de David:
miércoles, 17 de octubre de 2012
FOTOMATÓN (I)
Aquí dejo las dos obras maestras que me han enviado los dos alumnos de 2º de Bachillerato para comenzar con este nuevo espacio de Literatura Universal, "Fotomatón". Pedro Arribas y Marina Fernández Nieva nos deleitan con dos poemas inspirados en la ilustración que dejé en la primera entrada. Vuelvo a colgar mi poema también. Esto comienza a funcionar. A final de curso veréis qué libro más chulo podemos encuadernar. Ahí va la de PEDRO ARRIBAS (alumno de 2º de Bachillerato C):
Esta es la historia de un joven cansado de esperar,
cansado de recordar,
con ganas de olvidar.
Decidió robarle un beso a aquella a la que más quería,
en la que su cara se reflejaba la luz del día
y en ella siempre sonrisa había.
Ese sentimiento llamado amor,
en el cual hay vencido y vencedor.
Ella le sacó de su agonía
con su persistente alegría.
Los jóvenes se besaban,
sin importarles quién mirara.
El reloj permaneció parado,
y el beso de aquellos jóvenes inmortalizado.
Pedro Arribas
Y la de MARINA FERNÁNDEZ NIEVA (2º de Bachillerato):
Y el mío:
Esta es la historia de un joven cansado de esperar,
cansado de recordar,
con ganas de olvidar.
Decidió robarle un beso a aquella a la que más quería,
en la que su cara se reflejaba la luz del día
y en ella siempre sonrisa había.
Ese sentimiento llamado amor,
en el cual hay vencido y vencedor.
Ella le sacó de su agonía
con su persistente alegría.
Los jóvenes se besaban,
sin importarles quién mirara.
El reloj permaneció parado,
y el beso de aquellos jóvenes inmortalizado.
Pedro Arribas
Y la de MARINA FERNÁNDEZ NIEVA (2º de Bachillerato):
Todo era muy extrañoMarina Fernández Nieva
no sabía ciertamente dónde iríadónde estaba, lo único que me despedíade mi fiel compañera de viaje.Te di un beso, un abrazopero no puedo alejarte de mísabiendo que te pierdo para siemprey empiezo a amarte como jamás hice.No quiero en el recuerdo este momento,rabia, pasión y amor a la vezimposible describir esa rara sensaciónque recorría mi cuerpo con miedo.Por unos instantes todo se paraba, no había nadiesolamente nuestras almas se fundían,de repente todo corría muy rápido,mucha gente, humo, trenes que se ibansin camino no de vuelta.Si a esta vida que sin rumbo llegué,nunca podré descubrir lo que me encontrétan bien sentir me hacía, que decidícogerla fuertemente y evitarme cierta despedida.
Y el mío:
SE BESARON
Se besaron,
hasta acabarse las lenguas,
hasta fundir las pupilas de los transeúntes,
hasta destrozar el pasado de la ciudad y abrasarla de color.
Se besaron eternamente,
después de que los gusanos
les hurtaran las salivas,
después de que la tierra
les minara las bocas.
Se besaron en la acera de la muerte,
donde se resbalan los zapatos de charol
de los paseantes sin voz,
donde se resiste el amor
al leviatán del tiempo.
Y traspasa la imagen varada
un helor de amor
tan intangible como el reflejo de un estanque helado.
Se besaron
y se amaron
posiblemente
en una habitación
oscura
bajo la llama de una bombilla oscilante
que ahora yace en el fondo de una montaña de escombro,
entre un abrigo largo y una maleta desvencijada..
jueves, 11 de octubre de 2012
"Crónicas del turco" (III)
JORNADA III: "Lisesi, té y danza turca"
La jornada de recepción en el instituto turco nos deja con la boca abierta: el despacho del Director Chemal se abre ante nosotros como el de un ejecutivo de postín. Nos sentamos en sillones de lujo y se nos ofrece té mientras seguimos babeando ante la solemnidad de la sala. Para contrarrestar el exceso de formalismo, Chemal nos muestra en la pantalla de su ordenador una colección de fotos de su visita a España. Entra una alumna con uniforme impoluto y le hace una reverencia a Chemal. Se dirige a él como si se tratara de Solimán el Magnífico. Todo transcurre entre la parsimonia relajada de los actos sociales orientales y la sesión fotográfica de un pase de modelos acogotados por la confusión.
En el acto de acogida, suenan los himnos como piedras indigestas. El ritual se viste de negro cuando aparecen en escena los gerifaltes de la ciudad: personajes de cartón piedra con pelo de muñeco de ventrílocuo. A las bailarinas del folklore turco les brilla el entusiasmo bajo el casquete y los abalorios que cuelgan sobre sus frentes. El grito estridente que marca los pasos brota de una garganta adolescente plena de alegría.
En las aulas se respira un aire de silencio disciplinado, extraño para nosotros. Los pupitres de madera antigua y los uniformes de los muchachos resudan un aroma de marcialidad. Las pizarras electrónicas contrastan con ese ambiente de colegio antiguo que tanto recuerda a los españoles de posguerra. Se confirma la sensación cuando paseamos por los inmensos corredores oscuros, repintados y decorados con enormes cartelones que glorifican a los héroes de la patria.
En la comida se mezclan sabores españoles, rumanos y turcos con algún plato extraño salido de lo más hondo de los infiernos. Un aguardiente rumano camuflado como agua atraviesa el esófago y nos descubre la sensación del aparato digestivo con fuego revelador.
Cena turca de bienvenida. Otra vez esa extraña disposición de lo formal: los directores en mesa a parte para señalar distancia con respecto al resto de los mortales. Esas pequeñas hamburguesas turcas aparecen por todas partes, las regamos con agua y con vino rancio rumano. Todo el formalismo se deshace en cuanto suena la música turca y todos salimos a gozar de su espíritu jovial y hospitalario. Cogidos de las manos o con los brazos en aspa, imitando el vuelo de buitres torpes, giramos en torno a una columna. Las mujeres a un lado; los hombres, al otro. Los pies se cruzan levemente con pasos rítmicos que a algunos nos resulta imposible seguir. A otros, en cambio, no. Estos sudores del baile se agradecen y nos sirven para comunicarnos a los que no gozamos del don de las lenguas. La calidez oriental, el regocijo del banquete, nos hace mullida la estancia y nos va instalando con comodidad en el regalo de nuestros compañeros homéricos. Largos son sus brazos para mecernos.
martes, 9 de octubre de 2012
"Crónicas del turco" (II)
JORNADA II: "La ladera esculpida y el caballero de Trapisonda"
Un griego y un turco se encontraron en la ladera de una montaña escarpada y tuvieron un sueño común: debían fundar una comunidad en una caverna rodeada de abetos. Corría el siglo IV, los móviles todavía no podían dar noticias de la actualidad más inmediata, todavía no podían informar sobre las incidencias de los hospitales. Con el tiempo todo se adornaría mucho más: el roquedal colgado de la ladera se convertiría en un pequeño pueblo de piedra con tahona y capilla excavada en la roca viva. Los frescos del medievo con pantocrátor de vivos colores recuerdan a un San Isidoro de León alpino. Las fachadas todavía muestran restos del cromatismo encendido de las iglesias ortodoxas. La ciudad de piedra ha resistido los embates del tiempo, acurrucada entre las ramas y la inaccesibilidad de la montaña escarpada. El horno de piedra tampoco es tan distinto de los actuales (en el fondo no hemos cambiado tanto, comemos el mismo pan).
Seguramente, el turco que soñó una ciudad de piedra colgada de los abetos era muy parecido a este incansable Razim que dirige nuestros pasos: se desvive por controlarlo todo, por acercarnos todos los detalles de la belleza de esta construcción, que no nos quede nada por saborear, que no dejemos nada en el tintero. El monasterio de Sumela lo construyó él, comenzó con seguridad en el siglo IV y lo decoró en el XIV y esperó a que llegáramos nosotros en el XXI para mostrarnos lo que tanto trabajo le había costado, con el afán de quien desea alardear de su obra.
Aturdidos aún por la belleza de la montaña esculpida, llegamos a Trapisonda o a Trabzon (como ahora la llaman). En los libros de caballerías, Trapisonda, Trebisonda, era una ciudad legendaria en donde los caballeros daban muestras de su valor ante endriagos y renunciaban al amor de ninfas entregadas. Ahora el mar Negro, a la caída de la tarde, se convierte en plomo fundido y se confunde con el horizonte. Parece tan denso que las barcas no navegan, rompen la sólida superficie de metal y avanzan con dificultad. La única cerveza de Turquía convierte las aguas en una papilla lenta que embalsama la mirada. Razim, legendario, guerrero arcaico, se despliega en batería.
lunes, 8 de octubre de 2012
"Crónicas del turco"
PREÁMBULO
Cervantes fue raptado por unos piratas turcos en pleno mar Mediterráneo y llevado a unos "baños", a una prisión, en donde nadie sabe lo que pudo padecer a manos de sus raptores. Nosotros en Gümüshane hemos sido reos también de los turcos, pero los tiempos han cambiado: no hemos padecido la violencia de la guerra, sino el placer del agasajo de la legendaria hospitalidad homérica. Odiseo disfrutó en la isla de los efesios del placer del huésped, nosotros la hemos rememorado: nuestros "raptores" se desvivían por nosotros, esperaban nuestros deseos para colmarlos, atendían a nuestras necesidades para satisfacerlas. Como Odiseo atravesamos el Helesponto y sufrimos y gozamos de las aventuras del viaje a lo desconocido, a una cultura, a un mundo tan distante del nuestro que nos pareció viajar en el tiempo más que en el espacio. Los dioses nos han protegido y apreciamos su mano en la fortuna que nos ha acompañado en este viaje.
JORNADA I: " La letanía del muecín"
Las doce y media, el muecín llama a la oración a los fieles. El canto atraviesa los cristales de las ventanas y las laderas de las montañas escarpadas. La ciudad se ahoga en su letanía de megáfonos y amplificadores, se recrea en el cante, entre un Enrique Morente con síntomas de afonía y una plañidera de excelentes pulmones. Una mujer camuflada tras un hábito negro que le llega hasta los tobillos deja al aire sus ojos. Empuja la silla de un columpio sobre el que un niño de corta edad estira las piernas y sonríe. Desde la habitación de un hotel con todas las comodidades occidentales, se estampa la escena en las retinas del turista para dislocar la sensación de cotidianidad.
La universidad intenta darnos esa imagen de modernidad vulgar que contrasta con el mundo oriental y primitivo. En una de las salas, cuatro pantallas de televisión enormes se ofrecen para jugar a la Play. Los chicos manejan teléfonos móviles de última generación, pero sus miradas lloran la nostalgia de aquellos guerreros otomanos que azotaron el mar Mediterráneo y hostigaron a los marineros españoles e italianos. Su cordialidad nos hace olvidar su intento de incorporarse a la vulgar modernidad, nos ofrecen té de rosa mosqueta y té negro que ahuyenta los vapores de las salas desnudas del edificio recién construido con la impersonalidad de la arquitectura sin alma. Las sonrisas sinceras de los profesores turcos destilan toda la calidez que le falta al nuevo edificio.
La odisea de 26 horas de viaje comienza a valer la pena. El último trayecto ya prometía lo suyo: cuatro profesores turcos me embarcan en un automóvil (recuerdo a Cervantes apresado por los piratas). El conductor atraviesa el asfalto destrozado por las obras con la pericia de un conductor de Fórmula 1, o con la locura del que no conoce el miedo a la muerte. Nos detenemos en la mitad de la noche, en la mitad de la nada, para fumar un cigarrillo turco que todos aspiran con ansia. Solo hemos podido hablar de fútbol, no compartimos lenguas, ni siquiera raíces comunes, solo el fútbol nos sirve de referencia para desplegar nombres que compartimos (Ronaldo, Madrid, Barcelona, Besiktas, Galatasaray, Messi, Arda Turan...), vulgaridades que sirven para tomar contacto, para tocarnos levemente.
El viaje ha sido largo y tortuoso. Todos mostramos el cansancio de los aeropuertos y el hastío de la espera, pero el recibimiento de los turcos ya nos avisa de su incandescencia, de sus ganas por complacernos. Todavía no podemos apreciarlo, es demasiado tarde y los kilómetros nos han embotado los sentidos.
Al día siguiente, encastrados entre altas montañas áridas y empujados por el cauce de un río que deja en sus riberas un pueblo en construcción, comprobamos que la experiencia no va a ser anodina, que las flechas de los minaretes que anuncian la mezquitas nos han trasladado mucho más allá de un viaje común.
Visitamos antiguas construcciones del imperio otomano, ruinas de un mundo poderoso que solo ha pervivido en restos de lienzos y murallas. La mezquita de Solimán el Magnífico nos traslada de nuevo al tiempo de Cervantes, al momento del conflicto entre los dos imperios que se disputaban el dominio del Mediterráneo. No veo la fiereza de los turcos de la que hablaba el manco de Lepanto en los rostros de nuestros anfitriones, todo lo contrario, la dulzura y la cordialidad desmiente la imagen enemiga que el autor del Quijote tenía de ellos.
En la calle comercial de Gümüshane las barberías para caballeros dominan con insolencia: "Kuafur" se puede leer en los cristales y, a través de ellos, los hombres se solazan en el recreo del afeitado, del acicalado y de la conversación sosegada. Un aroma dulzón riega toda la avenida. El pavimento levantado, el tráfico anárquico, sin reglas, sin código y sin accidentes (un milagro de los dioses). Nos hemos trasladado a los años 70: veo los comercios familiares de la España de aquella época revividos, las barberías, las tiendas de especias, los comercios de "pestil köme" (dulces de las mil y una noches), los hombres sentados al fresco tomando té y charlando alrededor de pequeñas mesas, las panaderías con llamativos escaparates en los que se exponen hogazas de pan de pueblo y rollos de sésamo. La arquitectura voraz del desarrollismo ha arrasado las construcciones tradicionales de este pueblo: se erigen altos edificios donde antes seguramente habría mansiones muy semejantes a las alpinas. Algunas de ellas han quedado como muestras de museo. Todo semeja a los 70 salvo que la tecnología es del siglo XXI: móviles, pantallas planas, todo tipo de artilugios de la nueva generación, junto a váteres turcos de agujero que obligan a posturas a las que ya no estamos acostumbrados.
Cenamos en una de esas mansiones alpinas que se ofrecen como recuerdo de un pasado que ha anegado la modernidad. Yogur con berenjenas, arroz rojo con lechuga frita, queso fundido..., los sabores también nos trasladan a otro espacio y a otro tiempo. El aroma dulzón de las calles se traslada al paladar para llenarnos la boca de nuevos abrazos.
Cae la noche, el muecín vuelve otra vez a salmodiar sus letanías de flamenco desvaído y nosotros, agotados, caemos rendidos en nuestras camas de hotel occidental.