martes, 9 de octubre de 2012
"Crónicas del turco" (II)
JORNADA II: "La ladera esculpida y el caballero de Trapisonda"
Un griego y un turco se encontraron en la ladera de una montaña escarpada y tuvieron un sueño común: debían fundar una comunidad en una caverna rodeada de abetos. Corría el siglo IV, los móviles todavía no podían dar noticias de la actualidad más inmediata, todavía no podían informar sobre las incidencias de los hospitales. Con el tiempo todo se adornaría mucho más: el roquedal colgado de la ladera se convertiría en un pequeño pueblo de piedra con tahona y capilla excavada en la roca viva. Los frescos del medievo con pantocrátor de vivos colores recuerdan a un San Isidoro de León alpino. Las fachadas todavía muestran restos del cromatismo encendido de las iglesias ortodoxas. La ciudad de piedra ha resistido los embates del tiempo, acurrucada entre las ramas y la inaccesibilidad de la montaña escarpada. El horno de piedra tampoco es tan distinto de los actuales (en el fondo no hemos cambiado tanto, comemos el mismo pan).
Seguramente, el turco que soñó una ciudad de piedra colgada de los abetos era muy parecido a este incansable Razim que dirige nuestros pasos: se desvive por controlarlo todo, por acercarnos todos los detalles de la belleza de esta construcción, que no nos quede nada por saborear, que no dejemos nada en el tintero. El monasterio de Sumela lo construyó él, comenzó con seguridad en el siglo IV y lo decoró en el XIV y esperó a que llegáramos nosotros en el XXI para mostrarnos lo que tanto trabajo le había costado, con el afán de quien desea alardear de su obra.
Aturdidos aún por la belleza de la montaña esculpida, llegamos a Trapisonda o a Trabzon (como ahora la llaman). En los libros de caballerías, Trapisonda, Trebisonda, era una ciudad legendaria en donde los caballeros daban muestras de su valor ante endriagos y renunciaban al amor de ninfas entregadas. Ahora el mar Negro, a la caída de la tarde, se convierte en plomo fundido y se confunde con el horizonte. Parece tan denso que las barcas no navegan, rompen la sólida superficie de metal y avanzan con dificultad. La única cerveza de Turquía convierte las aguas en una papilla lenta que embalsama la mirada. Razim, legendario, guerrero arcaico, se despliega en batería.
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