Continúa el estudio sobre "Criaturas del Piripao" de David Arona.
Yury M. Lotman en su análisis del formalismo ruso y del estructuralismo checo busca definir la literatura en función de la lengua literaria. Para ello se fija en dos ejes: el paradigmático y el sintagmático, el de la selección del léxico y el de la combinación sintáctica de las palabras. La novela consigue su naturaleza poética por la elección del léxico y su activación de los significados connotativos. Siempre el vocablo elegido busca un significado complejo, rotundo, repleto de sugerencias; más próximo al conceptismo barroco que al culteranismo. Siendo así, ¿cómo es que la lectura de la novela fluye y el lector se desliza cómodamente por sus páginas? La respuesta se halla en el eje de la combinación. El autor opta por una sintaxis sencilla, clara, muy alejada del culteranismo latinizante y propia de un narrador del siglo veintiuno, capaz de agilizar la expresión hasta que empape al lector y este se sienta inmerso en el mundo narrado. Para ejemplificar lo dicho, he elegido el principio del capítulo X, aunque valdría cualquier página de la novela, lo que nos da una idea del rigor narrativo y del trabajo literario del autor. Cito: “No pudo fray Berto dirigir las exequias de los funerales…Desde su perspectiva, podía gozar de la deliciosa belleza de la viuda muerta… El templo vibraba tenso con la gravedad de los latines huecos del obispo Cañizares, mentor de fray Berto y oficiante eximio de la ceremonia…Todo era oscuro en el altar salvo la tez acuosa de Doña Miranda. Su resplandor terminó por imantar la atención de Berto… La letanía de las exequias recordaba a los ensalmos hipnóticos de Mencía. Su compás repetitivo penetraba en el ánimo de los asistentes”. Si observamos la sintaxis, veremos que se trata de oraciones con una estructura, que a veces se altera levemente, pero que es la natural en castellano, sujeto, verbo y complementos (subrayado). Existen, como no podría ser de otro modo, oraciones coordinadas y complejas por subordinación, pero esencialmente sencillas y claras, porque lo que suelen hacer es duplicar o triplicar funciones con una estructura tan tradicional y poética en nuestra literatura como el paralelismo o la enumeración: “Su resplandor terminó por imantar la atención de fray Berto, (introduce la construcción de participio) atraído desbocadamente por los afeitados labios de la viuda, por su cuidado cabello de oro, por su porte delicado. Si hubiera estado a solas con la muerta, si toda esa cohorte infame que asistía al sepelio no estuviera allí, (duplica la condicional e introduce una subordinada de relativo) la habría abrazado hasta exprimir su inane cuerpo, le habría lamido los afeites que embadurnaban su cara, la habría gozado con furia irreprimible…”
Así pues, la sintaxis fluye, el léxico extraña. Solo un apunte más sobre el léxico. El sintagma “deliciosa belleza de la viuda muerta” se abre y se cierra magistralmente con dos adjetivos, aparentemente opuestos y solo reconciliados en la mente enfermiza del cura, quien en su deseo sexual desviado concibe la belleza de la muerta como deliciosa, un adjetivo del ámbito gastronómico, que nos pone en la pista del vicio necrófilo del clérigo.
En “El templo vibraba tenso con la gravedad de los latines huecos del obispo Cañizares”, toda la oración constituye un verso magistral, de ahí el carácter poemático de la novela. La sonoridad del sujeto, verbo y complemento predicativo (subrayado) debido a la acumulación aliterada de oclusivas y nasales (p, t, b/v y m, n) nos sugiere la propia vibración de la liturgia, el eco de los latines dentro del templo. El adjetivo “tenso” está repleto de connotaciones: tensión por la presencia del obispo fanático, tensión sexual de fray Berto, tensión de Don Alvar por su situación ante el Santo Oficio, tensión por todo lo que se va a precipitar tras el funeral y que supondrá el desenlace de la historia.
El asunto no acaba ahí. Los latines son “huecos”, es decir, nada dicen a la feligresía que no entiende el latín, pero además sugiere el adjetivo, que la liturgia es un rito automatizado, carente de alma y de sentimiento, pues para el obispo es un oficio funcionarial sin espíritu. El apellido del obispo ni lo comento.
Para postre, el narrador lanza un último dardo: “las exequias recordaban a los ensalmos hipnóticos de Mencía”. Con el adjetivo “hipnóticos” está asociando la liturgia católica a los rituales nigrománticos de Mencía, lo que supone un mensaje subliminal de importante calado: tan supersticiosos y absurdos son unos como otros. Obedecen a una deformación pueril y, en algún caso, interesada y peligrosa de la necesidad de espiritualidad del ser humano. Mencía y su religión, sus creencias suponen una competencia a una iglesia que se define como católica, es decir, universal y que, por tanto, debe imponerse a otras creencias similares que no se ajusten a su dogma.
La descripción del obispo Cañizares no tiene desperdicio: “El bonete cárdeno cubría levemente su enorme calavera, salpicada de lunares de barro propios de la vejez. Del pico de loro le rezumaba una moquilla líquida que le hacía sorber continuamente en mitad del discurso…” Con tres trazos, nos traslada la caricatura del personaje. Su calavera nos indica la proximidad de su muerte y la muerte que representa (frente al Dios es amor, ellos se empecinan en convertirse en el anticristo); los lunares de barro sugieren la materialidad y suciedad del personaje y el pico de loro, su propensión a reiterar el dogma, instrumento de obediencia y sumisión. Además supone un proceso de animalización sarcástica para presentar a la más alta autoridad eclesial de la historia narrada.
Por último, no me resisto a no comentar la descripción de la catedral que abre el capítulo XXIX. “Las nieves habían tejido en los tejados de la ciudad un tapiz de clara suavidad. La catedral desmochada engullía negras figuras que se destacaban en el fondo blanco de la escalinata. Un cuervo descarado, desde la altura del rosetón, daba la bienvenida a los transeúntes que se agolpaban de buena mañana en la plaza. Las calles heladas crujían bajo el peso de los carros. Los carpinteros se afanaban en rematar el gran estrado que cubría gran parte de la plaza mayor. El corazón de Cuenca, abrazado por la mutilada gravedad de la catedral, era un tamborileo sordo de clavos penetrando la madera. Un aroma de muerte festiva encendía la mañana de la ciudad.
Se respiraba el aire tullido con febrilidad morbosa. Las gentes se arracimaban, ocultas bajo los bastos paños del invierno. El nerviosismo que acompaña la proximidad del espectáculo dejaba en los cuerpos helados un temblor de alferecía, un rumor tétrico. Los vanos de las ventanas guillotinaban medios cuerpos curiosos que respiraban el frío cortante y observaban el lujo de los escaños de terciopelo dispuestos sobre el tablado…”
La “catedral desmochada” deviene símbolo de la realidad de la iglesia que para nada apunta hacia el cielo ni busca la espiritualidad, sino que queda achatada, próxima a la tierra y a los devenires más mezquinos de la materia. “La catedral desmochada engullía negras figuras…” El verbo representa la voracidad de la iglesia hacia los creyentes, las negras figuras, la vocación de muerte de esta religión que junto con el judaísmo y el islam la sacralizan.
Si reparamos en el campo léxico asociativo de la descripción, comprobamos como la selección de vocablos (calles heladas, mutilada gravedad de la catedral, un cuervo daba la bienvenida, tamborileo sordo de clavos penetrando la madera, un aroma de muerte festiva encendía la mañana de la ciudad) imprime en el subconsciente del lector el gusto por lo macabro de un pueblo, una inclinación enfermizamente morbosa que nos empuja a regodearnos con la crueldad hacia nuestros semejantes que ignoro si es privativa de lo español o inherente a la condición humana y también ignoro si lo hemos superado ya o tan solo lo reprimimos y disimulamos. La novela nos lanza algunas cuestiones al respecto que el lector debe solventar. La narración no busca la tranquilidad del final feliz, nos invita a contemplarnos en el espejo de este universo que jamás debió existir para procurar que no pueda reproducirse.
Criaturas del Piripao es, así pues, una invitación a asumir nuestras taras y dar un paso hacia un futuro más justo y humano, pero recordando lo que fuimos y, desafortunadamente, lo que todavía como especie en algunos casos seguimos siendo…
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