martes, 4 de noviembre de 2025

El mundo de ayer



Cumplir años provoca una triste conclusión: el mundo es un lugar inhabitable. Por eso no son fiables esas opiniones en las que el tiempo actual siempre sale perdiendo al compararlo con un tiempo anterior. He oído a muchachos de 17 años (2º de bachillerato) quejarse amargamente de la degeneración de la raza cuando ven el comportamiento de sus compañeros de 2º de ESO (13 años). “Nosotros no éramos así “. Y ese “así” es demoledor. Si en el lapso de tan solo 4 años nos vemos abocados a contemplar la degeneración absoluta de las nuevas generaciones, qué no ocurrirá cuando llegamos a los 50 o a los 60. El mundo se convierte en un lodazal irrespirable, en un albañal de dónde no se puede sacar nada limpio.
Con el paso de las décadas, nuestra juventud se convierte en un edén, rodeados de entornos inteligentísimos y educadísimos, que hacían de nuestro pasar un idilio constante. “Nuestras bromas eran muy sanas, no como las de ahora” (por ejemplo pintar un perro a rayas).
El mundo de ayer (cito a Zweig) en Viena era una nueva Atenas. Con la 1ª Guerra Mundial todo se fue al traste. Kierkegaard (ahora cito a Faemino y Cansado) cree que la decadencia de Occidente viene de antes (era un hombre del XIX), y todo lo ve muy negro, casi más que Zweig. Podríamos ir hacia atrás hasta Sócrates y comprobar cómo todos juzgan su presente de viejos como la degeneración absoluta de las mocedades felices que vivieron en su juventud.
Yo también creo que la generación actual está perdida, son salvajes sin cencerro ni solución posible. Pero no me fío de mi criterio ni de mi juicio. Porque un boxeador sonado por la edad, zarandeado por los años y vapuleado por los golpes de la vida (casi en la lona) no es fiable. Un tarado mediatizado por su tristeza no tiene fiabilidad para enjuiciar el comportamiento de nadie. Los deseos han menguado, la curiosidad se ha reducido a la mínima expresión, el sexo no existe, todo (la música, la literatura, el teatro, el cine) ha perdido interés. No, no me fío de mi juicio en absoluto. Y menos para analizar la involución del paso del tiempo, algo en lo que hasta los más sabios han patinado vergonzosamente.

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