Suena Madeleine Peyroux, suave, tierna, sola. Extiende un rastro de melancolía afiladísimo. La música me convierte en un alma en pena, ya lo era, pero este aire nostálgico, quejumbroso, de voz arrastrada, me acongoja, me desguaza. Por la escalera de Hacienda sigue bajando gente sin mirada con papeles en la mano. No hay esperanza.
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