El País Vasco es un destino ideal para pasar unos días de verano. Me gusta el País Vasco, me gustan sus gentes y siempre que he venido he disfrutado como un salvaje de todo lo que se ofrece aquí. Hay tres cualidades que me excitan especialmente: su manera de cagarse en dios, tan intensa, tan sincera, tan potente; sus pintxos y su clima. Luego podríamos hablar de algunas otras, como el cuidado que ponen en la conservación de sus calles y sus edificios, el paisaje maravilloso que te sosiega el alma y la nobleza de sus gentes (como decía Sanchís Sinisterra en el Florido pensil). Por si fuera poco, estoy en Vitoria, una ciudad habilitada para peatones y ciclistas y no para los automóviles. Una ciudad donde se celebra, entre otros acontecimientos, un festival de jazz maravilloso.
Hemos tenido la oportunidad de escuchar de momento a dos grupos que nos han levantado el ánimo, nos han revitalizado, a nosotros, viajeros maduros (por no decir viejos), a los que es difícil emocionar. Un pianista y una saxofonista americana nos han espabilado después de andar de cerveza en cerveza por las tabernas de la ciudad. Adrián Royo y Chelsea Carmichael se llaman. Nos han elevado el ánimo, nos han deslumbrado, nos han vuelto devotos del jazz moderno. Él, delicado, virtuoso; ella, potente, intensa, salvaje. Tras pasear por los parques de Vitoria y de comer en un caserón del siglo XV ("El Portalón") nada mejor que un espléndido achuchón estético de la mano de estos músicos jóvenes y animosos. Luego fuimos a Cuchillería a comprobar si don Celedón había llegado. Nos ha parecido verlo, sí.
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