miércoles, 30 de marzo de 2022

Mi opinión sobre la huelga de transportistas

Uno de los camiones que más me ha impresionado de todos los que he visto por esas carreteras del mundo fue aquel en el que destacaba el siguiente lema: "LA MÁKINA DEL AMOR", así, en letras mayúsculas sobre el parabrisas, en tipografía roja fuego. La puerta del conductor la adornaba una muchacha espectacular en paños menores y con la lengua fuera. Ayer mismo, después de la vuelta del transporte pesado, tuve la oportunidad de disfrutar de otro camión si cabe más estremecedor que el anterior. Estaba dedicado al transporte de animales y en su parte trasera había una gran fotografía donde dos lechoncitos sonreían alegremente sentados en un aula antigua con pupitres de madera. ¿Puede haber algo más enternecedor? La imaginación vuela y se te va a esos lechones recién sacados del horno, engrasados, apetitosos y vestidos con babero de rayas. ¿Dos lechones o dos tiernos niños de ocho años?, qué importa, ahí está la gracia y el arte publicitario de esa fotografía gigante. Por favor, no paréis más, no nos privéis del arte naïf de autovía.  

"Elogio de los libros que odias a los 15 años" por Javier Rodríguez Marcos




1 El futuro siempre tiene razón. Y dice: alguien de 75 años puede hacer una transferencia en un cajero automático, pero alguien de 15 no puede leer un texto escrito en su propio idioma.

2 Prueba de examen: A. “Te quiero ride como a mi bike / hazme un tape modo spike / yo la batí hasta que se montó / segundo es chingarte / lo primero Dios”. B. “El amor faz sotil al omne que es rudo; / faze le hablar fermoso al que antes es mudo”. ¿Cuál de ellos parece más medieval?

3 El texto A, los menores ya lo han adivinado, es de Rosalía. El B, tal vez lo recuerden los mayores, del Arcipreste de Hita. El primer disco de la cantante ―Los ángeles― incluye una versión de Aunque es de noche, de san Juan de la Cruz. El Arcipreste, por su parte, ha sido invocado como antecedente por una de las escritoras más contestatarias de la actualidad, Cristina Morales, autora además de una novela feminista titulada Introducción a Teresa de Jesús, redactada en un castellano que remeda el del siglo XVI. Cuesta creer que se hayan roto los puentes con el pasado. Por mucho que incomoden las películas en versión original. O en blanco y negro.

4 Hércules y Spiderman son lo mismo: superhéroes.

5 Un reciente estudio sobre la enseñanza de la literatura señala la torpeza de seguir utilizando como criterio la cronología y la nacionalidad. Muy cierto. Sobre todo si se le suma el regionalismo autonómico ―un poeta cacereño en lugar de Cernuda― y se insiste en obligar a los alumnos a memorizar nombres y títulos que olvidan cuando aprueban la EBAU.

6 A eso, nos dicen, hay que añadirle tres problemas: el aislamiento asociado al acto de leer, la longitud de los textos y su antigüedad. No es un tema menor: ahora parecen defectos lo que antes se consideraban virtudes.

7 “Fue escrito por un Balzac medieval. La guerra es para él, ante todo, una empresa financiera. Dado que la guerra es costosa, esta debe ser rentable. La cabeza del caballero, hasta que alguien se la corta, estaba siempre llena de cálculos”. Así analiza Wislawa Szymborska el Poema del Cid en sus Lecturas no obligatorias. Tal vez Balzac necesite una nota al pie, pero la interpretación “polaca” de la Reconquista no tiene desperdicio.

8 Lo obligatorio es anatema. Sin embargo, a cierta edad lo son las matemáticas y las espinacas. Todo depende de cómo se cocinen.

9 El dilema es este: formar estudiantes para los clásicos o reformar clásicos para los estudiantes. Es cuestión de grados: también Mozart tuvo su Luis Cobos.

10 El pasado siempre es sospechoso. Por eso nos empeñamos en decir que los fenicios eran como nosotros y que Velázquez retrata a la perfección la sociedad actual. Tal vez resultaría más interesante subrayar lo mucho que les debemos y lo poco que nos parecemos a ellos. Como los seres humanos de 15 años respecto a los de 75.

viernes, 25 de marzo de 2022

El pañuelo de Marlon Brando



Marlon Brando llevaba un pañuelo al cuello en la película El rostro impenetrable que cayó en manos de Chiquito de la Calzada. Uno de los aficionados japoneses al cante flamenco más ricos del mundo asistió a una actuación de Chiquito en Tokyo antes que este fuera humorista famoso. Tanto se emocionó con los jipíos del cantaor que Haruki (así se llamaba el millonario japonés) le regaló el pañuelo de Marlon Brando. Se lo entregó con la cabeza gacha en señal de absoluta admiración: "Esto es lo que más aprecio de la cultura occidental. Tú lo debes tener porque nadie me ha emocionado más con una canción". Chiquito no sabía qué hacer con el pañuelo de Marlon Brando. Se lo puso en una de sus películas "Aquí llega Condemor, pecador de la pradera", calificada con estrella y media por Filmaffinity, donde actuaba junto a Bigote Arrocet. Arrocet se salvó de una estampida de caballos en esa misma película y atribuyó su suerte al pañuelo que ese mismo día le había dejado su amigo Chiquito. Sabedora del poder mirífico del pañuelo, Leticia Sabater le robó el amuleto a Bigote, quien le había dicho a Chiquito haberlo perdido en el hospital. La suerte no tardó en visitar la casa de Leticia. Pronto le llegó el contrato de azafata de la Vuelta y el salto a la fama. Su éxito con la "Salchipapa" avisaba de que todavía obraba en su poder el pañuelo de Brando en 2016. Aún en 2019, su canción, "18 centímetros, papi", es indicio seguro de que no había perdido su talismán. El pañuelo de Marlon Brando se vio por última vez en el coche de Pedro Sánchez, al poco de empezar su gira para convencer a los afiliados del PSOE de que era el candidato ideal para presidir el partido. Si lo tiene él todavía o si lo perdió a manos de Trump en una famosa timba que organizó Putin a finales del 2019, nadie lo sabe. Muchos son los buscadores de tesoros que andan tras él, muchos los ufólogos, pediatras y cantantes de ópera que suspiran por poseerlo y más numerosos aún los periodistas de televisión que rezan por encontrarlo. Según se dice en algunos mentideros, es una fuente inagotable de historias que luego serán galardonadas en los Premios Primavera, Planeta y Nadal. Otros aseguran que es Bertín Osborne quien lo tiene, por qué si no iban a darle a este señor un programa en televisión. Aunque es un argumento muy endeble, si miramos con detalle la parrilla televisiva de nuestras cadenas.      

domingo, 20 de marzo de 2022

La edad de la tonsura

Estoy entrando en la edad del sorbete y la papilla. La edad de la barriga cervecera, de la tonsura, del peligro en la bañera, del oído corto y la larga carraspera. Sí, la edad en la que, si estornudas fuerte, se te sale la hernia y si te desperezas, se te montan varios músculos del costado y uno en la entrepierna. Esa edad en la que ingresas en el colectivo LGTB porque la sexualidad no es ni de una ni de otra acera, sino algo etéreo, de fuera. Esa edad en la que, al entrar a clase, hay tanta distancia entre uno y los alumnos que parecen de otra especie, una bandada de patos, una jauría de hienas...Esa edad de las canas, la tonsura y melenas en las orejas. Esa edad grosera, de linimento, omeprazol, barrillos en la piel y vista de madera. Esa penuria de hombre con talegas. Esa edad de la decadencia: la cercanía de la tierra. 

miércoles, 16 de marzo de 2022

Distopías

En un país europeo llamado Uspania ha sido elegido como presidente un botarate de inclinaciones nacionalistas y populistas. La mitad de los habitantes de la región de Catabás, al norte de Uspania, se siente distinta al resto, son mucho más ricos, tienen otra lengua y esto anima a sus políticos regionales, con ambiciones nacionalistas y populistas, a azuzar la bicha del independentismo. Se organizan manifestaciones y referéndums no autorizados para proclamar la independencia de Catabás. El presidente de Uspania, enfervorecido también con el espíritu del fanatismo nacionalista, decide actuar militarmente contra Catabás. El ejército bombardea poblaciones de la región independentista y provoca muerte y destrucción. Al cabo de unos años, lo único que ha prosperado es el veneno del odio. 

El país frontero con Uspania y con Catabás elige a un presidente megalómano, con tendencias imperialistas, nacionalistas, populistas y un tanto tarado. Frusia, que así se llama este imperio, es un país mucho más poderoso que Uspania, incluso dispone de armamento nuclear. El presidente de Frusia, aprovechando la trifulca nacionalista y el conflicto bélico del país vecino, apoya las reclamaciones de los políticos independentistas de Catabás y denuncia el comportamiento del presidente de Uspania. Sin más reflexión y sin tener en cuenta las consecuencias de que un país nuclearizado comience una guerra imprevisible, se lanza militarmente no solo en apoyo de la región de Catabás, sino contra todas las ciudades importantes de Uspania y provoca más muerte y más destrucción. El odio se extiende y ramifica como una enfermedad terminal. Otros países, asustados unos y ambiciosos otros, amenazan con entrar en el jolgorio de la muerte y la destrucción.  

Los dioses, desde el Olimpo, imbuidos también de carácter nacionalista, populista no, imperialista y caprichoso creen que el presidente de Frusia les va a privar de erigirse en adalides del apocalipsis. Azuzados también por la ambición y la megalomanía, arrojan un asteroide contra la Tierra. Están satisfechos, aunque un regusto amargo queda en todos ellos, ya no podrán divertirse con las aventuras nacionalistas y populistas de esos líderes políticos tan estrambóticos.    

domingo, 13 de marzo de 2022

Alumnos inquietantes

 No sé si recordáis al alumno que me dijo que estaba más fuerte que un Barreiros, pues bien, dos días más tarde de decirme esto, lo ingresaron en el hospital por un ataque de apendicitis. Afortunadamente, ya le han dado el alta y no sabéis lo que lo he echado de menos. Sí, estos alumnos, díscolos, inquietos, imaginativos, espontáneos, indescifrables, provocan reacciones contrapuestas de odio y amor a partes iguales y, cuando faltan, se nota su ausencia tanto que los disgustos que te dieron se difuminan en el éter de los días iguales. El lunes lo pienso recibir con los brazos abiertos y con una sonrisa sincera, es posible que se me borre a los dos minutos de tenerlo otra vez conmigo, pero la alegría de verlo de nuevo, aunque sea muy efímera (que lo será), no me la quita nadie. La ESO es así, no la he inventado yo (Sandro Giacobe dixit).

lunes, 7 de marzo de 2022

Realismo sucio I: retratos de profesores según sus alumnos



En el servicio de caballeros alguien ha tirado de la cadena. Podría apostar de quién se trata, a pesar de conocer a más de 60 profesores del instituto (la mitad de ellos varones). Se abre la puerta del excusado y aparece la figura de quien esperaba, ¡bingo! El oráculo de Delfos lo tenía más difícil que yo. La taza del váter, seguro, está regada de sus “golden pearls” (así las llamaría él). La señora de la limpieza está encantada de rebañar el zumo dorado (se lo he oído comentar). Lo veo alejarse con parsimonia pasillo adelante, con un sobre importantísimo entre las manos (exámenes de la evaluación final). Se los ha pedido el director a instancias de dos padres que han solicitado verlos. El cultivador de las “golden pearls” no tiene como costumbre enseñarnos los exámenes, entre otras cosas porque no tiene tiempo de corregirlos. Él sabe perfectamente qué nota va a sacar cada uno de nosotros y poco va a ganar revisándolos. El resultado numérico que aparecerá en las actas será el mismo, los corrija o no. Hoy está feliz porque el Atlético de Madrid ganó su partido de Champions y lo comenta con el conserje animadamente. El sobre sigue en sus manos. Sabe que debe garrapatear el examen antes de que el padre se presente a por él, pero una buena charla sobre fútbol le pierde. Su cabeza pétrea se mueve con el mismo ritmo que sus piernas, apenas gesticula, y los brazos no parecen estar del todo articulados. A primera vista, es un hombre de lo más normal, pero esconde muchas más “golden pearls” de las que aparenta. Habla con una cadencia sosegada, con gravedad de sabio griego, aunque la mirada ovina y el contenido de lo que dice desmontan enseguida la potencial profundidad de sus palabras. Se acerca una y otra vez al jefe de departamento, al jefe de estudios y al director para plantear dudas un tanto chocantes: “¿Se firma encima o debajo del nombre?”. Esta pregunta trascendental la hace a todos los compañeros con los que se encuentra a su paso. No sabemos si está elaborando una encuesta o si necesita un quórum de diez personas para tomar una decisión tan trascendente. 
Lo veo aproximarse hacia nosotros quince minutos tarde, con el sobre entre las manos. Llenar la botella de agua en el baño más alejado del aula cuesta lo suyo. No se consigue así como así. Hay que colocar la boca del recipiente en el grifo y esperar pacientemente a que se llene. Si rebosara, habría que vaciar el contenido y proceder otra vez a llenarla para que no gotee en el pasillo. Si de camino a clase, te topas con alguien a quien no has preguntado sobre el lugar en el que hay que firmar, debes hacerlo para no quedarte con la duda. Cuantas más opiniones, mejor, para dedicar tiempo a reflexionar sobre tan interesante cuestión. Las gafas de pasta no le restan profundidad a su rostro. Mira desde lejos como quien no ve bien el horizonte, y abre los ojos, como si tuviera miedo de que se le fueran a pegar los párpados. Casi está ya en el aula, pero no se decide a entrar. El escándalo dentro es considerable. Han transcurrido veinte minutos desde que sonó el timbre de cambio de clase. El asunto de la firma no le ha quedado claro y vuelve sobre sus pasos en busca del secretario, a quien todavía no le ha preguntado. Conforme se aleja de nosotros, el bullicio se va amortiguando y él se tranquiliza. Qué lástima que el Atlético no tenga una defensa tan firme como la del año pasado. Podríamos ganar la Champions. La carpeta ya no la lleva entre las manos, seguramente se ha quedado en el baño. Habrá que volver a por ella.

"Volver la vista atrás" de Juan Gabriel Vásquez



Estoy leyendo una muy buena novela, escrita con mano firme y de prosa rica y fluida. Cuando esto ocurre, uno se embebe en la historia y le cuesta salir de las vidas de los personajes, se las lleva al instituto, le rondan por la cabeza mientras da clase y se incrustan en algunas de las anécdotas que se cuentan a los alumnos. Volver la vista atrás de Juan Gabriel Vásquez es una de esas narraciones de las que cuesta despegarse. Todavía no la he terminado y me queman los dedos por hablar de ella. La trama tiene todos los ingredientes para hacerla atractiva, sin embargo, el gran acierto, como siempre, reside en la habilidad literaria de su autor, en el manejo de una prosa que no apabulla, que no cansa, sino todo lo contrario, es golosa y apetece rebañarla con los dedos. No había leído nada hasta ahora de Juan Gabriel Vásquez y me alegra descubrir nuevas voces (aunque no sean tan nuevas para otros). 

El preciosismo de muchos narradores latinoamericanos se pierde a veces en la inanidad de los argumentos o en una ausencia de peripecia que, a menudo, vuelven tediosas sus creaciones. No ocurre así con Volver la vista atrás. El narrador recoge lo mejor de Vargas Llosa y de autores americanos como Philip Roth. De hecho, en algunos momentos de la historia he pensado en la distopía (esta palabra hay que incluirla siempre en cualquier reseña actual que se precie) de Roth, La conjura contra América, pero no. Vásquez solo relata hechos contrastados con la realidad y no por eso es menos meritoria su narración. Todo hecho real hay que transformarlo en literatura si queremos que sea atractivo para el lector. Partir de lo real o de la imaginación a veces lleva al mismo camino, a la habilidad para cautivar o no al receptor. Los protagonistas de esta novela, el director de cine Sergio Cabrera y su hermana Marianela, se convierten en personajes literarios redondos porque van evolucionando a lo largo de las peripecias (innumerables) en las que se ven envueltos. No sé si se corresponden o no con los de carne y hueso (la verdad es que me trae al pairo), pero ya tienen vida propia en la historia de Vásquez.   

jueves, 3 de marzo de 2022

Chéjov y el pueblo ruso

Chéjov es uno de mis autores de cabecera, sobre todo por sus cuentos. La ironía, la inteligencia, el buen humor, la ausencia de juicios morales, la piedad y la sencillez con que están construidos sus relatos son razones de peso para tenerlos siempre cerca del regazo. Dostoievsky es de otra pasta, es profundo y angustioso, agudo y descarnado. Los cuentos de Chéjov eran del gusto de Tolstoi, el pope de la literatura rusa del XIX, pero no su teatro. A mí me ocurre algo parecido. La brillantez de su prosa breve no la veo en sus dramas, aunque bien es verdad que solo una vez he visto el teatro de Chéjov representado sobre el escenario(y no con la mejor técnica). 

Maiakovski, Turguéniev, Pushkin, Gógol, Gorki, Pásternak, Bulgákov, Ajmatova... son autores rusos con los que he mantenido relaciones literarias de calado, todos ellos apasionados, azorados por una suerte de maldición que ha rondado siempre sobre su pueblo, asolado por regímenes sanguinarios y sufridor como pocos en Europa. A partir de la lectura de todos estos autores y, sobre todo, a partir de la lectura de Chéjov, se ha imprimido en mi imaginario un estereotipo del pueblo ruso: triste, abrumado por sus gerifaltes, de espíritu profundo y de ojos tan transparentes como enigmáticos. Como todos los estereotipos, seguro que es falso y seguro también que si hubiera olido de cerca su realidad borraría este dibujo inmediatamente. 

En Guerra y paz, Pierre Bezújov me provoca una lástima intensísima, la misma lástima que me provoca ese pueblo ruso, apaleado, zarandeado, señalado por el mal fario. Los pueblos, por supuesto, no son sus dirigentes, es más, hay algunos pueblos que han sufrido especialmente a sus gobernantes, todos los padecemos. Los artistas, los escritores (sobre todo los rusos) han sabido plasmar en sus obras el producto de ese individuo golpeado y machacado por la realidad, por la consciencia y por el poder. Raskólnikov padece el fuego interno del arrepentimiento; los Karámazov, la maldición del padre enfermo; los personajes de Chéjov, una insatisfacción nihilista no exenta de bondad. Una tristeza pavorosa, indiscernible, ronda constantemente a los personajes de la literatura rusa. Se entregan al alcohol, al sexo, a la muerte porque la vida no les ofrece escapatoria. Chéjov veraneaba en Crimea, murió de tuberculosis, era un hombre bueno, solidario, que sintió de cerca la pobreza del campesino e intentó aliviarla. Chéjov, para mí, siempre será Rusia. Otra cosa es todo esto.