Uno de los camiones que más me ha impresionado de todos los que he visto por esas carreteras del mundo fue aquel en el que destacaba el siguiente lema: "LA MÁKINA DEL AMOR", así, en letras mayúsculas sobre el parabrisas, en tipografía roja fuego. La puerta del conductor la adornaba una muchacha espectacular en paños menores y con la lengua fuera. Ayer mismo, después de la vuelta del transporte pesado, tuve la oportunidad de disfrutar de otro camión si cabe más estremecedor que el anterior. Estaba dedicado al transporte de animales y en su parte trasera había una gran fotografía donde dos lechoncitos sonreían alegremente sentados en un aula antigua con pupitres de madera. ¿Puede haber algo más enternecedor? La imaginación vuela y se te va a esos lechones recién sacados del horno, engrasados, apetitosos y vestidos con babero de rayas. ¿Dos lechones o dos tiernos niños de ocho años?, qué importa, ahí está la gracia y el arte publicitario de esa fotografía gigante. Por favor, no paréis más, no nos privéis del arte naïf de autovía.
miércoles, 30 de marzo de 2022
"Elogio de los libros que odias a los 15 años" por Javier Rodríguez Marcos
viernes, 25 de marzo de 2022
El pañuelo de Marlon Brando
Marlon Brando llevaba un pañuelo al cuello en la película El rostro impenetrable que cayó en manos de Chiquito de la Calzada. Uno de los aficionados japoneses al cante flamenco más ricos del mundo asistió a una actuación de Chiquito en Tokyo antes que este fuera humorista famoso. Tanto se emocionó con los jipíos del cantaor que Haruki (así se llamaba el millonario japonés) le regaló el pañuelo de Marlon Brando. Se lo entregó con la cabeza gacha en señal de absoluta admiración: "Esto es lo que más aprecio de la cultura occidental. Tú lo debes tener porque nadie me ha emocionado más con una canción". Chiquito no sabía qué hacer con el pañuelo de Marlon Brando. Se lo puso en una de sus películas "Aquí llega Condemor, pecador de la pradera", calificada con estrella y media por Filmaffinity, donde actuaba junto a Bigote Arrocet. Arrocet se salvó de una estampida de caballos en esa misma película y atribuyó su suerte al pañuelo que ese mismo día le había dejado su amigo Chiquito. Sabedora del poder mirífico del pañuelo, Leticia Sabater le robó el amuleto a Bigote, quien le había dicho a Chiquito haberlo perdido en el hospital. La suerte no tardó en visitar la casa de Leticia. Pronto le llegó el contrato de azafata de la Vuelta y el salto a la fama. Su éxito con la "Salchipapa" avisaba de que todavía obraba en su poder el pañuelo de Brando en 2016. Aún en 2019, su canción, "18 centímetros, papi", es indicio seguro de que no había perdido su talismán. El pañuelo de Marlon Brando se vio por última vez en el coche de Pedro Sánchez, al poco de empezar su gira para convencer a los afiliados del PSOE de que era el candidato ideal para presidir el partido. Si lo tiene él todavía o si lo perdió a manos de Trump en una famosa timba que organizó Putin a finales del 2019, nadie lo sabe. Muchos son los buscadores de tesoros que andan tras él, muchos los ufólogos, pediatras y cantantes de ópera que suspiran por poseerlo y más numerosos aún los periodistas de televisión que rezan por encontrarlo. Según se dice en algunos mentideros, es una fuente inagotable de historias que luego serán galardonadas en los Premios Primavera, Planeta y Nadal. Otros aseguran que es Bertín Osborne quien lo tiene, por qué si no iban a darle a este señor un programa en televisión. Aunque es un argumento muy endeble, si miramos con detalle la parrilla televisiva de nuestras cadenas.
domingo, 20 de marzo de 2022
La edad de la tonsura
Estoy entrando en la edad del sorbete y la papilla. La edad de la barriga cervecera, de la tonsura, del peligro en la bañera, del oído corto y la larga carraspera. Sí, la edad en la que, si estornudas fuerte, se te sale la hernia y si te desperezas, se te montan varios músculos del costado y uno en la entrepierna. Esa edad en la que ingresas en el colectivo LGTB porque la sexualidad no es ni de una ni de otra acera, sino algo etéreo, de fuera. Esa edad en la que, al entrar a clase, hay tanta distancia entre uno y los alumnos que parecen de otra especie, una bandada de patos, una jauría de hienas...Esa edad de las canas, la tonsura y melenas en las orejas. Esa edad grosera, de linimento, omeprazol, barrillos en la piel y vista de madera. Esa penuria de hombre con talegas. Esa edad de la decadencia: la cercanía de la tierra.
miércoles, 16 de marzo de 2022
Distopías
En un país europeo llamado Uspania ha sido elegido como presidente un botarate de inclinaciones nacionalistas y populistas. La mitad de los habitantes de la región de Catabás, al norte de Uspania, se siente distinta al resto, son mucho más ricos, tienen otra lengua y esto anima a sus políticos regionales, con ambiciones nacionalistas y populistas, a azuzar la bicha del independentismo. Se organizan manifestaciones y referéndums no autorizados para proclamar la independencia de Catabás. El presidente de Uspania, enfervorecido también con el espíritu del fanatismo nacionalista, decide actuar militarmente contra Catabás. El ejército bombardea poblaciones de la región independentista y provoca muerte y destrucción. Al cabo de unos años, lo único que ha prosperado es el veneno del odio.
El país frontero con Uspania y con Catabás elige a un presidente megalómano, con tendencias imperialistas, nacionalistas, populistas y un tanto tarado. Frusia, que así se llama este imperio, es un país mucho más poderoso que Uspania, incluso dispone de armamento nuclear. El presidente de Frusia, aprovechando la trifulca nacionalista y el conflicto bélico del país vecino, apoya las reclamaciones de los políticos independentistas de Catabás y denuncia el comportamiento del presidente de Uspania. Sin más reflexión y sin tener en cuenta las consecuencias de que un país nuclearizado comience una guerra imprevisible, se lanza militarmente no solo en apoyo de la región de Catabás, sino contra todas las ciudades importantes de Uspania y provoca más muerte y más destrucción. El odio se extiende y ramifica como una enfermedad terminal. Otros países, asustados unos y ambiciosos otros, amenazan con entrar en el jolgorio de la muerte y la destrucción.
Los dioses, desde el Olimpo, imbuidos también de carácter nacionalista, populista no, imperialista y caprichoso creen que el presidente de Frusia les va a privar de erigirse en adalides del apocalipsis. Azuzados también por la ambición y la megalomanía, arrojan un asteroide contra la Tierra. Están satisfechos, aunque un regusto amargo queda en todos ellos, ya no podrán divertirse con las aventuras nacionalistas y populistas de esos líderes políticos tan estrambóticos.
domingo, 13 de marzo de 2022
Alumnos inquietantes
No sé si recordáis al alumno que me dijo que estaba más fuerte que un Barreiros, pues bien, dos días más tarde de decirme esto, lo ingresaron en el hospital por un ataque de apendicitis. Afortunadamente, ya le han dado el alta y no sabéis lo que lo he echado de menos. Sí, estos alumnos, díscolos, inquietos, imaginativos, espontáneos, indescifrables, provocan reacciones contrapuestas de odio y amor a partes iguales y, cuando faltan, se nota su ausencia tanto que los disgustos que te dieron se difuminan en el éter de los días iguales. El lunes lo pienso recibir con los brazos abiertos y con una sonrisa sincera, es posible que se me borre a los dos minutos de tenerlo otra vez conmigo, pero la alegría de verlo de nuevo, aunque sea muy efímera (que lo será), no me la quita nadie. La ESO es así, no la he inventado yo (Sandro Giacobe dixit).
lunes, 7 de marzo de 2022
Realismo sucio I: retratos de profesores según sus alumnos
"Volver la vista atrás" de Juan Gabriel Vásquez
Estoy leyendo una muy buena novela, escrita con mano firme y de prosa rica y fluida. Cuando esto ocurre, uno se embebe en la historia y le cuesta salir de las vidas de los personajes, se las lleva al instituto, le rondan por la cabeza mientras da clase y se incrustan en algunas de las anécdotas que se cuentan a los alumnos. Volver la vista atrás de Juan Gabriel Vásquez es una de esas narraciones de las que cuesta despegarse. Todavía no la he terminado y me queman los dedos por hablar de ella. La trama tiene todos los ingredientes para hacerla atractiva, sin embargo, el gran acierto, como siempre, reside en la habilidad literaria de su autor, en el manejo de una prosa que no apabulla, que no cansa, sino todo lo contrario, es golosa y apetece rebañarla con los dedos. No había leído nada hasta ahora de Juan Gabriel Vásquez y me alegra descubrir nuevas voces (aunque no sean tan nuevas para otros).
El preciosismo de muchos narradores latinoamericanos se pierde a veces en la inanidad de los argumentos o en una ausencia de peripecia que, a menudo, vuelven tediosas sus creaciones. No ocurre así con Volver la vista atrás. El narrador recoge lo mejor de Vargas Llosa y de autores americanos como Philip Roth. De hecho, en algunos momentos de la historia he pensado en la distopía (esta palabra hay que incluirla siempre en cualquier reseña actual que se precie) de Roth, La conjura contra América, pero no. Vásquez solo relata hechos contrastados con la realidad y no por eso es menos meritoria su narración. Todo hecho real hay que transformarlo en literatura si queremos que sea atractivo para el lector. Partir de lo real o de la imaginación a veces lleva al mismo camino, a la habilidad para cautivar o no al receptor. Los protagonistas de esta novela, el director de cine Sergio Cabrera y su hermana Marianela, se convierten en personajes literarios redondos porque van evolucionando a lo largo de las peripecias (innumerables) en las que se ven envueltos. No sé si se corresponden o no con los de carne y hueso (la verdad es que me trae al pairo), pero ya tienen vida propia en la historia de Vásquez.
jueves, 3 de marzo de 2022
Chéjov y el pueblo ruso
Maiakovski, Turguéniev, Pushkin, Gógol, Gorki, Pásternak, Bulgákov, Ajmatova... son autores rusos con los que he mantenido relaciones literarias de calado, todos ellos apasionados, azorados por una suerte de maldición que ha rondado siempre sobre su pueblo, asolado por regímenes sanguinarios y sufridor como pocos en Europa. A partir de la lectura de todos estos autores y, sobre todo, a partir de la lectura de Chéjov, se ha imprimido en mi imaginario un estereotipo del pueblo ruso: triste, abrumado por sus gerifaltes, de espíritu profundo y de ojos tan transparentes como enigmáticos. Como todos los estereotipos, seguro que es falso y seguro también que si hubiera olido de cerca su realidad borraría este dibujo inmediatamente.
En Guerra y paz, Pierre Bezújov me provoca una lástima intensísima, la misma lástima que me provoca ese pueblo ruso, apaleado, zarandeado, señalado por el mal fario. Los pueblos, por supuesto, no son sus dirigentes, es más, hay algunos pueblos que han sufrido especialmente a sus gobernantes, todos los padecemos. Los artistas, los escritores (sobre todo los rusos) han sabido plasmar en sus obras el producto de ese individuo golpeado y machacado por la realidad, por la consciencia y por el poder. Raskólnikov padece el fuego interno del arrepentimiento; los Karámazov, la maldición del padre enfermo; los personajes de Chéjov, una insatisfacción nihilista no exenta de bondad. Una tristeza pavorosa, indiscernible, ronda constantemente a los personajes de la literatura rusa. Se entregan al alcohol, al sexo, a la muerte porque la vida no les ofrece escapatoria. Chéjov veraneaba en Crimea, murió de tuberculosis, era un hombre bueno, solidario, que sintió de cerca la pobreza del campesino e intentó aliviarla. Chéjov, para mí, siempre será Rusia. Otra cosa es todo esto.