Cuando abrimos la biblioteca en el recreo (si hace buen tiempo), solo vienen los frikis o los que tienen algún trabajo perentorio. Los libros se han convertido (yo creo que siempre lo fueron) en el refugio de los raros. Leer no es normal, exige de un esfuerzo que en la actualidad (y en cualquier época) pocos se ven dispuestos a abordar. Las mujeres han sido siempre las lectoras por excelencia. Es obvio, a más exclusión y represión, mayor implicación en actividades contestatarias como la lectura. No nos dejemos engañar por los nuevos eslóganes, la literatura sigue siendo la afición, la dedicación, la obsesión, de quienes se sienten al margen de lo establecido. Esa mal llamada nueva poesía, las novelas efectistas y los libros de autoayuda no son parte de la literatura de los desclasados. La rebeldía es más profunda que Máximo Huerta, que María Dueñas, que Marwán. Ellos no son miembros del club de los raros, no son literatura. Al menos, los frikis del instituto donde trabajo no preguntan por ellos, ni yo tampoco se los recomiendo.
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