Cada 27 de enero un tranvía vacío recorre las calles de Varsovia para recordar a las víctimas del gueto. Es estremecedor escuchar el ruido metálico de las ruedas sobre los raíles y ver cómo el trole escupe chispas de muerte a su paso. Unas alumnas de 4º de ESO comparten conmigo su disección del olmo seco de Machado. Yo ya lo leo sin alma; ellas, con la mirada nueva, acaban de extraer del poema un tranvía vacío y unas chispas de muerte que me causan escalofríos. Un tranvía vacío y un poema viejo, seco, podrido, acariciado por las voces ardientes de la adolescencia, son capaces de acallar el roer constante del gusano del tiempo y la eléctrica demolición de la muerte. Los símbolos son vías de eternidad, raíces profundas que nos conectan con la vida a través de un olmo centenario y un tranvía amarillo que recorre la laguna Estigia. La vida, esa celebración continua de los muertos.
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