A pesar de su edad, Mija mantiene la alegría y la espontaneidad de una adolescente. Su deseo más firme es escribir un poema. La vida, mientras tanto, se encargará de intentar estrangular la ingenuidad de la abuelita y de apagar los colores vivos de su atuendo. Una sucesión de vilezas y corrupciones se precipita, inmisericorde, sobre ella. Y, pese a todo, Mija sigue persiguiendo la belleza. El alzheimer la acecha. Primero olvidará los sustantivos, luego los verbos. Debe apresurarse para escribir una poesía, pero es tan difícil. Mija conoce la simbología de los colores, de las flores. Mija abriga un poema dentro y sabe que solo la muerte podrá liberarlo.
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