martes, 26 de enero de 2021

"Maneras de dudar" por Irene Vallejo



Cuando albergamos firmes convicciones sobre un asunto, tendemos a creer las informaciones que las afianzan –por infundadas que parezcan– y a cuestionar los datos que las rebaten –por sólidos que sean–. Los psicólogos llaman a este fenómeno “sesgo de confirmación” y se produce en todo el espectro ideológico, incluso entre quienes afirman poseer una mente abierta y un insobornable sentido crítico. Si la realidad contradice nuestras ideas, en lugar de cambiar de opinión, respondemos con sospecha e incredulidad. Nos aferramos a nuestras creencias con dudas y dientes.
En la antigua Grecia, el filósofo Sócrates propuso otra forma de dudar, partiendo de la propia ignorancia: solo sé que no se nada. El sabio perplejo acudía a la plaza de Atenas, a los pasillos de los gimnasios, a las calles concurridas para hablar con sus conciudadanos. Le interesaba el diálogo, un encuentro entre dos logos, o sea, entre dos opiniones discrepantes, donde la contradicción, lejos de despertar desconfianza, actúa como motor de conocimiento. Sócrates, que combatía la inercia del pensamiento y el poder casi invencible de los prejuicios, pensaba que los más graves errores no los cometen los ignorantes, sino los que creen saber. Quienes vociferan convencidos, suelen ser incapaces de conversar. Quizás, solo dudando de nosotros mismos podamos adquirir ciertas certezas.

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