¡Qué felices éramos cuando no nos manipulaban las redes sociales!, antes de que nos manejaran a su antojo Facebook, Instagram o Twitter. Cuando el cura era el encargado de informarnos sobre la masturbación y de provocarnos sueños en los que nos brotaban pelos en las palmas de las manos y nos reventaba el ombligo. Cuando nuestros padres vertían sus frustraciones en nosotros y nos impelían a ser ingeniero de caminos, azafatas o seminaristas. Qué sencillez y qué libertad cuando la convención social nos imponía en qué momento debíamos emborracharnos, casarnos y a qué virgen había que sacar a hombros. Qué bien cuando la televisión y la radio nos aconsejaban qué coñac consumir o qué compresa ponernos. Cuando las autoridades políticas nos ordenaban por dónde caminar y a qué iglesia ir. Cuando el maestro, con la mano bien abierta, nos clavaba una hostia en la cara para grabarnos a fuego las tablas de la multiplicación. Cuando era el grupo de amigos el que imponía si debía uno fumarse un Celtas corto, un porro o pincharse heroína. ¡Cómo añoro esa libertad absoluta, ese libre albedrío para escoger lo que a uno le apetecía!, y qué mal ahora, qué dictadura la de las redes sociales. Y cuando nos inoculen los "chis", no te digo nada.
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