Brines es un poeta tan sencillo como profundo, su palabra es cernudiana y, como en el sevillano, en él habla la rica y diversa humanidad. Fue amigo de Carlos Bousoño, de Pepe Hierro, de Claudio Rodríguez, de Ángel González, de Caballero Bonald...; discípulo de Aleixandre y maestro de Villena, de Benítez Reyes, de Marzal y de tantos otros que lo corean y lo reivindican para clásico.
En Elca, en Oliva, descubrió el campo y las estaciones, descubrió septiembre y descubrió que "todo va al mar", con resignación, con alegría, todo va al mar, incluso sus otoños de poeta. En Elca descubrió la poesía y con ella el misterio de la creación, porque la poesía es el descubrimiento de uno mismo. Es tan valiosa como el dinero, sirve para vivir mejor, con más plenitud, con más conocimiento, con más intensidad. La poesía afina la sensibilidad, enseña a mirarnos gozosamente y, además, es una escuela de tolerancia. Todo eso es la poesía para Francisco Brines, un género para adictos; para iniciados; para gente extraña, enganchada a la pasión de la lectura.
Brines es sobrio, preciso, como Cernuda, no escribe nunca sabiendo lo que va a decir de antemano. Porque la escritura para él es puro descubrimiento de sí mismo. En la niñez abrazó la irresponsabilidad, como todos, y, como todos, veía lo que los adultos no vemos, veía a través de la imaginación. En los veranos de su juventud conoció el amor, que exalta en su poesía, porque el amor físico es un don. Cuando estamos enamorados amamos más la vida, se transforma la realidad y, a pesar de que la vida es el "ensayo de una despedida", no deja de celebrarla, no dejamos de celebrarla en sus libros.
Vivir es un don y Brines nos anima a brindar por él desde la vejez laureada. Nada tiene que ver con el niño que fue, ni con el joven, ni con el hombre maduro, sí su poesía.
"Los veranos" de Francisco Brines
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