Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. (Italo Calvino)
El poro es una estructura de la piel que permite la secreción de sudor. Es también un intersticio entre las moléculas que constituyen un cuerpo y la alteración de la superficie del sol que precede a la formación de una mancha solar. Un poro absorbe y expulsa, unifica y altera. Por eso un clásico es un texto poroso, un organismo mutante. La parte y el todo, la construcción y el andamio. Determinado por su historicidad y vivo por la renovación de su dimensión contemporánea. Y podría seguir. No es fácil resistir a la tentación de jugar con definiciones posibles, con clasificaciones imposibles. Precisamente en esta imposibilidad está la belleza, en la intimidad a través de la distancia: ven conmigo, observa tu clásico, no pienses en su pasado, en las características que lo convirtieron en canónico (breve digresión en forma de pregunta: ¿tiene sentido seguir hablando de un supuesto canon literario?). Volvamos a tu clásico. Toca su piel y busca, en los poros —los tuyos, los suyos— la secreción, la grieta, la alteración. Para ello, aquí te ofrezco seis formas de mirar, seis dispositivos de este milenio.
La reescritura
«Leemos hoy la Ilíada con una sensibilidad formada, entre otras cosas, por toda una tradición de reinterpretación y reescritura de su texto», escribió Gérard Genette. Y bien lo sabe Alessandro Baricco. En 2004 publicó Homero. Ilíada (Anagrama, traducción de Xavier González Rovira), una reescritura del poema homérico a través de una operación de desmembramiento en tres movimientos: transforma el verso en prosa, elimina completamente a los dioses y plantea la narración en primera persona. También corta repeticiones y añade matices. E introduce un personaje y un episodio de la Odisea en el final. Fascinante.
Baricco reescribe la Ilíada a partir de su sensibilidad personal, de una intención narrativa específica —la lectura en voz alta del texto homérico— y del interés contemporáneo por la épica, en su vertiente ética y política. ¿Y qué es la reescritura, sino una relectura, tanto más profunda cuanto más visible es la seducción que ejerce el texto de partida?
En los versos 369-502 del libro VI, Homero relata la despedida de Héctor y su esposa. La escena funde logos (el discurso), ethos (la norma) y pathos (la emoción) en la desesperación de Andrómaca, el honor del príncipe de Troya y la presencia del pequeño Astianacte. En la versión de Baricco, la nodriza toma la palabra y su mirada nos revela la complicidad entre Héctor y su esposa, la fragilidad del guerrero ante su hijo: «Así habló el glorioso Héctor y luego vino hacia mí. Yo tenía a su hijo en mis brazos. ¿Comprendéis? Y él se acercó e hizo ademán de cogerlo entre sus manos. Pero el niño se estrechó contra mi pecho, rompiendo a llorar. Se había asustado al ver a su padre, lo asustaban aquellas armas de bronce, y el penacho sobre el yelmo. Lo veía ondeando, terriblemente, y por eso rompió a llorar. Y me acuerdo de que Héctor y Andrómaca se miraron y sonrieron». Aquí, en esta sonrisa, la reescritura ha abierto un poro entre el siglo de Homero y el nuestro.
La traducción entre lenguajes
«¿Hay algo que ames tanto que lo protegerías sin importar el coste, el daño que podría hacerte?», le pregunta Jax Teller a Tara, su mujer. El presidente del club de moteros y protagonista de la serie de televisión Sons of Anarchy (Hijos de la Anarquía, FX: 2008-2014) es un Hamlet contemporáneo. Clay Morrow (quien usurpó la presidencia del club a John Teller) es Claudio; Gemma Teller, una Gertrudis hecha de fortaleza y secretos; el diario de John es el fantasma del padre de Hamlet: la escritura evoca su presencia, la magia presente de la palabra escrita que construye la autobiografía y sedimenta la identidad. El fantasma en Shakespeare es un recurso escénico, el diario de John es un recurso textual. El texto, el teatro y la pantalla fusionan el tiempo del pasado y el presente en el horizonte de la narración. Más allá de la duda, Hamlet/Jax viven el drama de la interpretación, de la hermenéutica relacional. Quien narra está ausente, la palabra incompleta es la herencia simbólica que imprime la huella del final trágico.
E incompleta es la profecía de las brujas de Macbeth. Es deseo lingüístico (de poder y control), el mismo que orienta y justifica los actos de Frank y Claire Underwood, protagonistas de House of Cards (Netflix: 2013-2018). «Ya sabes, para mí es pura sensación. Luz versus oscuridad. Y aquella línea donde se encuentran», nos explica Claire/Lady Macbeth. Conspira con su marido para que la profecía se cumpla, y nos mira, nos miran los dos, rompiendo la cuarta pared desde la pantalla que siempre es gris, ambigua como ellos, como nosotros. En el tránsito entre escenarios se abre otra grieta, el clásico shakesperiano se descompone para recomponerse en otra dimensión, idéntica y distinta a la vez.
El laberinto
Toda forma de intertextualidad es un laberinto, un jardín de senderos que se bifurcan. La belleza de la posibilidad, de los caminos alternativos, de la lateralidad del laberinto. En 1967, el psicólogo Edward de Bono acuñaba el termino «pensamiento lateral» para indicar la aplicación de nuevos patrones en la búsqueda de soluciones: «El pensamiento lateral no pretende sustituir al pensamiento vertical, ambos son necesarios en sus respectivos ámbitos y se complementan mutuamente; el primero es creativo, el segundo es selectivo».
La formulación de preguntas es el elemento clave para activar el proceso creativo e interpretativo. Un clásico es un texto que interpela, que invoca la pregunta, en la cadena cambiante de circunstancias (históricas, sociales, culturales, lingüísticas, personales). Aquellos —estos— textos se leen como clásicos precisamente porque reformularon los patrones, los códigos, las normas, a través de procesos de combinación y metamorfosis. La inversión de problemas, el fraccionamiento y la reducción de modelos a elementos mínimos, para facilitar nuevas combinaciones, son métodos activadores de pensamiento lateral. Son dispositivos textuales que reconfiguran lectura y escritura. Finalmente, se trata de generar redes, de abrir nuevos laberintos: «Quien crea poder superar los laberintos huyendo de su dificultad se queda al margen; pues no es pertinente pedir a la literatura que, una vez presentado un laberinto, proporcione también la llave para salir de él. Lo que puede hacer la literatura es definir la mejor actitud para encontrar la salida, incluso aunque esta no sea más que un pasadizo que conduce a otro laberinto. Lo que queremos salvar es el desafío al laberinto, lo que queremos separar y distinguir de la literatura de entrega al laberinto es una literatura de desafío al laberinto»: Italo Calvino ya pensaba lateralmente.
El homenaje
Kafka nos introduce en la transformación de Gregor Samsa, y no nos entrega la llave para salir de aquella parábola enclaustrada. Sin lenguaje, Gregor pierde el reconocimiento social, su identidad se fragmenta: «Gregor Samsa, el hombre que no grita, renuncia a todo vínculo con los otros, porque el grito es el último lazo que nos une a nuestros semejantes. Por eso puede decirse que Samsa se vuelve un insecto: porque no grita; de haber gritado, es muy posible que la espantosa alucinación que lo asalta a primeras horas de la mañana se hubiera evaporado», escribe Fabio Morábito en su brillante ensayo El idioma materno (Sexto Piso, 2014). El grito, su ausencia, es la alteración que posibilita el homenaje. Este se fundamenta en la complicidad con el lector (con el espectador, si pensamos en las películas de Tarantino), en el reconocimiento de la cita, en su visibilidad.
En noviembre de 2019 se publicó en Inglaterra The Cockroach (La cucaracha), donde Ian McEwan le guiña el ojo a Kafka. El primer párrafo proporciona la dirección de lectura: «Aquella mañana, Jim Sams (…) se despertó de un sueño intranquilo para encontrarse transformado en una gigantesca criatura». Y descubrimos que, en este caso, la metamorfosis es inversa: el insecto se ha transformado en ser humano, es el primer ministro. La novella de McEwan es una sátira absolutamente contemporánea, dictada por la ironía mordaz y la urgencia por debatir la política británica. Otra desconstrucción para dilatar la interpretación.
La constricción
«La constricción es un problema; el texto una solución»: Jacques Jouet explicaba, contundente, el dinamismo de la limitación. Las propuestas de OuLiPo, el Taller de Literatura Potencial, confirman el valor (técnico, poético, creativo) de la contrainte, en la interrelación entre artes y matemáticas, estructura y libertad. De la poesía a la novela y al teatro. Y de allí al cómic. Matt Maden, en 99 Ejercicios de Estilo (Sinsentido, 2007, traducción de Lorenzo Fernández Díaz), utiliza la repetición del impulso narrativo para graduar la variación de su concreción, textual y visual. Cada uno de los ejercicios de estilo reproduce la misma situación: Matt está trabajando en su ordenador, se levanta para ir a buscar algo a la nevera. Desde el piso de arriba, su mujer, Jessica, le interrumpe y le pregunta la hora y, cuando llega a la nevera, Matt ya no recuerda qué había ido a buscar. Cada página incluye ocho viñetas. Y, sin embargo, cada ejercicio, cada forma de contar la misma historia, es distinta. Porque distinta es la mirada, en la doble dirección: de escritura y de lectura, y al revés.
La inversión
Es de noche. Una calle, un árbol y dos vagabundos, Estragon y Vladimir, que conversan entre ellos: están esperando a Godot. Llega un hombre, Pozzo, con su sirviente, Lucky (a quien lleva atado con una cuerda al cuello) y conversan con los dos que esperan. Cuando ya es noche avanzada, un chico avisa de que Godot no llegará hoy, sino mañana. El día siguiente, en el mismo sitio y a la misma hora, los dos vagabundos esperan. Otra vez tiene lugar el encuentro con Pozzo, ahora ciego, y con su sirviente. Otra vez aparece el chico anunciando que Godot no llegará. Los dos vagabundos piensan en irse, pero no se mueven. Y no dejan de hablar. La inmovilidad del lenguaje contra la espiral del tiempo.
La espera de Godot acontece en el transcurso cíclico de día y noche, invierno y primavera, salud y enfermedad, visión y ceguera, risa y llanto, discurso y canto. En la atemporalidad del texto y en el presente de la representación —a través de la relación entre texto y escena, actores y espectadores— la percepción del tiempo se suspende. Y se fragmenta, se multiplica, se dilata: ocurre la magia. Beckett descompone los códigos hasta la máxima alteración: Godot no llega, nunca termina de decir lo que tiene que decir. Seguimos esperando.
¿Por qué? Porque «el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación», como dijo Borges. Y un clásico bebe de la memoria y se nutre de la imaginación, para reinventarse, adaptarse, expandirse. Ahora vuelve a tu clásico, acaricia su piel y encuentra los intersticios que unen vuestras moléculas, las reescriben, las traducen, laberínticas, les rinden homenaje, las constriñen, las invierten.
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