Hablamos de adolescentes que adolecen,
que adolecen de sosiego y de cordura.
Hablamos de adolescentes
que trempan, embisten y berrean.
Hablamos de la naturaleza
en carne viva.
Hablamos de una edad
propensa a abofetear al padre,
a la patria y al sagrario,
una edad de dudas y de tribus.
Hablamos de muchachos
que despiertan, aman, se pajean,
y un buen día se olvidan de quiénes eran.
Y queremos amordazarlos,
apilarlos en lotes, enfilarlos,
aislarlos y mutilarlos.
No era bastante estabularlos
en aulas de siete por ocho
durante seis horas al día
y romperles el alma a sermones,
ahora la peste exige adocenarlos
y desinfectarlos para que no enfermen.
Como si las palabras no lastimaran,
como si los establos no contagiaran
la apatía, el muermo y la muerte.
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