miércoles, 5 de agosto de 2020

Veranos viajeros: la Senda de Camille


Corría el año 2011 cuando me embarqué en una singladura por los Pirineos que no voy a olvidar en todos los días de mi vida. Tres compañeros de profesión me propusieron realizar la Senda de Camille, una ruta circular de seis etapas que recorre el Pirineo aragonés y el francés. Ellos eran jóvenes y atléticos, yo no era ni joven ni atlético. Ellos, expertos en orientación en la montaña; yo, en bares y tugurios. Sus nombres empezaban por A: Álex, Arturo y Alberto; el mío no. Pese a todo, mi intrepidez y mi inconsciencia me llevaron a aceptar el reto. 
La segunda jornada fue memorable. Recorríamos lo más escarpado del Pirineo francés cuando nos abordó un montañero provisto de un descomunal GPS. Mis compañeros, duchos en el arte del mapa y la brújula, nos habían conducido hasta ese momento por el sendero correcto, pero confiados en la tecnología, decidimos hacer caso al montañero y cambiamos nuestro rumbo. En mala hora. Anduvimos perdidos por las alturas francesas más de cuatro horas. Lloviznaba con parsimonia, era julio, pero parecía octubre. Las piernas se nos entumecieron y, por suerte, la serenidad de nuestros caracteres no provocó males mayores. En un momento dado, llegamos hasta un ibón (un lago pirenaico). La bruma apenas nos permitía distinguirlo. Al fondo, los cuatro vimos un gran carnero con su cornamenta humillada por la sed. No era un espejismo. Yo recordé en ese momento la película "Amarcord" de Fellini. El abuelo del protagonista sale de casa entre una niebla muy densa, apenas ve el suelo, cuando se topa con una inmensa vaca. Fellini no nos aclara si es un sueño o una premonición, pero el abuelo muere al día siguiente. Yo les conté la escena a mis compañeros y nos quedamos escrutando, aterrados, la testuz del carnero como anuncio de nuestra próxima desaparición. Pero no, ellos eran jóvenes, atléticos y estaban muy puestos en el arte de la orientación. Nos recondujimos al camino correcto y llegamos, después de once horas de travesía bajo la lluvia y un almuerzo precipitado junto a unos cerdos, al refugio previsto. Por muchos años que pasen, la imagen del carnero abrevando en el Leteo como augurio de la muerte me acompañará siempre.   

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