Como cada 18 años, se me volvió a aparecer la Virgen en 2012. Estaba yo en San Clemente, más precisamente en los urinarios de la Posada, cuando, al tirar de la cadena, sobre la cisterna, la vi de nuevo. Esta vez no me asustó la luz que la acompaña, ni los efectos especiales, de hecho, casi la ignoré; aunque me acojonó lo que me dijo, a pesar de llevar unas cañas de más. Se aproximó a mi oído, mientras me lavaba las manos y me susurró la siguiente profecía: "Dentro de ocho años, antes de que te me vuelva a aparecer, ocurrirá un suceso extraordinario en todo el mundo que os hará volver a la religión, pecadores del demonio. Llegará una gran epidemia, todos taparéis vuestras bocas y narices y creeréis próximo el fin del mundo. En tu pueblo, la romería que celebráis todos los años en mi honor la querrán suspender los súbditos del mal; pero no debéis ceder. Es necesario que baje como siempre de mi ermita, pese a quien pese. A ver si vamos a ir interrumpiendo los ritos y os olvidáis de mí de por vida. Es posible que os contaminéis todos, es posible que aquello sea una hecatombe, pero eso precisamente es lo que os pido, un sacrificio en mi honor. Si hay que morir, nada mejor que hacerlo por vuestra Virgen. Recuérdalo, apúntalo en esa libreta que llevas, que luego se te olvida todo: dentro de ocho años, en 2020, convenceremos a la gente para celebrar la romería; y si hay que ir a la iglesia se va, qué más os da durar uno o diez años más; todo sea por vuestra patrona". Y aquí estamos, amigos, en 2020, y yo no sé cómo empezar con esto, me falta vocación de profeta.
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