Que Asturias es un paraíso natural no es un eslogan, es una verdad incuestionable. Ahora bien, ¿cuántos turistas actuales estamos dotados para disfrutar de un paraíso natural? Los podría contar con los dedos de la mano de un montañero. Recordad que la legión que inunda Asturias este verano está compuesta de gente del siglo XXI, no del XIX. Somos criaturas que pasan la mayor parte del tiempo entre móviles, ordenadores, tabletas y televisores, incluidos quienes vivimos en pueblos. La naturaleza para nosotros es como esa abuela extraña a la que visitamos en el asilo por cumplir y huimos de ella cuanto antes. Es muy difícil que un androide de 2020 pueda disfrutar del silencio de una noche de verano o del verde sedoso de los montes o del bucolismo de un prado en mitad del orvallo.
Más aún, tened en cuenta que el paraíso natural no viene solo con postales de fondo de pantalla. Cuando uno pasea o hace senderismo o runea o calafatea por las sendas astures lo van a abordar caballos, vacas, culebras, perros sueltos, toros y hasta cuatroporcuatros en labores ganaderas. Además, el estiércol huele, las ortigas escuecen, las picaduras de los tábanos duelen y el orvallo empapa. El placer estético de contemplar un paisaje y el silencio nos aburren a los cinco minutos, vamos a ser sinceros. Somos gente de bullicio, folclore y un poco hiperactivos (aunque no estemos diagnosticados).
Sí es cierto que la temperatura por estos lares septentrionales es un bálsamo para los que nos cocemos en los páramos, aunque no olvidéis que somos turistas y queremos hacernos selfis en la playa (el mar está helado), en los montes (las nieblas son muy puñeteras) y en las praderas (algunos perros, toros y nubes no respetan nuestra vanidad).
Nos podemos refugiar en los bares, es cierto, y Asturias no solo es un paraíso natural, sino también etílico y gastronómico. Pero en este apartado también surgen varios contratiempos de verano. No olvidéis que somos turistas, bueno, no podremos obviarlo porque nos lo van a recordar en la factura del primer restaurante que visitemos. Somos turistas y nos merecemos lo peor. No penséis encontrar chollos escondidos detrás de un monte, ni restauradores despistados que hayan anclado sus precios en mitad del siglo XX, no. Vamos a comer bien, muy bien, pero a precios de turista, como es de ley. Y aquí hay otra objeción. Hace unos años había mucha más distancia entre la gastronomía de mi pueblo y la asturiana que en la actualidad. La restauración ha prosperado tanto en toda España que es difícil apreciar excesivas diferencias en lo que antes eran reductos del buen yantar. Chicote nos ha arruinado la sorpresa del cachopo.
La globalización y el progreso son armas cargadas de ironía, no te dejan ni fardar de viaje.
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