«Uno de los principios más básicos de la vida es el enlace entre los tiempos, la transmisión patrimonial de valores. Un mundo sin tradición crea huérfanos». Haciendo honor al espíritu de su frase, recordamos en el 200° aniversario de su nacimiento la figura del escritor ruso Iván Turguénev (1818-1883), perfecto reflejo del complejo siglo XIX en un Imperio zarista plagado de irresolubles contradicciones y de grandes figuras literarias. Noble terrateniente partidario de la emancipación de los siervos, liberal a dos aguas dividido entre el conservadurismo y el anarquismo y ferviente europeísta en una sociedad eslavófila, el escritor siempre se posicionó en las grandes polémicas políticas de su tiempo. Caducas ya muchas de estas luchas que poblaron la vida de Turguénev, dos siglos después nos queda su literatura, marcada por el arte de la descripción, en el que brilló como pocos.
De origen noble, nació el 9 de noviembre de 1818 en Oriol, al sur de Moscú, y se crió en el latifundio de su madre, la acaudalada terrateniente Varvára Petrovna Turguéneva, donde tuvo contacto directo con el campesinado ruso que fue central en su obra. Su padre, un coronel de la caballería imperial empobrecido que se desentendió de su familia en favor de múltiples aventuras amorosas, moriría durante su infancia, dejándolo a merced de una madre tiránica que, no obstante, le infundió el amor por la literatura rusa y extranjera. Otra de las personas que desempeñó un papel importante en la formación de Turguénev como escritor fue uno de los siervos de su madre, que sería el prototipo de uno de los personajes principales de su relato Punin y Baburin, recientemente editado por Nórdica, donde narra el fin de la Rusia zarista y esclavista.
Tras acabar la escuela elemental, su familia se mudó a Moscú, donde Turguénev entraría en la universidad para estudiar Letras, especializándose en los clásicos, literatura rusa y filología. Al año siguiente, con 16, y ya en San Petersburgo, ingresó en la Facultad de Filosofía. En la capital imperial Turguénev, influido por escritores como Pushkin y Gógol comenzó a escribir poemas románticos. Durante su educación, las ideas liberales, en boga en esa época, calaron en su mente juvenil, más aún cuando cinco años después, en 1838, viajó a Berlín con el objetivo de estudiar la filosofía de Hegel. En la capital alemana intimó con varios pensadores que le aproximaron al anarquismo, especialmente cuando conoció a Mijaíl Bakunin, con cuya hermana vivió un apasionado romance. Turguénev se impresionó con la sociedad centroeuropea y volvió a su país occidentalizado, pensando que Rusia podía progresar imitando a Europa, en oposición a la tendencia eslavófila que imperaba en el Imperio zarista.
Saltar del papel a la vida
Los primeros intentos literarios de Turguénev, incluyendo poemas y esbozos, mostraron su genio y recibieron comentarios favorables de Belinski, por entonces el principal crítico literario ruso. Todavía en su época de estudiante, escribe unos cien poemas, algunos de ellos publicados en la revista El contemporáneo, fundada por Pushkin en 1836, un año antes de su muerte, donde publicaría en años posteriores su serie de relatos Memorias de un cazador (1847), El prado de Bezhin (1851) y Rudin (1856); y donde también vieron la luz textos de otros grandes de las letras rusas como el propio Pushkin, Gógol, Iván Goncharov o Tolstói. Con el objetivo de escribir con mayor libertad que la que ofrecía la Rusia de Nicolás I, viaja a Francia, donde se convierte en involuntario testigo de la revolución en 1848. Allí se encuentra con Alexander Herzen, ideólogo de la revolución campesina rusa, de quien era amigo íntimo cuando eran estudiantes.
Espantado con la idea de la revolución, regresa a Rusia en 1850. Dos años después, al morir su madre, Turguénev hereda una inmensa fortuna. Ya en el puesto de amo, mejora la situación de sus siervos, pero no los libera, algo que sólo llegaría en 1861 con una ley del zar Alejandro II. A pesar de su inacción real, su decidida defensa de la abolición de la servidumbre y su condena del nivel de vida del campesinado ruso se trasluce en sus Memorias de un cazador, una serie de cuentos concatenados cuyo común denominador son los sucesos de la vida rural. Según Dostoyevski, Turguénev es incapaz de dar el salto del papel a la vida real, y se trata de la obra de un hombre acomodado, poco comprometido con la situación social de su país, para el que solo existe la vida bucólica del campo de Rusia.
Sin embargo, su trabajo no es del agrado de la censura zarista, que trata de poner obstáculos, prohibiendo o recortando las obras del escritor. La oportunidad de vengarse les llega tras escribir Turguénev un elogioso obituario dedicado a Gógol, que es usado como excusa para recluirle exiliado en su finca familiar. Gracias a la intervención de Tolstói, dos años después, a Turguénev se le permitió vivir en la capital, pero se le impuso una prohibición estricta para la publicación de nuevos relatos. De hecho, muchas de las obras maestras del escritor se publicaron en Rusia solo tras la muerte en 1855 de Nicolás I, como por ejemplo, Nido de nobles (1859), En vísperas (1860) o Padres e hijos (1862).
Solo contra el mundo
En 1855 Alejandro II se convirtió en zar, y el clima político se tornó más relajado, permitiendo la publicación de todas estas obras, donde trata temas como la frustración vital, los amores fallidos, critica la vida rusa y las promesas de los revolucionarios y reflexiona sobre las nuevas ideologías. De hecho en la última de ellas, Padres e hijos, reconocida como una de las novelas más importantes del siglo XIX, utiliza por primera vez y populariza el término nihilismo, surgido en esa convulsa Rusia del XIX, donde las revueltas campesinas, los atentados y el bandolerismo estaban a la orden del día. El talento narrativo de Turguénev, por encima de la finura de sus retratos psicológicos y de su buen oído para los diálogos, reside en la limpieza y la contención de sus historias, donde bajo un toque melancólico, todos los elementos encajan a la perfección y cada descripción es de una precisión quirúrgica.
Sin embargo, esta etapa de madurez y plenitud creativa se ve sacudida por fuertes desavenencias ideológicas con muchos de sus antiguos amigos. La principal razón fue la cierta discrepancia entre las ideas que impregnaron todas estas obras del escritor y su posición civil. Para muchos, Turguénev solo estaba a favor sobre el papel de que hubiera cambios significativos en Rusia, pero estaba en contra del hecho de que se hicieron de una manera revolucionaria. Por eso rompió en 1862 con sus queridos amigos de juventud, Alexander Herzen y Mijaíll Bakunin.
Fuertes desavenencias tuvo también con Tolstói. Su complicada amistad con Tolstói alcanzó tal animosidad que en 1861 este lo retó a duelo. Si bien luego se disculpó, estuvieron sin hablarse diecisiete años. También se las tuvo tiesas con Dostoyevski, conservador y eslavófilo, que en novelas como El idiota y Los demonios advertía que los liberales pervertirían a Rusia y la llevarían a su destrucción, y aconsejaba a los rusos conservar su propia vía y la fe ortodoxa. Sus ideologías diametralmente opuestas les llevarían a dedicarse lindezas como «Dostoyevski es un grano en la nariz de la literatura cuya profundización en los lúgubres abismos del alma humana es un moqueo psicológico que deja un tufo agrio y hospitalario». Por su parte, el autor de Crimen y castigo recomendó a Turguénev, en aquel momento residente en Francia, que se comprara un telescopio «de lo contrario, le será difícil mirar a Rusia» y le parodió en su novela Los demonios a través del personaje del novelista Karmazínov. A pesar de todo, en 1880, el famoso discurso de Dostoyevski en la inauguración del monumento a Pushkin versó sobre su reconciliación con Turguénev.
Desde 1863, el escritor se mudó a vivir al extranjero, donde tomó parte activa en la vida cultural de Europa. Entre sus amigos se encontraban escritores famosos como Charles Dickens, Émile Zola, George Sand o Victor Hugo, pero siempre recordó sus raíces e hizo de puente entre las literaturas rusa y occidental llevando a cabo algunas traducciones y promocionando a sus compatriotas. A principios de 1882, llegó a Rusia la noticia alarmante sobre la enfermedad mortal del escritor, un cáncer de médula que se lo llevaría a la tumba al año siguiente. En su lecho de muerte exclamó, refiriéndose a Tolstói: «Amigo, vuelve a la literatura». Con tal inspiración, se dice que Tolstói escribió obras como La muerte de Iván Ilich y La sonata Kreutzer. A pesar de los años lejos de su patria, el cuerpo de Turguénev fue trasladado siguiendo su expreso deseo a San Petersburgo, donde reposa en el cementerio Vólkovskoie.
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