En estos días más caseros, enciendo la lumbre muy a menudo. Como ya no compro periódicos de papel, he prendido el fuego con viejos exámenes de Literatura Universal. Es triste ver arder la neurastenia de Madame Bovary, el arrepentimiento de Crimen y castigo, el desafuero de Rimbaud, las pasiones de Ana Karénina, la sabiduría de Falstaaf... Antes de hacer una bola con el examen, los he releído por encima y he recordado los rostros de las alumnas y alumnos que los pergeñaron, también con añoranza. He estado a punto de rescatar de las llamas un comentario sobre el Rey Lear, porque sabía de la habilidad analítica de la alumna que lo escribió, pero ya era imposible. El fuego, como el tiempo, es inexorable.
Ahora, hay que ver cómo estaban las patatas y el tocino asados y aromatizados por el humo de Faulkner y Joyce. Esto sí que es paladear la narrativa, literalmente. Forma y fondo, todo uno. Cuerpo y espíritu arracimados por la hoguera.
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