De la esperanza en la victoria de los aliados en la guerra mundial, una vez cumplidas mil y una noches en prisión, con la angustia de que la muerte se presente al amanecer. Del destino incierto de Ricardo García.
Durante el año cuarenta teníamos la convicción de que la guerra
mundial no sería larga. Nuestra libertad dependía de la guerra, a pesar de la
combinación de decretos y otras circunstancias. Sobre todo cuando en abril de
1941 se publica el decreto para los que tenían hasta doce años de condena.
Salieron casi todos, aunque luego devolvieron a la mayoría a prisión.
Cuando Alemania declaró la guerra a Rusia y el conflicto tomó más
envergadura, se nos levantó la moral por creer que sería muy favorable para la
ayuda de los ingleses. Después de la gran ofensiva alemana, en la que toman
mucho territorio ruso, no se pierde la confianza de triunfo, por creer que
sería menos fácil vencer a dos potencias que a una sola, a pesar de tener en
cuenta la fortaleza de Alemania. Pero Rusia también es fuerte e Inglaterra es
dueña de los mares. Ahí comprendimos todos que la guerra sería larga y dura y
que la perderían con seguridad los países totalitarios.
Pocos meses después nos sorprende la noticia que tanto deseamos
desde que se inició la guerra en Europa: la declaración de guerra de América
contra el fascismo. Empezaron a pegarse con el Japón y a consecuencia de esto,
las tres potencias se ponen de acuerdo para luchar contra el mundo entero
fascista. Unidas las tres potencias, Inglaterra, Rusia y Estados Unidos,
teníamos la seguridad de que triunfarían y se opina que en el año 43 se
liberará Europa entera del régimen totalitario fascista.
Por estas razones tenemos el convencimiento de que, hasta que la
guerra no termine, las cárceles en España no se verán vacías. Esa es mi
ilusión en la prisión de El Puig.
En esos últimos dos años no lo pasé mal del todo porque mi primo Martín se
dejaba caer por allí de vez en cuando con cien pesetas y mi hermano el cojo
también algunas veces. Él y Martín me salvaron de los momentos más apurados.
Nunca podré olvidar el sacrificio de la tía de mi mujer y su hija. Desde el
momento en que llegué a esta prisión se sacrificaron por mí aunque no fue mucho
el arreglo de mi situación.
Como la protagonista de Las mil y una noches, sufrí, desde el
primer día de mi reclusión, la angustia diaria de esperar una orden de
ejecución. Por casualidad o suerte, las he pasado, y continúo dispuesto a pasar
otras tantas, con la diferencia de que ya no temo tanto esa orden desagradable
que tantas noches me ha quitado el sueño. Esa tragedia de contar los días y las
noches (que aunque son para dormir, se convertían en días) por creer que el
próximo podría ser el de mi fusilamiento.
Y aún, después de todo este tiempo, continúo en la prisión de El
Puig (en condiciones muy mejoradas respecto a las de años anteriores). Hoy, 18
de mayo de 1942, todavía espero el juicio y no tengo ningún conocimiento de la
fecha exacta en la que se celebrará. Supongo que me trasladarán de nuevo a la
Modelo.
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