sábado, 13 de julio de 2019

Crítica teatral, El perro del hortelano. Lope, parodia de sí mismo



Crónica de El perro del hortelano de Lope de Vega, representada en Almagro por la Compañía Nacional de Teatro de México (12 de julio de 2019)

La comedia sentimental del Siglo de Oro es un artificio que se apoya en la lírica amorosa petrarquista y se enriquece con el retruécano barroco en el que Lope se muestra maestro absoluto.
Diana es una mujer caprichosa que se enamora y se desenamora según cómo avanza el romance de Teodoro (su criado) con Marcela (su criada). Diana, Teodoro y Marcela conforman un triángulo amoroso en el que los celos y el escalafón social determinan la salud de las pasiones. Los juegos de palabras, los enredos lingüísticos y el carácter voluble de Diana son la piel que envuelve esta obra: Diana escribe una nota a Teodoro en la que expone su inclinación enrevesada hacia su criado y le exige a este una respuesta que esté a la altura:

«Amar por ver amar envidia ha sido,
y primero que amar estar celosa
es invención de amor maravillosa
y que por imposible se ha tenido (...)

Ni me dejo forzar, ni me defiendo; 
darme quiero a entender sin decir nada: 
entiéndame quien puede; yo me entiendo.»

Estos enredos amorosos y lingüísticos dan forma al artificio teatral de Lope. Un constructo que la Compañía Nacional de Teatro de México opta por ambientar dentro de otro artificio: el mundo glamuroso del cine de los años cuarenta / cincuenta. Las actrices se pasean por el escenario con peinados e indumentaria de pinups, cantan boleros sobre un piano y convierten el palacio de Belflor en el cabaret de Rita Hayworth. Un artificio (el de la comedia de enredo barroca) dentro de otro (el mundo de las redecillas de melenas, los micrófonos metálicos y las luces de neón). El acento mexicano se aviene a la perfección con la delicadeza del verso lopesco. Me da por pensar si no estarán más próximos a los del autor estos dejes latinos que los ibéricos.

Una Diana espléndida, de nombre fabuloso, Astrid Romo, atrapa al espectador y lo somete a la bendición del artificio bien construido. El resto del elenco se desenvuelve con garantías para dejar bien amarrado al público a las localidades de la destartalada universidad almagreña.
Lope es una parodia de sí mismo. Para envolver al "vulgo" enreda a sus protagonistas en una aventura de amor tan extravagante que parece reírse de su propio oficio de inventor de disparates (como podría llamarlo Cervantes). Al final de la obra, un engaño sirve para que Diana y Teodoro por fin se amen. Los códigos de la época no permitían que dos personas de ascendencia tan distante (señora y criado) propusieran casamiento sobre el escenario. Un engaño final los iguala, aparentemente. Todos son conscientes de que es un engaño, incluida Diana. Teodoro no es conde y todos lo saben, salvo su supuesto padre. Y, a pesar de todo, determinan seguir con el embuste para dar fin feliz a su aventura de amor. Se contravienen los códigos, como se pervierte la lírica petrarquista en un juego continuo de retruécanos que huele mucho a parodia y a chamusquina. Y, sin embargo, a pesar de la broma, Lope es capaz de elevar el verso amoroso a alturas deslumbrantes: "Yo me voy, señora mía, / yo me voy, el alma no..." Los monólogos y el genio del Fénix no dejan que la parodia se apropie por completo del juego amoroso y lo convierta en mero astracán.
La puesta en escena de Angélica Rogel es fresca y abraza con hermosura el verso de Lope. Así se cuida el patrimonio literario allende nuestras fronteras, con respeto y oficio. Un Lope mexicano, qué mejor, en un hombre que vivió cien vidas en una, en un autor tan versátil como pródigo en su genio. Un Lope cinematográfico y de bolero, como a él sin duda le habría gustado.  Cervantes intentó pasar a América y no lo consiguió, Lope ahora sí. Otro revés para el padre del Caballero de la Triste Figura.    

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