Según Richard Dawkins, biólogo evolucionista, el término lingüístico meme es una unidad básica de información cultural que se transmiten unos a otros los individuos y los grupos sociales. El meme opera con la misma carga trasmisible y replicable de un gen. Media humanidad lo expande hoy con los móviles a través de tuits, whatsapps, facebooks e instagrams, sin saber que alberga una adicción obsesiva semejante al más potente de los opiáceos. Los memes se propagan como una pandemia de modo incontrolado y su capacidad de réplica y acumulación genera estructuras que se insertan en el cerebro humano en forma de teorías, religiones, fobias, filias, rechazos, banderas, patrias, nacionalismos y pasiones deportivas. Los memes acaban creando una nueva realidad ajena al conocimiento empírico y científico, compuesta de unidades elementales, que en su mayoría son chistes, bulos, ocurrencias, mentiras, calumnias e insultos. Estos sencillos mensajes se clavan en el encéfalo del receptor y allí se multiplican saltando a todos los que entran en contacto con el infectado. En política los memes replicantes constituyen un arma letal, rápida y con una capacidad de difusión similar a los virus y durante las campañas electorales crean un ambiente febril y convulso que llega a su clímax en el momento del recuento de votos. Así ha sucedido en las recientes elecciones generales. Así sucederá en las autonómicas, municipales y europeas que se avecinan. Sobre ellas se abatirá una nueva epidemia de memes sin que el recuerdo del anterior fracaso produzca cierta inmunidad, ya que el virus mutará y no habrá vacunas que prevengan la próxima infección. A un adolescente le quitas el móvil y comienza a berrear como cuando de bebé le quitabas el chupete. Así sucede con el resto de la humanidad, que enganchada a esta droga se está volviendo idiota.
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