Hay una relación inmediata entre el hecho de que los niños comiencen a ver porno a edad muy temprana y el regalo de moda en las comuniones, el móvil. Es una relación perversa y, a priori, paradójica: el regalo de moda de un ritual religioso sirve para pecar sin pausa a partir de nueve años. Pero si lo pensamos detenidamente, la paradoja no es tal. Y me explico. Las religiones exhibicionistas y el porno tienen más puntos en común de los que podríamos pensar.
Un católico practicante se debe a sus imágenes y a sus rituales: romerías, paseos en andas de vírgenes y santos, misas multitudinarias, procesiones con todo tipo de lujos y trajes estrambóticos, sacramentos (bautizo, comunión, confirmación, boda...). Sí, es cierto que muchas de estas celebraciones comunales no provienen de la propia religión, sino de ritos atávicos en los que a los pueblos les gustaba conmemorar sus hábitos y su vida en común. La religión católica los ha absorbido y los ha hecho suyos a base de siglos, miedo y poder. Se celebra la vida y, sobre todo, la muerte: hay una especial delectación en la representación de la cruz, del sepulcro, de los martirios, del sufrimiento. La gente se disfraza, se cuelga sus mejores galas, para ver pasear imágenes e iconos o para cargarlos a hombros. Todos los ritos basados en la ficción y el exhibicionismo.
Pues bien, ¿cuáles son las cualidades más apreciadas por los directores de porno?: saber exhibirse y una buena... ficción. Sí, criaturas, los personajes del porno son exhibicionistas por naturaleza. Les gusta pasearse en bolas y mostrar sus atributos de ficción, como si de iconos procesionales se tratara. La historia de una película porno es muy simple y va dirigida a un fin exclusivo: la captación de pornoadictos. También las historias de las vírgenes y santos son muy simples y tienen una finalidad única: la captación de fieles. El consumidor de porno, como el de procesiones, ama el espectáculo, le gusta participar de un placer que no sabe explicar, que le resulta inefable. Cuántas veces he oído en una procesión, como en el clímax de una escena porno, esta coletilla (y no va con segundas): "Quien no ha vivido esto, no sabe lo que se siente". Y tanto los poderes religiosos como las productoras de porno se aprovechan de lo mismo: de nuestros impulsos humanos.
Pues sí, son muchos más los puntos de unión entre el porno y la religión exhibicionista que las diferencias. El porno es una ficción del acto sexual como una procesión de Semana Santa es una ficción de la muerte y de la comunión popular. Son expresiones del placer que nos transmite la relación con el otro. Ficciones que atraen con un "no sé qué que queda balbuciendo". San Juan ya sabía esto, pese a que no conociera el porno (o sí, no sé). Su poesía erótico religiosa deja muy clara esta confusión. Por eso no me parece tan paradójico que comunión y porno estén unidos en un ritual. Lo que ya no tengo tan claro es que con nueve años se pueda asimilar tanta imagen y tanto entrar y salir de miembros y santos.
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