Guillaume Apollinaire se decía hijo de un Papa o de un Cardenal. Y también decía que había robado la Gioconda del Louvre y la había tenido escondida en su casa. Lo del robo es cierto. Lo que no está tan claro es que el ladrón fuese Apollinaire. El punto de vista de esta serie es revelar cómo las sucesivas vanguardias del siglo XX no fueron sino grandes crisis de esnobismo que unos cuantos hombres superiores elevaron a creación. Fueron los que querían ir más allá. Más allá de todo, más allá de sí mismos y, por supuesto, más allá de la realidad. Quedaría así demostrado que el esnobismo no es un antivalor sino un valor ambiguo de resultados muy positivos según el artista o pensador de moda. El siglo XX no avanzó a golpe de ciencia o de técnica sino a golpe de esnobismo.
Apollinaire da más importancia a la caligrafía que al poema. Es decir, está persuadido de que la poesía es caligráfica. Así es como crea sus novísimos caligramas, tan imitados en el mundo entero y que pasaron a sustituir, en los abanicos de señora, a los versitos románticos de La Fontaine o de Bécquer. Todavía hoy, en el XXI, aparecen poetas jóvenes haciendo la revolución caligráfica e ignorando generalmente quién era Apollinaire. Pero el gran innovador se equivocaba contra sí mismo.
La poesía, la nueva poesía está en estos versos, aunque se escriban en un periódico: “Torre Eiffel, pastora, el rebaño de los puentes bala esta mañana”.
En Alcools y en toda la obra de Apollinaire hay un culto a la imagen que sería -ahí sí que sí- el gran hallazgo del siglo XX. La imagen está en Quevedo y en Shakespeare, pero los franceses y los españoles descubren que no está como adorno sino que es la poesía misma. Que el poema no es una reflexión adornada con toques metafóricos. Que el poema jamás nace de una idea sino siempre de una metáfora que luego puede generar otras mil. En España, Juan Ramón Jiménez y la Generación del 27, reclamándose de Góngora y Quevedo, instauran toda su obra sobre la imagen y la metáfora, las dos fuerzas que mueven el poema.
Claro que de vez en cuando surge un poeta pensativo, como Machado o el segundo Luis Cernuda, poetas a los que hay que tomar como son. La tercera fuerza de la poesía lírica es la música, y esto es el Modernismo, la revolución de la música en el poema. Apollinaire despeja para siempre la música, la despide de sus versos, que sólo son sucesiones de imágenes y metáforas generalmente al servicio de la actualidad casi periodística. Apollinaire canta la guerra cuando la guerra es la actualidad de cada mañana, y aquí hay un esnobismo extremado y peligroso. Apollinaire, como Jean Cocteau y tantos otros, no canta la guerra como patriotismo sino como estética. Claro que la guerra de Cocteau no va mucho más allá de servir en las ambulancias. Apollinaire sí tiene que ir al frente y cuando está leyendo el periódico en la trinchera un obús le vuela la cabeza. Parece ser que siguió leyendo el periódico, pero hubo que hacerle una trepanación y ya anduvo siempre con un artefacto en la cabeza que parecía un aparato telefónico. Siguió con su alegría de vivir, que la guerra no le había quitado sino exaltado. Claro que acabaría muriendo pronto.
Apollinaire vivió siempre en una especie de corral sobre las nubes, mirando desde sus tejados todos los tejados de París y considerando la Torre Eiffel como un perchero de la abuela demasiado grande para tenerlo en casa. Apollinaire era bueno, optimista y genial, pero era sobre todo una ola de esnobismo que por ir siempre más allá que los demás ha quedado como el primer vanguardista, como el capitán de los poetas, más capitán con su venda ancha y blanca en torno a la cabeza.
Si el esnobismo puede alcanzar alguna vez el grado de genialidad, este es el caso de Guillaume Apollinaire. La pasión esnob aguantó bien la primera Guerra Mundial, pero después de la segunda, mediado el siglo, vinieron las filosofías del pesimismo -Sartre, Heidegger, etc.- y la poesía social y política que rechazaba la imagen como lujo burgués, la metáfora como juego de palabras y la música como halago femenino. La segunda mitad del siglo XX ha sido pesimista y perdedora así como la primera fue optimista y muy creatriz. Apollinaire muere defendiendo no la patria sino la imaginación que ya le reventaba la cabeza por debajo de la hermosa aureola blanca de su vendaje.
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