Adoro el móvil. No es el invento del siglo, es mucho más, le ha dado sentido completo a la humanidad. Este "Aleph" tecnológico nos permite huir de conversaciones cara a cara (tan molestas y humanas) y es el instrumento ideal para fingir vidas paralelas mucho más interesantes que las reales. Es un arma ideal para desconectarte de reflexiones interminables, historias personales, anécdotas, lamentos y todo tipo de ocurrencias de quienes están a nuestro lado (y que no le importan a nadie, no vamos a engañarnos). A los italianos, les sirve de excusa perfecta para hablar solos en mitad de la calle y, a los demás, nos libra de hacer turismo sin ningún objetivo: con el selfie, la postura para la foto y el vídeo panorámico, los viajes se han llenado de contenido. No hace falta ligar, el porno lo tienes en un clic, y te evita la molestia de la gonorrea, de un posible rechazo o de conocer a un indeseable. Y, por si todo esto fuera poco, te indica dónde comer, dónde dormir, cómo llegar a un destino, dónde comprar una lima, una puerta, un aspersor..., sin tener que perderte por las ciudades ni vagar por los callejones.
¡Ah!, se me olvidaba, tus protectoras, las compañías telefónicas, siempre están cerca de ti, aunque sea agosto a las tres de la tarde. No, niños y niñas, ni la rueda ni la fregona han sido tan importantes, ni mucho menos. Adoro el móvil. Amo a las compañías telefónicas.
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