Hoy ha muerto Phlip Roth. Para mí no, porque me quedan muchas
novelas suyas por descubrir. Sus historias me han
conturbado, me han absorbido, me han alterado, me han hecho otro, si en algún
momento era algo.
La primera fue Elegía. En ella se dibuja el panorama devastador y agrio de los últimos años de un ser humano acabado. Me costó acercarme a otra novela de Roth por temor a experimentar la misma
angustia. Roth disecciona la vejez sin ningún edulcorante: “La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre.”
En la
segunda, entre otras muchas cosas, se respiraba el olor a rancio que despedimos
los que vivimos permanentemente en un pequeño pueblo. La América profunda, que
podría trasladarse a la España profunda o a la Noruega profunda, se plasma en La mancha humana como un cáncer que
devora a sus habitantes y los corrompe hasta la podredumbre: “El Diablo del Pequeño Lugar: el chismorreo, los celos, la acritud, el
hastío, las mentiras. No, los venenos provinciales no ayudan. Aquí la gente se
aburre, es envidiosa, su vida es como es y como será, y por eso, sin poner el
relato en tela de juicio, lo repiten, por teléfono, en la calle, en la
cafetería, en el aula. Lo repiten en casa a sus maridos y esposas.”
En la tercera, experimenté la turbación de lo políticamente
incorrecto. Ese profesor universitario de El
animal moribundo causa el mismo efecto que la atracción por lo prohibido, por lo perturbador. El
sexo sin prejuicios, el hedonismo llevado a su última expresión. El
significado de la existencia se destripa entre los muslos de una cubana treinta
años menor que su amante.
En Pastoral
americana se deleita en la destrucción de de su protagonista, el
Sueco, paradigma del sueño americano. Alegoría de la decadencia de unas convenciones sociales (las de la
civilización occidental) que no aguantan ya la realidad.
Por último, en La conjura
contra América, el autor introduce a sus personajes en un pasado histórico
que no existe, pero que podía haber existido. Estremece el hecho de cómo podría cambiar el mundo si una circunstancia anecdótica no se hubiera producido,
escuece la fragilidad del individuo ante los acontecimientos e intriga la volubilidad de la Historia (así, con mayúsculas).
Roth es un autor identificable que nunca provoca indiferencia. Su literatura produce urticaria, desazón, bilis, dolor, angustia... Su literatura está viva, a pesar de su muerte.
Roth es un autor identificable que nunca provoca indiferencia. Su literatura produce urticaria, desazón, bilis, dolor, angustia... Su literatura está viva, a pesar de su muerte.
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