Volar. El mundo tan distinto y tan distante. Aislado del sofoco de la tierra cuarteada, de los vientos, del refugio. Zambullidos en un cubículo a temperatura estable. Volar. La ventana: rastros de lombriz sobre el barro, geometría de los campos, cagadas de mosca, encinares. Volar. Sándwich de jamón y queso, plum cake con Nutella, agua, snacks, pueden contactar conmigo, con la azafata de pelo recogido y labios de cereza. El mundo cada vez más lejos. Volar. Trazos de mano nerviosa, lágrimas como piscinas, el hombre ya no existe. Solo un tapiz inmenso de orugas y retales. Volar. Agua de seltz, bebidas isotónicas, carromatos tirados por uniformes de verano. Nubes deshilachadas, nubes acuosas, nubes como suelo y al fondo el azul eléctrico del azafato bizco. Volar. Suspendidos, abandonados en un limbo de motores y emergencias. Perfumes de Chanel, relojes de lujo, vasos de plástico, nubes y nubes de suela de zapato. El silencio del viaje, el bullicio de los motores, la desaparición de los pájaros. El cielo solo para nosotros, para los propietarios de las tarjetas de embarque, el DNI y los frascos de 100 mililitros. Volar. Pasear sentados sobre un perfume de nieve y descansar la cabeza sobre un marco de metacrilato. Prohibido fumar, levantarse, moverse. Solo está permitido abrumarse con el mundo desaparecido, con el fin del gobierno de lo sólido. La Antártida a través de la ventanilla. Espermatozoides como barcos. Francia, Inglaterra, no sé. Productos cosméticos, regalos, rifas, aterrizamos en una hora. La costa inglesa dibujada por mano de viejo bebido. Un mar estrellado. Volar, dormir soñar. Dublín al fondo, como una realidad de hierba, después del espejismo del cielo. Volar, llegar y despertar de la ingravidez, como el que vuelve de la mescalina, del LSD, del fragor alucinógeno del no ser. Volar. El mundo es esférico. Pisar la tierra. El mundo es plano y encima de las encinas sigue amenazando la lluvia.
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