domingo, 15 de enero de 2017
El paraguayo, mi tío, la muerte y diez ovejas
Con los labios arados por la intemperie, así lo recuerdo.
El paraguayo nos relata la muerte de Toni con delicadeza. Se remonta a la hora de la madrugada, cuando el ya difunto despertó y se levantó de la cama con lentitud. No debía alterar a los cinco bypass que esperaban cualquier agitación para enclaustrarlo de nuevo en el hospital. Toni odiaba los centros médicos, a pesar de las enfermeras. Los odiaba porque olían a sacristía y a linimento de futbolista.
Se remansa el paraguayo en la narración. Es muy importante para él no olvidar ningún detalle. Los hombres solo mueren una vez y los amigos también, aunque parezcan más veces. El paraguayo cuida con esmero las palabras. Algo que en esta parte del océano hemos olvidado. Le cuesta componerlas porque su lengua natal es el guaraní, pero para él contar los hechos de ese día supone algo tan importante como pronunciar una conferencia en la Sorbona. "Toni me llamó para que sacara el tractor. Yo le dije que hacía mucho frío, que la siembra podía esperar al día siguiente, pero él se empeñó. Anunciaron lluvias en el parte y si llueve no se puede sembrar. Desde que abandonó la escuela, Toni siempre se levantó con el sol, ustedes ya lo saben. Eso decía. Yo también me levanto con el sol, aunque no sé de escuelas". El paraguayo es pequeño, moreno, con las mejillas sonrosadas y los ojos pequeños, achicados por la honda tristeza. Cuando habla, saca las manos de la cazadora para que acompañen como se debe a las palabras. Unas manos de labrador, aún con restos de muerte y semillas. "Así que nos subimos al tractor y fuimos hasta el comercio del pienso. Allí cargamos tres sacos de simiente. Le dije a Toni que no tocara ninguno, pero aún me ayudó con el último. Cuando salimos a la calle, se quejó: Paco, ahora sí que tengo frío. Pero él estaba bien. Se reía de buena gana. Paramos a almorzar. Toni embolsó (comió) muy bien. Tenía muy buenas hambres. Se embolsó un buen bocadillo y se bebió casi un litro de zumo, pero seguía lamentándose del frío. Cuando terminamos, cargamos la tolva y fuimos al campo a sembrar. Yo iba delante, a pie. Preparaba el terreno. Toni conducía el tractor, como siempre. Las diez ovejas que nos quedaron, después de vender casi todo el ganado, seguían al vehículo. De repente, vi que se le volcaba el cuerpo sobre el tractor. Fui hacia él y lo frené como pude. Después lo cogí de los sobacos y lo incorporé. No me respondía. Intenté reanimarlo. Yo hice primeros auxilios en la mili, allá en Paraguay. Seguía sin responder. Llamé por teléfono a su hermano, que no andaba lejos, y entre los dos conseguimos bajarlo del tractor con mucho esfuerzo. Había cogido muchos kilos después del último ataque al corazón. Enseguida llegaron los muchachos de la ambulancia. También intentaron reanimarlo, pero ya estaba amoratado y no había nada que hacer. Se fue en un momento, sin despedirse y sin dar molestias. Así, con el frío metido en las entrañas".
Ni siquiera dio un ¡ay! al expirar. Vivió solo tanto tiempo que apenas hablaba. Bueno, solo no. Lo acompañaron siempre sus ovejas. Ellas, y en sus últimos años, una familia de paraguayos le aliviaron la desolación. Desde siempre trabajó en el campo, desde niño. Él era el sol: salía de amanecida y volvía a casa con el crepúsculo. El viento de solano le avisaba para recoger los hatos. Solo conoció a una mujer, la paraguaya con la que entabló una relación que duró apenas una semana. La arrolló un tren en un paso a nivel sin barreras. Después del primer infarto, comprobó que era peor estar encerrado en un hospital a que se te parara el corazón. No había tomado nunca ningún tipo de medicación. Por eso posiblemente cuando le dieron aquellas pastillas para descansar mejor, después del primer infarto, le provocaron alucinaciones. Salió a la calle, sonámbulo, a las cinco de la mañana, en calzoncillos y descalzo. Se cruzó todo el pueblo de esta guisa. Un panadero se lo encontró tiritando los cinco grados bajo cero, agarrado a una reja. No sabía quién era ni cómo se llamaba. Al día siguiente no recordaba nada.
Si hubiera guardado reposo como le ordenaron los médicos tras el primer bypass, habría muerto sin remisión. No habría habido ocasión de que le insertaran el segundo. Y así, de surco en surco, hasta cinco. Toni era hermano de mi madre. Ella lo quería como a uno de sus hijos. Era tan inocente y tan sencillo como la tierra que sembraba. Yo no hice nada por él. Solo este relato de su último día.
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