Recuerdo muy bien la primera lectura de Los hermanos Karamazov a los 18 años, solo en una habitación
de una casa que daba al Bósforo. Era el primer libro de Dostoievski que leía.
En la biblioteca de mi padre había una traducción turca publicada en los años
40 a partir de la versión inglesa de Constance Garnett y el título de aquella
novela, que de una manera misteriosa sugería todo el exotismo, la diferencia y
la fuerza de Rusia, llevaba bastante tiempo llamándome a un mundo nuevo.
Como todos los grandes libros, Los hermanos Karamazov tuvo dos efectos instantáneos en mí: me
hizo sentir al mismo tiempo que no estaba solo en el mundo y, por otro lado,
que era alguien desamparado, solo en mi rincón. Al ir viendo complacido lo que
la novela me mostraba poco a poco, sentía que no estaba solo porque, como me
suele pasar cuando leo grandes libros, las ideas que tanto me agitaban ya se me
habían ocurrido antes, y algunas escenas y entonaciones escalofriantes casi las
recordaba como si las hubiera vivido. Por otro lado, mi primera lectura del
libro también me daba la sensación de soledad puesto que me mostraba ciertas
verdades básicas sobre la vida de las que nadie hablaba, que nadie mencionaba.
Me daba la impresión de ser el primero que lo leía. Era como si Dostoievski me
susurrara al oído cosas privadas sobre la humanidad y la vida que nadie más
sabía. Esa información secreta tenía tanta fuerza y era tan inquietante que
cuando me sentaba a cenar con mis padres o cuando, como siempre, intentaba
charlar con mis compañeros en los atestados pasillos de la Universidad Técnica
de Estambul, en los que siempre se hablaba de política, sentía que el libro se
agitaba dentro de mí y que la vida ya no sería la misma; notaba que frente al
mundo grande, amplio y sorprendente de la novela, mi propia vida y mis
preocupaciones eran pequeñas e insignificantes. Me apetecía decir: “Estoy
leyendo un libro que me agita, que está cambiando mi mundo entero y eso me
asusta”. En alguna parte Borges dice: “Descubrir a Dostoievski es como descubrir
el amor o ver el mar por primera vez, marca un momento importante en la vida”.
El momento en que leí a Dostoievski por primera vez supuso para mí la pérdida
de la inocencia con respecto a la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario