Algunas ideas muy antiguas y muy modernas para empezar el curso escolar. Gentileza de dos hombres del siglo XX, casi del XIX: Giner de los Ríos y Antonio Machado.
De Giner:
«Transformad esas antiguas aulas; suprimid el estrado
y la cátedra del maestro, barrera de hielo que aísla y hace imposible toda
intimidad con el discípulo; suprimid el banco, la grada, el anfiteatro,
símbolos perdurables de la uniformidad y del tedio. Romped esas enormes masas
de alumnos, por necesidad constreñidas a oír pasivamente una lección o a
alternar en un interrogatorio de memoria, cuando no a presenciar desde
distancias increíbles ejercicios y manipulaciones de que apenas logran darse
cuenta. Sustituid en torno del profesor a todos esos elementos clásicos por un
círculo poco numeroso de escolares activos que piensan, que hablan, que
discuten, que se mueven, que están vivos, en suma, y cuya fantasía se ennoblece
con la idea de una colaboración en la obra del maestro. Vedlos excitados por su
propia espontánea iniciativa, por la conciencia de sí mismos, porque sienten ya
que son algo en el mundo y que no es pecado tener individualidad y ser hombres.
Hacedlos medir, pesar, descomponer, crear y disipar la materia en el
laboratorio; discutir, como en Grecia, los problemas fundamentales del ser y
destino de las cosas; sondear el dolor en la clínica, la nebulosa en el
espacio, la producción en el suelo de la tierra, la belleza y la Historia en el
museo; que descifren el jeroglífico, que reduzcan a sus tipos los organismos naturales,
que interpreten los textos, que inventen, que descubran, que adivinen formas
doquiera... Y entonces la cátedra es un taller y el maestro un guía en el
trabajo; los discípulos, una familia; el vínculo exterior se convierte en ético
e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente; la vida
circula por todas partes y la enseñanza gana en fecundidad, en solidez, en
atractivo, lo que pierde en pompas y en gallardas libreas.»
De Machado:
Muchos profesores piensan haber dicho bastante
contra la enseñanza rutinaria y dogmática, recomendando a sus alumnos que no
aprendan las palabras sino los conceptos de textos o conferencias. Ignoran que
hay muy poca diferencia entre aprender palabras y recitar conceptos. Son dos
operaciones igualmente mecánicas. Lo que importa es aprender a pensar, a
utilizar nuestros propios sesos para el uso a que están por naturaleza
destinados y a calcar fielmente la línea sinuosa y siempre original de nuestro
propio sentir, a ser nosotros mismos, para poner mañana el sello de nuestra
alma en nuestra obra.
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