domingo, 26 de junio de 2016

De la Toscana a Venecia: II Florencia


Cuando llegamos a Florencia la estaban arrasando los bárbaros. Los bárbaros (nosotros incluidos) rapiñamos su comida, los calzoncillos del David, las jarras de Bruneleschi, los calendarios de curas, los capuchinos de 5 euros... Robamos con nuestros aparatos diabólicos la armonía de la Academia y el equilibrio de los Uffizi. Todo lo vulgarizamos y lo sometemos al desgaste de la prisa y el hacinamiento. Las hordas se apiñan en la piazza de la Signoria, en la de la Paja, en el ponte Vecchio, frente a las puertas del Paraíso (por supuesto sin esperanza de que nos dejen entrar)... En la Academia, un chino ya maduro sopesa, gracias a los milagros de la perspectiva, los testículos del David de Miguel Ángel. En la plaza de la Paja dos jóvenes cabalgan el jabalí de bronce y besan su hocico, pulido por los bárbaros. Alemanes con la mirada muerta apagan la Primavera de Botticelli. Dos japoneses intentan enderezar las serpientes que atrapan al Laocoonte. Muchachos en galeras arrasan vociferantes los mármoles de la catedral y la cúpula de Bruneleschi. Es un plan muy bien diseñado: a los florentinos se les ha convencido de que los bárbaros somos su alimento, cuando está bien a la vista que somos nosotros quienes estamos devorando a los pobladores de esta ciudad y a su pasado sin piedad y con pocos escrúpulos.
Por otro lado, si a uno se le ha soltado el cuerpo, es difícil apreciar la grandeza del arte. Y a consecuencia de este estado me asalta una revelación: no pienso visitar más ciudades que aparezcan en los circuitos turísticos; de ahora en adelante, solo viajaré a lugares que estén reconocidos por el mal gusto de sus construcciones y por no albergar museos de renombre (como mucho el de tortura). Me niego (con mi indecente gastroenteritis) a volver a formar parte de las hordas de bárbaros que desalman ciudades eternas, las devoran y las convierten en productos comerciales.
PD.: Seguro que en cuanto mi estómago recupere el sosiego me olvido de este propósito de enmienda y vuelvo a fotografiar a mis alumnos desparramados a los pies del David, como si ellos fueran las víctimas y no el gigante.

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