La literatura (en todas sus variables) tiene
muchos senderos. Quizá uno de los tragos más duros que se le presentan a quien
escribe o ejerce de crítico sea el decir a un amigo o conocido que te ha
dado un libro suyo (a veces el mecanoescrito) que se trata de un libro
correcto, incluso bueno, un libro más que digno, pero poco personal, o falto de
esa fuerza o pegada que tienen los libros de veras interesantes. Si un libro
–versos o novela- es malo, claramente torpe, uno lo deja sin remordimientos;
pero el libro correcto se lee, porque es una lectura grata aunque sabes que lo
olvidarás enseguida, porque hay muchos
libros de buena hechura, dignos, pero faltos de garra o de eso que muy a menudo
se llama “voz”. Me ocurrió recientemente con un libro de poemas publicado en
una editorial minoritaria pero buena de Zaragoza, “Olifante”, ahora menos
exigente que en sus inicios, pero una notable editorial de poesía. Un autor ya
no joven y al que no conocía pero que se decía buen lector mío, me envío un
libro de poemas titulado “Los negros soles” (2014). Tardé en leerlo, pero lo
hice (procuro, aunque a veces sea imposible, cumplir con lo que me llega) y me
encontré ante unos poemas de tradición clásica –algunos sonetos- , culturalismo,
meditación sobre el devenir vital, todo muy pulido y correcto, pero poemas “ya
hechos”, con demasiados referentes de otros poetas mayores no bien deglutidos,
algo que gustaba y dejaba indiferente al mismo tiempo. ¿Era un libro malo? En
absoluto. ¿Bueno? Tampoco. Era, en realidad la obra de un buen lector de
poesía, aficionado mayor, que en un momento dado siente –nada más lógico- la
tentación de escribir, de echar su cuarto a espadas. Se podían, aquí y
allá, espigar versos sugerentes: “Porque por donde ondea,/ dulcísimas
aroman las arpas del banquete/ y brota el fresco lirio de la dicha.” ¿No
es bello “el fresco lirio de la dicha”? Sin duda. Tan bello como sabido en un
conjunto carente de pegada o voz…
¿Qué decir a su autor, Rafael Lobarte,
notable traductor además (Shelley o John Keats), debería aconsejarle que no
escriba porque no parece vaya a llegar a nada muy notable? Se suele decir que
se edita demasiado, muchos libros “inútiles”, y aunque a veces esa utilidad
dependa de cada lector, es cierto que hay muchas editoriales “generosas” sea
por bestsellerismo –es otra cosa- por amistad o cercanía o incluso (no era el
caso) porque no son pocos los autores que de algún modo pagan sus primeros –o
no tan primeros- libros. ¿Por qué iba a dejar de escribir un buen lector, en
este caso de poesía? La cuestión no está en el silencio, la mudez, no. La
cuestión es cómo se mira o percibe la propia voluntad de escritura. Que la
comparación sea lejana. Pensemos en el tenis. Mucha gente lo juega, gusta
a muchos y no sólo como espectadores, sino como partícipes apasionados.
Pero la mayoría
de los que frecuentan las tantas canchas no creen que van a ser primeras
raquetas nacionales o mundiales: Ni se piensan hoy Nadal, ni Feliciano
López, ni antaño Navratilova o Jokovich hoy o Ferrero antes, por decir
categorías distintas pero altas. ¿Por qué la poesía o la novela no pueden ser
un noble juego? El aficionado lector siente deseos de escribir y es bueno que
lo haga. A veces como una terapia emocional o psicológica –es tema ya tratado-
pero mucho más a menudo por el mero placer de escribir y expresarse.
Normalmente de ahí quedarán páginas para amigos, algún pequeño volumen de
tirada corta, pero como no hay intención de entrar en ningún escalafón,
simplemente goces privados. Verdad que de cuando en cuando, como liebre del
instante, de ese “juego” puede brotar sin pretenderlo un poeta,hombre o
mujer, muy notable. Entonces alguien se dará cuenta y se lo dirá, si él mismo
no lo sospecha. Pero la mayoría de las veces será sólo un dorado y notable
pasatiempo docto. Porque no sólo el deporte sirve de proyección íntima,
la literatura puede hacerlo igualmente. Y bajo ese prisma “deportivo” –se me
ocurre- subiría mucho además el número de lectores que falta hace.
Muchos que hoy son clásicos universales
escribieron inicialmente para pocos o sólo para ellos mismos de entrada. Las
espléndidas “Memorias” del Duque de Saint Simon apenas fueron vistas (y
posiblemente en fragmentos) por un grupo de amigos. Su éxito y expansión fueron
póstumos. ¿Quiénes leyeron el “Libro de buen amor” del Arcipreste de Hita, en
su tiempo? Poquísimos. Pocos manuscritos, fragmentos orales. Cierto que la
repercusión medieval de la obra literaria es un orbe aparte, pero nos indica
asimismo, la no siempre inmediata relación autor-lector. Y de ahí (con una
mirada actual) sale la idea de la escritura como serio juego de placer privado
o de círculos íntimos. Hay muchos lectores tentados solo por el silencio
de la lectura. Pero otros quieren expresar su gusto, su mundo. ¿Por qué no
hacerlo, como el tenis o el ciclismo? No todo el que tiene ganas de escribir
–loable empeño- es un gran escritor. Eso seguro. Se podrían citar muchos,
muchos, tal vez demasiados libros… Que no decaiga el apetito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario