martes, 23 de febrero de 2016

"Literatura en deporte" por Luis Antonio de Villena


La literatura (en todas sus variables) tiene muchos senderos. Quizá uno de los tragos más duros que se le presentan a quien escribe o ejerce de crítico sea  el decir a un amigo o conocido que te ha dado un libro suyo (a veces el mecanoescrito) que se trata de un libro correcto, incluso bueno, un libro más que digno, pero poco personal, o falto de esa fuerza o pegada que tienen los libros de veras interesantes. Si un libro –versos o novela- es malo, claramente torpe, uno lo deja sin remordimientos; pero el libro correcto se lee, porque es una lectura grata aunque sabes que lo olvidarás enseguida, porque hay muchos libros de buena hechura, dignos, pero faltos de garra o de eso que muy a menudo se llama “voz”. Me ocurrió recientemente con un libro de poemas publicado en una editorial minoritaria pero buena de Zaragoza, “Olifante”, ahora menos exigente que en sus inicios, pero una notable editorial de poesía. Un autor ya no joven y al que no conocía pero que se decía buen lector mío, me envío un libro de poemas titulado “Los negros soles” (2014). Tardé en leerlo, pero lo hice (procuro, aunque a veces sea imposible, cumplir con lo que me llega) y me encontré ante unos poemas de tradición clásica –algunos  sonetos- , culturalismo, meditación sobre el devenir vital, todo muy pulido y correcto, pero poemas “ya hechos”, con demasiados referentes de otros poetas mayores no bien deglutidos, algo que gustaba y dejaba indiferente al mismo tiempo. ¿Era un libro malo? En absoluto. ¿Bueno? Tampoco. Era, en realidad la obra de un buen lector de poesía, aficionado mayor, que en un momento dado siente –nada más lógico- la tentación de escribir, de echar su cuarto a espadas.  Se podían, aquí y allá, espigar versos sugerentes:  “Porque por donde ondea,/ dulcísimas aroman las arpas del banquete/ y brota el fresco lirio de la dicha.”  ¿No es bello “el fresco lirio de la dicha”? Sin duda. Tan bello como sabido en un conjunto carente de pegada o voz…
¿Qué decir a su autor, Rafael Lobarte, notable traductor además (Shelley o John Keats), debería aconsejarle que no escriba porque no parece vaya a llegar a nada muy notable? Se suele decir que se edita demasiado, muchos libros “inútiles”, y aunque a veces esa utilidad dependa de cada lector, es cierto que hay muchas editoriales “generosas” sea por bestsellerismo –es otra cosa- por amistad o cercanía o incluso (no era el caso) porque no son pocos los autores que de algún modo pagan sus primeros –o no tan primeros- libros. ¿Por qué iba a dejar de escribir un buen lector, en este caso de poesía? La cuestión no está en el silencio, la mudez, no. La cuestión es cómo se mira o percibe la propia voluntad de escritura. Que la comparación sea lejana. Pensemos en el tenis. Mucha gente lo juega, gusta  a muchos y no sólo como espectadores, sino como partícipes apasionados. Pero la mayoría de los que frecuentan las tantas canchas no creen que van a ser primeras raquetas  nacionales o mundiales: Ni se piensan hoy Nadal, ni Feliciano López, ni antaño Navratilova o Jokovich hoy o Ferrero antes, por decir categorías distintas pero altas. ¿Por qué la poesía o la novela no pueden ser un noble juego? El aficionado lector siente deseos de escribir y es bueno que lo haga. A veces como una terapia emocional o psicológica –es tema ya tratado- pero mucho más a menudo por el mero placer de escribir y expresarse. Normalmente de ahí quedarán páginas para amigos, algún pequeño volumen de tirada corta, pero como no hay intención de entrar en ningún escalafón, simplemente goces privados. Verdad que de cuando en cuando, como liebre del instante, de ese “juego” puede brotar sin pretenderlo un poeta,hombre o mujer, muy notable. Entonces alguien se dará cuenta y se lo dirá, si él mismo no lo sospecha. Pero la mayoría de las veces será sólo un dorado y notable pasatiempo docto. Porque no sólo el deporte sirve de proyección  íntima, la literatura puede hacerlo igualmente. Y bajo ese prisma “deportivo” –se me ocurre- subiría mucho además el número de lectores que falta hace.
Muchos que hoy son clásicos universales escribieron inicialmente para pocos o sólo para ellos mismos de entrada. Las espléndidas “Memorias” del Duque de Saint Simon apenas fueron vistas (y posiblemente en fragmentos) por un grupo de amigos. Su éxito y expansión fueron póstumos. ¿Quiénes leyeron el “Libro de buen amor” del Arcipreste de Hita, en su tiempo? Poquísimos. Pocos manuscritos, fragmentos orales. Cierto que la repercusión medieval de la obra literaria es un orbe aparte, pero nos indica asimismo, la no siempre inmediata relación autor-lector. Y de ahí (con una mirada actual) sale la idea de la escritura como serio juego de placer privado o de círculos íntimos.  Hay muchos lectores tentados solo por el silencio de la lectura. Pero otros quieren expresar su gusto, su mundo. ¿Por qué no hacerlo, como el tenis o el ciclismo? No todo el que tiene ganas de escribir –loable empeño- es un gran escritor. Eso seguro. Se podrían citar muchos, muchos, tal vez demasiados libros… Que no decaiga el apetito.

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