martes, 16 de diciembre de 2014
"Solo venial" de Manuel Vicent
El origen de toda la riqueza y corrupción que ostenta la Iglesia se debe paradójicamente al pecado venial. Su creación hizo necesaria la existencia del purgatorio, que ha resultado ser un negocio mucho más sólido que todas las empresas juntas del Ibex 35 o del Dow Jones. El pecado venial es solo un juego malabar elaborado por un genio de la economía. Los que mueren en gracia de Dios sin estar perfectamente purificados no pueden entrar en el Reino de los Cielos, pero tampoco una falta leve merece una condena al fuego eterno. Cielo e infierno son un final de trayecto irreversible. Había que crear en mitad del camino un depósito de ánimas benditas en tránsito, una especie de isla de Ellis cuya salida hacia la Ciudad de Dios, el Manhattan Celestial, se realizara mediante un impuesto de peaje satisfecho con misas, novenas e indulgencias pagadas con dinero al contado o a través de herencias y donaciones de bienes muebles e inmuebles a la Iglesia. El alma en pena es normalmente la de un familiar muy querido que obliga al creyente a acudir al rescate para sacarlo de ese cocedero. Desde el inicio de la cristiandad hubo reyes pecadores y condes facinerosos que levantaron templos, crearon monasterios y abadías, ofrecieron regalías a los clérigos para hacerse perdonar sus fechorías y asegurarse las plegarias por su alma después de la muerte; hubo confesores especialistas en torcer la última voluntad de agonizantes hacendados y en macerar viudas ricas hasta extraerles el testamento del cortijo. Esta rapiña no hubiera sido posible sin la existencia del purgatorio, el invento que más dinero negro ha generado en la historia de Occidente, sin inversión alguna. Se trata de un encaje de bolillos. Al pecado venial y al castigo de un fuego al baño María regulado mediante óbolos debe la Iglesia toda su corrupción y riqueza descomunal.
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