sábado, 6 de septiembre de 2014

"Amor cortés" de Juan Bonilla


 El amor es un invento del siglo XII. Ha llegado al siglo XXI, aunque así-así, reproduciéndose en otra forma bastante más perjudicial para el alma aunque más dilecta para el cuerpo: el amor romántico. Tiene los días contados. ¿Cuál es el cometido de ese amor ahormado por los trovadores y llevado a su cima de expresión espiritual por Dante? Mejorarnos. Sí, hacernos mejores personas. Es una religión. Descubre que el alma está en el deseo, y que para mantener viva una pasión el deseo no puede ser satisfecho. Inventa para el amante una guía –la dama- que lo conduzca a los prados de la exaltación de todo lo que existe. Los trovadores también inventaron la primavera. Por supuesto es una construcción, una ficción, un género literario. Para quienes digan que la literatura nunca ha tenido influencia en la realidad, he ahí un bonito ejemplo de lo equivocados que están: el Ya es primavera en El Corte Inglés, con todo lo que eso significa, con el "vamos a gozarnos un poco" que lleva implícito el eslogan, podría haber sido el  verso de un trovador.
 Ahora Jaume Vallcorba ha publicado en El Acantilado un librito delicioso explicándolo. Se titula De la primavera al Paraíso y se subtitula El amor, de los trovadores a Dante. Con encomiable economía y ejemplos muy acertados de cada una de sus apreciaciones, da una lección erudita sin asomo de pedantería, volviendo muy vivos a los dos, a los trovadores y a la erudición.
Safo.
"La insistencia en el amor como motivo y motor íntimo del canto, como punto de partida y organizador íntimo del poema, es común y universal en el mundo trovadoresco. La canción se vuelve posible porque el amor se ha hecho dueño del poeta y en todo lo gobierna", escribe Vallcorba, que pasa enseguida a demostrar cómo el amor de los trovadores añade a los motivos clásicos del amor –la mudez de Safo, el insomnio de Fedra, los temblores de Catulo- un espíritu solar, una alegría, que no sólo mejoran al poeta como persona, sino que lo trascienden para afectar a la sociedad en la que el poeta se desenvuelve. Este amor, que Gaston Paris bautizó en 1883 como amor cortés, se sustentó en la traslación de las formas del mundo de la realidad vasallática al de las relaciones amorosas. Así el amante, de cualidades muy inferiores a las que adornan a la dama a la que aspira –siempre casada, de donde necesite de un pseudónimo para no alertar al marido, y esquivar al marido será uno de los juegos inevitables y peligrosos del amor-, si es aceptado por ella, le rinde una pleitesía que entra dentro del orden militar, creando de esa manera un marco insólito en las relaciones eróticas.
Vallcorba dice: "La relación copia el ritual y las obligaciones jurídicas de las auténticas ceremonias de vasallaje, y en ellas el poeta se instituye libremente vasallo de una mujer a la que promete servir para siempre como señora feudal, convirtiéndola en un señor, en su señor". Ni que decir tiene que se trata de una suplantación de cualquier verdad comprobada, que se mantenía siempre en el terreno de una ficción galante. Eso produjo un gran caudal de composiciones –entre nosotros historiadas y recopiladas y traducidas por Martín de Riquer- donde triunfa el 'joi', la alegría, la juventud, el juego, algo que vino a configurar unos modos cuyas flechas alcanzaron mucho más allá de las cortes donde se producían, que llegaron a la poesía del siglo XX dejando huella en poetas tan importantes como Pound, Auden o Gil de Biedma.
 De la tradición, por supuesto, tomaban el arte de engalanar al ser deseado de los mayores méritos –"Un dios me parece este que a ti se acerca", escribió Safo- pero exagerándolos sin comedimiento alguno, pues de esas excelencias –en lo físico y en lo moral- debían nacer las canciones que escribían: las canciones eran notas a pie de página de las excelencias –inventadas- del ser deseado. Sólo un trovador, Guillermo de Aquitania, se lo tomó con sarcasmo igualmente excelente; suya es, entre otras, esa canción donde cuenta que se tira ciento ochenta y tantas veces a dos damas que se encuentra por ahí.
Para el amor cortés es vital la insatisfacción: "En tal tensión insatisfecha se manifiesta otra incuestionable verdad humana, que ofrece un rendimiento extraordinario en términos prácticos: al eliminar la posibilidad de su satisfacción, el deseo se mantiene constantemente vivo. La satisfacción del deseo implica su desaparición, lo que repugna al pensamiento trovadoresco, que quiere al amor constantemente en tensión, sin pausas, incesantemente alerta". Por supuesto esa insatisfacción era igualmente ficticia porque como decía Martín de Riquer no podemos dar por buenas varias generaciones de trovadores castos.
Vallcorba apunta –y no sé si es el primero en apuntarlo- que esas canciones de trovadores que se recopilaban con una Vida del trovadorantecediéndolas, una Vida escrita por mano anónima, inventaron también un género: el relato breve, pues esa recopilación de Vidas de los trovadores y sus damas –traducidas y editadas por Riquer en El Acantilado- componen el primer ejemplo de recopilación de relatos breves de las literaturas románicas. Y entre ellas hay algunas obras maestras a las que no hay que hacer caso alguno como biografías, pero son perfectas muestras de narración breve. "El amor –escribe Vallcorba en este espléndido librito- se establece como una experiencia global, que afecta a la totalidad del poeta y su entorno. No es un aspecto parcial de su personalidad ni un accidente. Ovidio lo había explicado muy bien pero los trovadores lo llevan más allá". Tanta fue su influencia que los poetas toscanos aprendieron a rentabilizar con altos resultados esa potencia de la distancia entre amador y señora, transformando las distancias dibujadas en el mundo feudal por otra igual de insalvable que la imaginada por los feudales: la dama se convertirá en un ser espiritualizado, vago, sutil y vaporoso. En un ángel. Con su contacto, enamorando al poeta, limpia el corazón de éste de toda vileza.
No lo sabían, claro, pero estaban prestándole un peldaño a una de nuestras cimas: Dante Alighieri. Si los trovadores pusieron la primavera, Dante, con el corazón penetrado por una inteligencia nueva que puso allí el Amor, el que mueve al sol y a las demás estrellas,  inventará el Paraíso.

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